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Alaridos

Sentado en mi sillón reclinable y frente a las pantallas del ordenador, esperaba que la inspiración llegara para arrancar otro cuento u otra historia, que agradara a los lectores.
La mente en blanco y los ojos que se cruzaban por el sueño atrasado, junto a una cajetilla de tabaco terminada, era cuanto me rodeaba. No soy de beber alcohol como motivador de las musas, así que un vaso de agua solitario acumulaba el polvillo de la habitación sobre su superficie, a modo de tenue velo gris.
Las aladas amigas no arribaban, la desesperación aumentaba y el sueño me doblegaba lentamente. De ruidos y sonidos que pudiesen dar algo de ritmo a esa tarde noche, solo ponía su reclamo el chirriar de los equipos de aire acondicionado.
Al fin el aburrimiento impuso el sueño como señor de la hora, y me dormí sentado.
Un grito destemplado me sacudió a las 3 de la madrugada.
Moví con lentitud mi cuerpo entumecido y dolorido por la incómoda posición; salí de la habitación intentando establecer el origen de ese alarido nocturno. Revisé las dependencias del piso y miré en la terraza, nada hallé que respondiese a tal hecho, por lo que supuse que sería un poco más lejos, quizás un vecino que se haya asustado. Sin embargo todas las luces cercanas estaban cerradas.
Me encogí de hombros y regresé adentro; en el mismo instante que cerraba la puerta, nuevamente escuché el grito, me sobresalté de tal modo que caí sentado igual que si una onda expansiva me hubiese impactado.
Espantado, con el corazón palpitando desbocado, repté entre los muebles hasta llegar al lavabo. Alguna vez leí que suele ser el lugar más seguro de una vivienda y sin estar muy seguro de lo que decidía, me encerré.
Pasaron los minutos, eternos, sofocantes, densos.
El miedo me hizo transpirar y el espejo se enteló tal como si saliese de la ducha; odio cuando mi cuerpo exhala sudor, me molesta e irrita, esto ayudó a que mi ánimo fuese cada vez más inestable.
Cuando consideré que ya había pasado un tiempo prudencial, abrí la puerta dejando solo una rendija. Del otro lado no se veía nada anormal.
Con el alma pendiente de un hilo, me arriesgué a salir.
El silencio solo era interrumpido por el lejano paso de algún vehículo por la avenida.
Fui a tientas hasta el interruptor de la luz, lo presioné y no ocurrió nada, la electricidad estaba cortada. El pánico se apoderó de mí.
Temblando de modo incontrolable, fui acercándome al tablero de las llaves en el recibidor, tratando de no tropezar con nada. Comprobé las posiciones de los conmutadores; ninguno estaba abierto. Posiblemente se tratara de un corte general en el edificio.
Pensé, tal vez alguien se ha electrocutado y los plomos han saltado. Eso me dio una esperanza.
Sin dejar de temblar, busqué en un armario la linterna que dejo por una emergencia, no estaba. Pensé dónde la podría haber dejado con anterioridad y eso produjo que mi mente se distrajera por unos minutos. Tanteé los cajones, abrí portezuelas del armario, pasé la mano por los altos de la repisa, y nada, la linterna no aparecía.
Intentando recordar sobre su posible ubicación, me animé a ser menos prudente. Más relajado rebusqué en los cajones de la cocina, me subí como pude a un banquillo para revisar un armario y de pronto, casi al lado de mi oreja izquierda, un nuevo grito me sacudió de tal modo que caí al suelo. Instintivamente me acurruqué tapando mi cabeza con brazos y manos, me oriné. El miedo era total dueño de mi cuerpo.
Esperé un ataque con la mente hirviendo de ruegos y plegarias, sentí sofocarme ante lo irremediable, solo quería que eso terminara, que el golpe llegara y me dejara inconsciente o muerto. Pero no sucedió nada.
En esa posición de feto comprimido, estuve por un largo tiempo. Poco a poco recobré la respiración y los latidos del corazón disminuyeron; fui saliendo de la dolorosa contractura que me obligaba la postura y me incorporé.
Pensé dónde podía refugiarme y solo se me ocurría salir a la calle. Corrí a la puerta principal y desesperado busqué las llaves, no estaban en el lugar en que siempre las dejo. Despavorido comencé a tirar cosas al suelo, alguna se iban rompiendo en su caída, otras quedaban rebotando y aumentando mi desasosiego con el ruido que provocaban.
Fui hasta el teléfono para pedir auxilio, no estaba en su base. Busqué el móvil y tampoco lo hallé.
Todo lo que necesitaba para salir de la situación no estaba en su lugar, a pesar de recordar que al caer la noche los había usado y sabía en qué sitio los dejara. Volví a la terraza.
Al querer abrir la puerta, no pude, estaba trabada desde afuera con una silla.
Allí comprendí que algo se conjuraba contra mí de manera por más que evidente.
Tomé el cuchillo más grande que encontré en el cajón de la cubertería, y con él en la mano lo esgrimí en defensa de lo que fuera que había.
El ataque de pánico era insoportable. No podía pensar con claridad, el temblor corría desde los pies a la cabeza y pensé que me desmayaría en cualquier momento.
Sentí una presencia cercana y antes de poder actuar, un golpe de aire inconcebible me rozó e hizo que mi ropa se hinchara como si estuviese en medio de un vendaval. Blandí el cuchillo de lado a lado en una desesperada acción irreflexiva. Rompí algunos cacharros y otros volaron por los aires.
- ¡Mierda! ¡Mierda! ¿Qué coños hay aquí? ¡Fuera, fuera maldita sea! ¡Me cago en diez, fuera!- no sabía lo que decía, salido de mis cabales solo gritaba.
Me pareció hundir el cuchillo en un cuerpo blando y sentí en la mano con que sostenía el cuchillo, un líquido que corría hacia el brazo, la impresión hizo que soltara el arma.
Di un grito mezclado entre asco y miedo. Retrocedí hasta dar con la pared y allí me quedé esperando un nuevo ataque. Nada sucedió.
A tientas busqué algo que me sirviera de defensa, mis manos dieron con el mango de una sartén, la cogí por instinto sin pensar si serviría o no a mi propósito.
No pestañeaba a pesar que en la oscuridad era muy poco lo que podía ver. La cocina sin la luz cenital es tenebrosa y los negros dominan sobre cualquier posible blanco que haya.
Di unos pasos en dirección a las habitaciones, pisé una sustancia gelatinosa y resbalé perdiendo el sartén en la caída.
- ¡Mierda! ¿Qué coño es esto?
Sin pensar en lo que hacía toqué el suelo y una baba pegajosa se adhirió a mis dedos. Asqueado vomité.
En cuatro patas salí de la cocina llevándome por delante cuanto encontré. Corrí al dormitorio y a tientas pasé la mano por encima del cobertor. Un bulto del tamaño de una persona yacía debajo. Grité y salí corriendo al lavabo. Me encerré a punto de tener un ataque al corazón. Las tripas se me revolvieron y volví a vomitar.
Nuevamente busqué algo que me fuera de arma, solo hallé cosas inservibles; recordé que el plato de ducha tiene una cortina, arranqué el tubo que la sostenía y lo aferré con todas mis fuerzas, pegué la espalda a la pared y allí me quedé otra vez sofocado por mi propio sudor y aliento.
A los minutos de estar allí agazapado, escuché el picaporte que giraba, el horror me invadió, había olvidado poner la traba. Rápido y pensando en hacerlo a tiempo, giré la mariposa de la puerta. Desde afuera intentaban abrirla.
- ¡Fuera! ¡Fuera que estoy armado! ¡Si salgo te hago mierda! ¡Fuera!
El instinto de supervivencia era lo único que funcionaba en mi cerebro. Fugazmente me di cuenta que estaba en la peor de las posiciones, encerrado en el lavabo no había salida ni escape posible.
De alguna parte de mi ser salió la imperiosa orden de salir o morir. Destrabe la puerta, la abrí y salí haciendo volar el tubo a diestra y siniestra; golpeando cuanto se interpusiera, contra muebles, paredes, puertas, adornos, cuadros, todo caía en una concierto de locura y desatino, solo quería terminar con lo que estuviese allí.
En medio del batifondo infernal, oí que daban golpes en la puerta principal, hacía allí me dirigí sin dejar de revolear el tubo en todo mi alrededor. Al llegar al recibidor escuché voces.
- ¡Señor! ¡Señor, abra, es la policía! ¡Abra! ¡Policía!
Sin pensar di vueltas a la llave y abrí.
Con el tubo en la mano me derrumbé y caí al suelo.
- ¡Señor! ¿Qué le ocurre? ¡Señor! Venga, venga y quédese sentado. Tranquilo ¿qué ocurre? Cuénteme, respire despacio y cuando pueda, dígame que ocurre.
- Adentro& adentro& ¡por favor!
- Sí, adentro. ¿Qué ocurre adentro?- el policía trataba de comprender mis balbuceos.
Uno que estaba dentro del piso, encendió las luces y le dijo:
- Despejado aquí. No hay nadie.


- Hace tres meses que estoy aquí y no lo creen aún, ya no sé qué decir.
- Cuénteme nuevamente como eran esos gritos.
El médico no vestía bata blanca, solo su americana marón con pequeñas rayas negras, una camisa sin corbata y sus pantalones eran vaqueros; no tendrá más de 35 años, de cabellos medio largo y atados con una coleta. Es la quinta visita que me hace y siempre pregunta lo mismo, que cómo eran los gritos que me espantaron.
- Eran terribles, me dieron mucho miedo, ya le he dicho, unos gritos, la baba, el cuerpo en la cama, el viento.
- Pero los gritos, ¿cómo los definiría?
- Eran con mucha fuerza.
- ¿Forzados? ¿O muy fuertes?
- Muy fuertes, me hicieron doler los oídos.
- ¿Eran de un animal o de una persona?
- Ni uno ni otro.
- ¿Cómo los de una peli, por ejemplo de esas de terror?
- Sí& y no, más fuertes.
- ¿Era de un solo tipo, o eran varios gritos diferentes?
- Ya le he dicho, era el mismo y se repetía.
- Si tuviera que definirlo, ¿cómo lo haría?
- Un alarido. Pero eso ya lo dije, un alarido.
- Bien, he traído una grabación, la escucharemos juntos, no tema y dígame si los encuentra iguales o no.
Sacó un reproductor MP3 y lo pulsó. Un grito perforó el ambiente. Me oriné.
- No tema, no tema. Es solo una grabación. ¿Sabe de qué es?
- No& ¡no y no la vuelva a poner por favor!
- No tema, solo es una grabación. ¿Sabe de qué es?
- No& no lo quiero saber.
- ¿Seguro que no lo quiere saber?
- No.
- Vale, pero quiero que lo sepa. Esto le ayudará a estar mejor. ¿Le digo de qué es?
- Vale, pero no lo ponga otra vez.
- Bien. Le diré que es.
- Vale. Pero no lo ponga nuevamente.
El médico abandonó la habitación. Creo que no saldré de aquí por un largo tiempo,
Dcarlesml09 de julio de 2017

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2 Comentarios

  • Jgcarbajo

    Muy inquietante, enhorabuena!

    18/08/17 10:08

  • Dcarlesml

    Jcarbajo, gracias por comentar mi escrito, no veo que sea una práctica muy habitual en esta plataforma, por lo que el agradecimiento es doble.
    Un abrazo

    16/09/17 10:09

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