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Las Dos Vidas; Capitulo 1.

La habitación permanecía sumida en una completa oscuridad, solo un diminuto haz de luz se filtraba por la única abertura del dormitorio, que permanecía entreabierta, realizando un leve chirrido con cada estremecimiento. Una suave brisa recorría toda la estancia y revolvía el cabello enmarañado de Inés, que le caía por la cara tapándosela casi por completo. Las sábanas envolvían su cuerpo, frágil y delicado, que se arqueaba y temblaba como si estuviera presa de una pesadilla. Unas cristalinas gotas de sudor le resbalaban por el rostro pálido y ojeroso, el cual poseía una expresión muy significativa que irradiaba oscuridad, demasiada oscuridad para una simple adolescente.
Una sacudida le recorrió de arriba abajo, volviendo a reflejar el miedo de la joven. De pronto cesaron las convulsiones y los ojos de Inés se abrieron de golpe, como deseando encontrarse con la seguridad de la luz, pero la decepción se clavó dentro de su ser al contemplar el único resplandor que la luna presentaba esa misma noche. Una profunda pena inundó su alma, y el miedo se apoderó de ella, sin saber muy bien porqué. Se incorporó y apoyó la espalda contra la pared, entrecerró sus ojos ojerosos, pensando en aquella pesadilla, intentando desentrañar el problema. Indagó por su mente y sus recuerdos, pero no logró encontrar aquello que buscaba con tanta necesidad. Cansada, se dejó caer sobre la cama, situándose en posición fetal. Suspiró, y una lágrima de añoranza le resbaló por la mejilla sin poder evitarlo. Sus ojos se cerraron inconscientemente y la angustia pareció diluirse de su rostro, por el momento…
Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho tiempo, cuando Inés ya creía que todo había acabado, un intenso dolor la paralizó. De repente su vista se nubló y todo a la mirada de la joven se fue oscureciendo, hasta encontrarse en una habitación vacía, cuyas paredes consistían en unos viejos muros de piedras en mal estado, en los cuales se podía contemplar las verdosas marcas producidas por la humedad de las frías noches. El suelo consistía en gélida capa de cemento esparcido de forma irregular por toda la superficie, que dejaba ver las pequeñas piedras que lo componían. Había una pequeña abertura en la parte superior de los muros, demasiado alto como para alcanzarla, en la que se distinguía unos barrotes de hierro lo bastante gruesos como para no poder romperlos.
Suponía que era de noche, puesto que no se filtraba ni un solo resquicio de luz. La muchacha se sentó en el suelo, apoyando la espalda en la pared de piedra, se sentía presa de una situación desconocida y de una época que nada tenía que ver con la suya. Esperó pacientemente, allí echa un ovillo sobre si misma lo que a ella le parecieron horas, no pudo saberlo con exactitud, porque su reloj se había parado marcando las tres y media de la madrugada, justo a la hora en la que había aparecido en aquel extraño lugar que le producía tanta repulsión.
El sonido de unas torpes pisadas le despertó tiempo más tarde. Se acurrucó un poco más, temblando, escuchó el chirriar de la manivela de su estancia. Inés, al borde del miedo y la desesperación, esperó a que el inquilino entrara y se la llevara un poco más allá, a un cuarto oscuro por el cual se escuchaban los gritos de aquella gente a los que obligaban a entrar y mediante dolorosos latigazos, y ya no volvían a salir…
La muchacha no sabía exactamente qué era lo que sucedía detrás de aquella puerta, pues nadie volvía a las “jaulas” después de eso.

Algunos de los demás ocupantes de las jaulas opinaban que aquel era el sitio donde se decidía si soltar o castigar a los prisioneros. Otros, afirmaban que era un lugar de torturas, que cuando alguien entraba las máquinas no cesaban de funcionar, y que, cuanto más potentes y espeluznantes eran los gritos, más potencia le daban a aquellas máquinas, los llamados, según los prisioneros, “secuaces de la muerte”. Éstos también decían que el capitán de aquellos hombres, el que maquinaba todas aquellas torturas, era un hombre sucio y ruin, tanto que se alimentaba del terror de la gente, se saciaba con sus espeluznantes gritos de agonía.

Pero nada de eso ocurrió, nadie entró a por ella, nadie apareció tras aquella puerta para azotarle y llevársela a rastras mientras las pequeñas piedras y deformidades del suelo hacían mella en su cuerpo y se le clavaban sin piedad.
Despejó esa idea de su mente, se incorporó lentamente y dirigió sus pasos al otro extremo, hacia donde estaba la puerta. Asomó la cabeza con precaución, pero de repente, algo la volvió a empujar dentro de aquellas rejas. Se levantó de nuevo instantáneamente, y puso todos sus sentidos en marcha, por lo que pudiera encontrar. Un molesto silencio inundó la habitación y un casi inaudible sonido de unos pies descalzos arrastrándose sobre las imperfecciones del suelo le llegó hasta el oído.
Tres hombres aparecieron de pronto de entre la oscuridad, y arrojaron dentro de la jaula algo que Inés no supo distinguir por la falta de luz. La joven tuvo que esquivar aquello que arrojaron los carceleros, ya que iba directamente hacia ella. Con un torpe movimiento, dio un traspié y acabó tumbada encima de aquella cosa. Los hombres se marcharon, cerrando el cerrojo detrás de ellos. Cuando Inés sintió que ya se habían ido, intentó incorporarse, apoyándose en lo primero que encontró con apariencia estable. Al hacer fuerza para levantarse, aquello en lo que se había agarrado se movió. Inés corrió hacia la otra esquina de aquella habitación, esperando ver otro movimiento de lo que habían arrojado aquellos hombres, pero no sucedió nada. Cansada de esperar, Inés se arrimó a inspeccionar que era esa cosa.

Unos finos rayos empezaron a filtrarse por la única ventana que poseía la pared, lo que le hizo saber a Inés que ya se había hecho de día. La poca luz que entraba del exterior iluminó escasamente la habitación, pero fue suficiente para poder descubrir que era aquello que habían arrojado los hombres. La joven apartó una tela que envolvía aquella cosa, y tocó su superficie. Era lisa y suave, y tenía una especie de pelo muy largo en algunas zonas. Un estremecimiento recorrió a Inés de arriba abajo cuando llegó a la conclusión de que, aquello que habían lanzado los hombres, era una chica.
Deathxlove18 de septiembre de 2011

2 Comentarios

  • Mejorana

    ¿Ya estás empezando otro libro Death? Qué contenta me pones. Estoy encantada de que lo hagas.
    Me pasaré a leer este capítulo en otro momento que en éste se me hace tarde.
    Te abrazo con todo mi corazón.

    18/09/11 10:09

  • Danae

    Uyyyyyyyyy, vaya panorama la de la pobre Inés ... Me recuerda escenas de Los Miserables y de El Pozo y el Péndulo. Así que yo, sigo, aunque con el corazón encogido ...y precisamente por eso ...
    Un beso grande, princesa.

    21/09/11 08:09

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