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Diablo

Miró sus manos, aun temblaban. Su rostro perdió toda expresividad, y sus labios enmudecieron. Recordó el día en que perdió a su madre. Él se fue con ella, pero tardó más de veinte años en darse cuenta. El dolor era similar, y sus lagrimas las mismas, ninguna. No sabía llorar, y las veces que lo hizo, no supo aprovecharlas, las pocas que tenía las usó en momentos inútiles. Momentos que tal vez, no lo merecían. Y cuando precisaba de ellas, ay, ¿dónde estaban sus lágrimas cuando precisaba de ellas?

Se puso en pie y se alejó del cadáver de su querida esposa, contemplando aun, sin habla, el humo que aun desprendía la cabeza de su niña. Volteó su rostro, para ver su lado intacto, para guardar en su memoria el recuerdo de la única mujer que le ofreció todo.

Cuando el charco de sangre empezó a teñir la esterilla china de tablas, se puso aun más nervioso, se limpio la sangre de la mano con la que había girado el rostro, y fue directo a su armario para cubrir la cabeza con una manta. Se encendió un cigarro y pensó en mil maneras de encubrir aquel suceso. Cuando fue hacia la encimera de su cocina americana, a por el cenicero, le dio sin querer una patada al revolver. Puso en su boca el cigarro, entornando los ojos por el humo, y cogió con una mano el cenicero, y con la otra un paño de la cocina para poder coger el arma sin dejar en ellas sus huellas.

Se sentó en el sofá. Dejó el cenicero en la mesita, y separó el cigarrillo de sus labios. Se agachó y alargó su brazo hasta llegar al arma que dejó en la mesa, frente a él.

Era consciente de que compartía su cuerpo con el mismísimo Satanás. Quería llorar, pero este no se lo permitía.

-Tu sabes mejor que nadie que le he dado todo cuanto tenía. Pero ella pretendía que fuera algo que no soy. No puedo ser de una sola. Tengo el don de poseer toda alma que existe sobre este mundo, y tu, precisamente tu, deberías saber de lo que hablo.

El diablo respondió:

-A veces te temo.

Su barbilla comenzó a temblar. El diablo le temía, como podía existir tal aberración en el mundo. Le dijo a su chica, que lo sentía, fue tan dulce y sereno como siempre, le dijo que para él siempre sería lo más importante, que siempre la querría más que a su propia vida. Pero que jamás sería la única, que no le pidiera eso, porque eso, no podría cumplirlo.
Ella imploró mil veces, el la abrazaba y le susurra bellas palabras en el oído, El sabía que, al igual que las demás, sin él, ellas no eran nada; solo sombras vagando en un mundo absurdo, donde más bien harían en asimilar pronto la situación que esforzarse por cambiar algo. El era como era, y solo el diablo tenía la culpa de aquello.

-Sabes tan bien como yo, que solo soy un fantasma creado a partir de tu escaso sentimiento de culpa -dijo Satanás-. Antes de cumplir los treinta, no podías asumir la idea de ser un monstruo, te alimentabas del dolor de cuantos te amaban. Pero te negabas a pensar que la causa fueses tú mismo. Aquella época usaste para convencer al mundo, tus últimas lágrimas. No me culpes a mí si ya no sabes llorar.

-Yo la quiero, yo la quiero más que a cualquier cosa. Pero verla llorar, y necesitarme, me hace sentir alguien. Necesito que me quieran para seguir viviendo, y el perdón de aquellos a los que les he ido robando la vida, es la más pura señal de que me quieren, cuanto más inmenso sea aquello que perdonan, más querido me siento. Quizás es porque jamás me sentí querido.

-Ese es tu fantasma pasado, como soy yo tu fantasma presente, ¿a cuantos más vas a responsabilizar de tus actos?

-¿Actos?, ¿Qué actos?, se ha disparado ella. Estaba decidida a hacerlo. Le he suplicado que por favor no lo hiciera.

-Ella ha dicho: “Di que cambiarás por mí. Por dios, dímelo”. Tu has respondido: “Te quiero, pero sabes que no puedo hacer eso que me pides. Por favor, no lo hagas”. ¿Eso es una súplica?, su vida pendía de un hilo, y tú la has dejado ir. Y no solo a ella.

-¿Qué quieres decir?

-Sabes perfectamente lo que estoy queriendo decir.

Los dos guardaron silencio unos segundos. El se encendió otro cigarro y observó como la sangre se acercaba lentamente a la suela de sus zapatos.

-Ese será mi último acto. Y es un acto de bondad.

-Sabes que estás haciendo tiempo, para que la situación sea irreversible. ¿Dejar morir a tu propio hijo es tu definición de un acto de bondad?

-No imagino peor acto de crueldad que tenerme a mí como padre. Además, no sabemos con certeza si estaba embarazada.

-Si que lo sabes –respondió el diablo-.

-¡¡Joder, cállate!! ¡¡Deja de sonar en mi cabeza!!

Dicho y hecho, aquella maldita voz que lo juzgaba enmudeció. Si realmente estaba embarazada, ese niño no debía llegar a ver la luz de ese mundo que el tenía el don de transformar. Y de ser así, el debía desaparecer. Para siempre. Librar al mundo del mal que a él le daba la vida. La idea empezó a juguetear con el. ¿Era el diablo esta vez, o acaso ángeles de un dios, hasta ahora oculto, por nubes negras de remordimientos, los que lo llamaban a despedirse de este mundo? Al fin, y al cabo, él siempre creyó en las señales, y a fin de cuentas, un revolver lo observaba a unos centímetros y empezaba a susurrar su nombre.

Como por arte de magia, una lágrima empezó a resbalar por su mejilla. Lloró, no supo llorar el mal que infringió a las personas que más dieron por el, pero encontró la forma de llorar de pena por su propia vida. Miró el cuerpo inerte de su esposa, y llevó su mirada hasta el vientre de ella. Si. Ya había tomado una decisión.
Ese niño iba a nacer, pero sin él.

Se levantó para buscar su teléfono móvil. Telefoneó y con la voz entrecortada pidió una ambulancia. Cerró las cortinas. Aparto la manta que cubría a su mujer, la besó y volvió a cubrirla. Encendió un cigarro, y lo apagó tras dos largas caladas. Se sentó en el sofá. Meditó unos segundos alzando la vista, y observó que la visión de aquellos focos iluminando la escena no eran nada agradables. Cerró los ojos, pero aquellos halógenos atravesaban aun sus parpados. Se volvió a levantar y apagó las luces. Para luego con el móvil, alumbrar su camino de regreso al sofá. Se sentó de nuevo, y fue tanteando con su diestra la mesa, hasta conseguir alcanzar el trapo, y con él, sostener el arma.
Conforme el cañón iba acercándose a su boca, su respiración iba agitándose, y podía sentir latir su corazón, en el dedo que presionaba el gatillo. Lloró un llanto que creía olvidado, y empezó a morder con fuerza el cañón. Todo habría acabado en unos segundos. Y fue entonces que decidió desaparecer.

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Cuando los dos camilleros llegaron, habían transcurrido diecisiete minutos desde que recibieron la llamada. Las ventanas estaban cerradas, y se extrañaron de que todas las cortinas estuvieran echadas, y que ninguna luz saliese al exterior. La luz de la ambulancia, había atraído como a insectos a la gente de la urbanización. El timbre había sonado unas diez veces y nadie había abierto la puerta. Uno de los camilleros retrocedió unos pasos, para mirar si se habían equivocado en la dirección, pero no había ninguna duda, aquella era la casa. Ayudados por varios vecinos consiguieron a empujones y patadas abrir la puerta. Al encender la luz, pudieron ver el cuerpo sin vida de una mujer de unos treinta años. Echaron un vistazo alrededor, en aquel salón solo estaba ella, y a unos metros, un cigarro apagado y aun humeante. Una pistola envuelta en un trapo, y un teléfono móvil reposando en el cojín del sofá.
Uno de los camilleros buscó al autor de llamada por toda la casa, pero tan solo pudo encontrar, varias maletas de viaje sobre la cama, el armario abierto de par en par, y ropa desperdigada por toda la habitación. Quién quiera que llamara, se había largado.

-Está muerta. ¿No?

-Si, pero noto un leve latido- Dijo uno de los auxiliares tras tomarle el pulso. Puede que estuviera embarazada. Hay que ingresarla en seguida, ¡vamos!

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Cerró la cortina de su ventanilla en el vagón. El paisaje era hermoso, pero había demasiado espacio en el exterior, donde colocar recuerdos que quería borrar a toda costa. Miles de voces hablaban en su cabeza, pero él se puso los auriculares y fingió ignorar cada una de ellas. El se había topado siempre con gente buena, y necesitaba seguir vivo para mantener el equilibrio con el universo. Ansiaba ser libre de culpa, y reprochó al cielo haberle otorgado ese don. El don de caminar siempre, junto a sus dos fantasmas. El pasado que hizo de él lo que es hoy, y el diablo presente, que siempre lo acompaña. Probablemente la sangre de su sangre viera la luz de un nuevo día, y eso le tranquilizaba, porque era consciente de que si un día, esta vida le hacía flaquear, si llegaba el día en que sentía no ser nada y se veía solo, siempre podría buscar a su hijo, y conseguir de sus labios la redención. Cuanto mayor es el dolor infringido, más valor tiene el perdón, y aquel absurdo desafío, le dio fuerzas para seguir adelante.
Debenetash10 de noviembre de 2010

2 Comentarios

  • Nemo

    Muy bueno!... El pasado nos forjó para un presente que va dejando huella a un futuro totalmente incierto, lleno de expectativas. La narrativa envuelve en una burbuja al personaje y sus acciones.
    Saludos... me ha gustado mucho!

    11/11/10 04:11

  • Mary

    Un verdadero diablo... ¿ Amaba a la gente que le rodeaba o amaba
    no estar solo, sentirse querido?... Valla donde valla sus recuerdos
    y voces le acompañaran.

    Que buen relato amigo. Siempre te he dicho que me encanta como
    escribes, y ahora que tengo mas tiempo para entrar me gustaria
    leer mas cosas tuyas.
    Un besso grande, dios fuego! ^^

    16/11/10 05:11

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