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D. Bartolomé José Gallardo

Todo comenzó en aquella época en la que la juventud aún no nos ha abandonado pero la madurez comienza a asomar.

Era una pluviosa tarde de finales de abril. El viento golpeaba con fuerza el delgado cuerpo de D. Bartolomé, que airado, caminaba por las calles de Sevilla buscando sus libros perdidos. Aquellos que, el canalla de “el Moro”, le había robado y vendido por las distintas librerías de la ciudad.

Empapado y tiritando de frío, decidió volver a casa con los escasos volúmenes que había logrado recuperar. Necesitaba una buena sopa de leche para entrar en calor y recobrar fuerzas, pues su sobrino, no le daba tregua y aún debía rescatar algún que otro ejemplar importante que faltaba en su biblioteca.

Regresaba callejeando, para cortar camino, por el casco antiguo, cuando de repente sus pies frenaron de golpe ante una vieja tienda de antigüedades. La gastada puerta entornada, mostrando el centellear de una leve luz en su interior, lo atrajo sobremanera y como si tiraran de él con una cuerda invisible, entró en el local.

Infinidad de veces había recordado aquel maldito día y aún hoy, no podía explicarse qué lo atrajo hacia aquel negocio —que ni siquiera se trataba de una de aquellas librerías que tanto solía frecuentar.

Lo primero que sintió, como una bofetada, fue aquel olor nauseabundo, difícil de identificar, mezcla de polvo, humedad y heces de algún tipo de animal.

Rodeado de cientos de objetos y muebles antiguos, se movió con cuidado por los estrechos pasillos, apenas iluminados por velas que titilaban ofreciendo sombras siniestras. No sabía hacia dónde le conducirían sus pasos pero una fuerza misteriosa, le obligaba a continuar andando, sorteando falsos jarrones, figuras desconchadas y máscaras de cuencas vacías, que lo vigilaban desde las sucias paredes.

De repente algo llamó su atención. Uno de sus libros desaparecidos, descansaba sobre una repisa polvorienta. Aceleró el paso y agarrándolo suavemente con ambas manos, lo atrajo hacia sí, abrazándolo como sólo un hombre enamorado abrazaría a una mujer. Acarició su lomo de piel y acercando sus maravillosas hojas a la cara, aspiró con fuerza llenando sus pulmones de satisfacción y felicidad.

Al fin lo había encontrado y ahora volvería al lugar del que nunca debería haber salido, su biblioteca personal.

Lo guardó con especial cuidado junto a resto de ejemplares. Nadie parecía haber notado su presencia, ningún dependiente lo había atendido y por un breve instante soñó con la posibilidad de salir raudo de allí, sin tener que volver a pagar nada por aquel artículo que le pertenecía por derecho. Después de todo… ¿Cómo era que le había llamado Estébanez Calderón? ¡Bibliopirata! Y así se sentía en aquel momento, como un ladrón de ladrones, como un pirata.

Pero aquel pensamiento, pronto desapareció, al sentirse observado, no por dos, sino por varios pares de ojos amenazantes que, brillantes, se acercaban despacio desde los distintos estantes y rincones, rodeándolo hábilmente.

Comenzó a sentir miedo y agarró una pequeña daga mohosa que colgaba, enfundada, en un clavo.

—Habría permitido que se llevara el libro pero no que dañe a mis gatos —dijo una voz a su espalda.

Sobresaltado, se giró y ante sí descubrió a un pequeño anciano desdentado que con sus huesudos dedos le señalaba amenazador.

—Deje el cuchillo donde lo ha encontrado.

Don Bartolomé se disponía a dejarlo, cuando de repente, un gato negro como noche sin luna, saltó a sus pies y comenzó a restregarse entre sus piernas ronroneando sin parar. Involuntariamente soltó un puntapié, que lanzó al gato por los aires. Sólo quería zafarse del animal pero debió hacerlo con demasiada fuerza pues el animal desapareció entre las montañas de objetos, maullando de dolor. Mientras, el anciano le lanzaba maldiciones e improperios, a los que Gallardo no prestó mucha atención, empujándolo con sus arrugadas manos y haciéndole retroceder hasta la salida de la tienda.

Poco tiempo después, se encontraba en casa de nuevo, tomando sopa de leche y acariciando sus recién recuperados libros con una leve sonrisa asomando de su boca.

Sin embargo, aquella noche, al despertar de una pesadilla, descubrió a un gato negro vigilándolo desde la ventana. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar las palabras del anciano, y en aquel mismo instante supo que las maldiciones proferidas por aquel viejo, lo perseguirían hasta el fin de sus días. Y no fue errado su presagio pues a partir de aquel día, varios infortunios le acaecieron sin poder hacer nada para evitarlo:

Estuvo preso durante tres meses por sus ataques contra el clero. Perseguido en su país y condenado a muerte, huyó hacia Portugal desde donde también tuvo que escapar, instalándose finalmente en Londres.

Allí fue víctima de un robo. De regreso en Sevilla, una turba le asalta, robándole y tirando al Guadalquivir su equipaje repleto de libros y manuscritos valiosos… Pero lo más alarmante fue, que cada uno de aquellos sucesos fue anunciado por un gato negro, que se colaba por la ventana y durante largo tiempo, lo miraba fijamente con sus brillantes ojos, antes de desaparecer de nuevo por el mismo sitio por el que había entrado.

No obstante el tiempo pasa y el sufrimiento llegaba a su fin. D. Bartolomé José Gallardo y Blanco yacía en la cama anciano, enfermo y agotado, pero feliz pues tras una vida dura y llena de dificultades, ahora le tocaba descansar en paz. Sólo un motivo le entristecía y era morir lejos de sus amados libros.

Rodeado de amigos, esperaba paciente su final, cuando de repente, junto a su cama, un gato negro apareció, observándolo fijamente.

El anciano intentó gritar, quería que lo echaran de allí pero nadie parecía verlo. Sólo él sabía lo que significaba. Sus libros, sus adorados libros corrían peligro y nadie iba a hacer nada para impedirlo. Vociferaba, balbucía y se revolvía con el pánico inyectado en sus ojos, veía cómo su habitación se llenaba poco a poco de gatos. Y con esa visión espantosa y la certeza de que sus libros estaban siendo destruidos, sufrió un ataque cerebral que acabó con su vida.

Varios días después, su sobrino y heredero, José Antonio, descubrió con gran pesar que parte de la maravillosa biblioteca de su tío, había sido destruida por la incursión de un grupo de gatos del vecindario que se habían colado haciendo de aquel lugar, su particular hogar. FIN
Delma2815 de diciembre de 2013

2 Comentarios

  • Asun

    Delma, que bien escribes. Esta mini novela me ha gustado especialmente. Una novela de a caballo entre las de caballería o simplemente de época. Me ha dado la impresión de formar parte de un proyecto mas largo, por la cantidad de acción que guarda.
    En cualquier caso felicidades, un placer leerte.
    Besos

    16/12/13 07:12

  • Delma28

    Gracias Asun por tus palabras.
    Pues esto es otro de los trabajos que nos mandó el profesor del taller. Se trata de un relato de blibliofilia. Es una mezcla de realidad y ficción. Un personaje real de nuestra historia, un bibliófilo famoso (D. Bartolomé José Gallardo), una leyenda popular (los gatos negros), y con esto crear un cuento de misterio, mezclando la realidad con la ficción.
    Me alegra mucho que te haya gustado porque te aseguro que me costó la vida, ya que no puedes dejar volar tu imaginación a tu gusto pues tienes que crear tu historia alrededor de una vida real. Siempre, por supuesto desde el respeto.
    Muchos besos

    16/12/13 09:12

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