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Destino

Movido por el extraño impulso de saber más, decidí coger todos mis ahorros y embarcarme en el mayor viaje de mi vida.

Y digo extraño impulso porque suelo ser un joven tranquilo, nada alocado ni impulsivo y que se piensa mucho las cosas antes de realizarlas.

No voy a entrar en detalles sobre el lugar al que me dirigía pues nunca llegué a él, sólo os diré que me hablaron de sus paisajes, sus esculturas, sus pinturas y sus arquitecturas; y de repente, una nube de deseo envolvió mi cuerpo convenciéndome día a día de lo triste y miserable que resultaría mi vida si no viajaba a aquel pedacito de mundo.

Nadie podía presagiar entonces, el terrible final que se cernía sobre mí, o eso creía.

Pero si me lo permitís, me gustaría comenzar por el principio, aunque no quisiera demorarme demasiado en los detalles.


No necesité mucho tiempo para decidirme a hacer aquel viaje y al principio pensé que sería buena idea ir acompañado, pero enseguida la rechacé. La tranquilidad y la paz de disfrutar sólo de un viaje, era algo que me invitaba a descartar otras posibilidades. Así que me embarqué con mi petate, rumbo a un país desconocido, en el mayor avión que jamás había visto.

Os comentaré, que en el trayecto desde mi casa hasta el aeropuerto, me crucé con varios desconocidos que llamaron mi atención, y que no habrían tenido la menor consideración por mi parte, si lo que sucedió después tampoco hubiera ocurrido.

Al salir del edificio, una señora gorda con más cara que culo, se montó en el taxi que tanto me había costado conseguir, y claro, habría tardado más en bajar a aquella foca que en buscar otro taxi. Mientras esperaba la llegada del siguiente vehículo, de servicio público, pude ver conmovido, cómo un hombre joven, regalaba un ramo de flores a la que supuse su novia y luego, arrodillándose, sacó un anillo y le pidió matrimonio, a lo que la chica, por supuesto, aceptó encantada. Y mientras tanto, en la acera contraria otro joven robaba el bolso a una anciana y se perdía, corriendo, entre la multitud de viandantes. Lo cual me entretuvo lo suficiente como para no prestar atención a los coches que pasaban por delante de mí.

Al fin conseguí el tan ansiado transporte y me senté en él sumido en mis propios pensamientos. Es curioso lo que la vida nos depara a cada uno de nosotros. Mientras una joven estaba recibiendo, posiblemente, la mayor sorpresa de su vida y otra persona el terrible hachazo del miedo y la impotencia… allí estaba yo, alejándome de todo y de todos y adentrándome en mi nueva y personal aventura.

El taxista, otro del que no puedo dejar de comentar.

Al contrario de lo que nos tienen acostumbrado, este no era el típico conductor charlatán, que no deja de engordar tu mente con conversaciones anodinas y al que tienes que estar continuamente asintiendo y disimulando como si te interesara algo de lo que comenta. No.

Y juro que ojalá hubiera sido así, pues me tocó un hombre silencioso, que disfrutaba de su inseparable porro, mientras hacía eses por la carretera. Y que conste que estuve a punto de pedirle que apagara el porro, pero sólo de imaginarme la cara del colega, mirándome fijamente por el espejo retrovisor durante un largo e inquietante momento, mientras de su boca colgaba el susodicho elemento y sus diestras manos dirigían a un vehículo sin unos ojos que lo guiasen… Bueno, el caso es que no dije nada y por ello llegué al aeropuerto, (porque aunque parezca mentira, llegué), con un colocón de mil pares de cojones. Y créeme, cuando te lo digo pues iba tan puesto, que entre que me perdí tres veces en el maldito aeropuerto, que no encontraba el billete, que me dejé la maleta en el baño y tuve que correr para recuperarla, rezando por el camino para que no me la hubieran quitado y que me topé con una cola lenta e interminable que al final resultó no ser siquiera, la cola del vuelo que me correspondía, pues… como ya imaginaréis, perdí el avión.
En aquel momento me cagué en la madre que parió a la gorda del taxi, en los novios, en el ladrón y el puñetero taxista de los cojones que me habían hecho perder el maldito vuelo.

Cabreado como un mono y sin nadie más de quien acordarme, cagarme o maldecir, volví a casa.
Aquella misma noche, acostado frente al televisor, mientras me hundía en la mismísima miseria, y repasaba mentalmente las caras de aquellas personas que me habían llevado a aquel estado, una noticia me impactó.

El vuelo K3R7 se había estrellado en el mar. Aún se desconocían los motivos pero se calculaba que habría más de quinientos fallecidos.

Imaginaos mi reacción. Lo primero que hice fue buscar el billete para comprobar el vuelo y efectivamente era el mismo. Mi segundo paso, llamar para notificar que yo no iba en aquel vuelo.

Y de repente sentí cómo el universo había conspirado, y no contra mí, sino al contrario de lo que pensaba, lo había hecho para evitar que muriera.

Desde aquel día, no paré ni un momento hasta dar con todas y cada una de las personas que habían conseguido que aún siga vivo. Debo de decir que algunos con más suerte que a otros.

A la anciana a la que le robaron el bolso no fue difícil localizarla pues era vecina del barrio y todos los días salía a la misma hora a pasear. Le compré un bolso carísimo y le conté lo que me había ocurrido y cómo fui testigo de lo que le ocurrió. Fue muy amable y me invitó a café y todo.

A la pareja de novios, me costó un poco más pero tampoco fue difícil, como imaginé se habían mudado por la zona y al igual que con la anciana, le regalé un gran ramo de flores a la novia, felicité al prometido y también les conté lo ocurrido. (Más que nada porque tampoco quiero que piensen que soy un loco que va por ahí regalando cosas a desconocidos).

Con el taxista tuve más problemas. No porque me costara encontrarle, no. Puedo presumir de buena memoria y recordaba bien el número de taxi. Más bien fue por otro humillante motivo. Como no sabía que regalarle a aquel hombre, pues pensé que un poco de chocolate para sus porritos estaría bien, así que me metí en uno de los peores barrios de la ciudad y cuando ya había comprado la mercancía, resultó que el camello estaba siendo vigilado y la poli me cayó encima. Un “mesesito” a la trena por posesión indebida. A pesar de ello, tras salir de la cárcel, volví a intentarlo, esta vez con más suerte y conseguí hacerle el regalo al taxista. Lo cual debo de decir que desde entonces, el hombre me persigue para llevarme a todos los sitios. No sé si será por agradecimiento o porque espera que así le haga otro regalo.

Y por último os contaré mi aventura con la gorda. A ella aún no he logrado darle mi gratitud.
Digamos que es una mujer difícil.
Después de conseguir dar con ella y averiguar dónde vivía (dato que prefiero no revelar cómo conseguí), compré un gran ramo de flores y se lo llevé personalmente a casa. Su reacción no fue la que esperaba, pues terminé con el ramo en la cabeza porque pensó que lo llevaba de parte de su ex. En un segundo intento, decidí escribirle una carta y entregársela en mano. ¡Mal pensado! Pues esta vez creyó que se trataba de una citación y comenzó a pegarme con el bolso (Que por cierto, ahora me pregunto más que nunca, que coño llevan las mujeres en los bolsos que me dejó lleno de moratones). Así que en un tercer y desesperado intento, ya podéis ver que soy persistente, decidí ir sin ningún regalo y esperar en el portal a que ella saliera para explicarle entonces el motivo por el que había ido hasta allí. Pero como bien os estáis imaginando, esto tampoco me salió como esperaba, pues la mujer me reconoció de las otras dos visitas anteriores y entonces pensó que yo era un acosador.

Así que ahora tengo una denuncia y una orden de alejamiento.

Pero, aunque no he conseguido mi propósito y aunque esa vieja bruja me siga dando por saco, rezo por ella y por todos agradeciéndoles el que, hoy por hoy, siga vivo.
Delma2815 de julio de 2014

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