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Café de Ficciones - Reflexiones -

Parapetamos nuestras inteligencias en esas pequeñas equinas de los bares más propensos para poder observar las realidades y, en medio del café, entre sorbo y sorbo, vamos aprendiendo que la vida es una consecuencia de la existencia. No es una redundancia. Es normal entender que si no hubiese existencia (Creación de Dios) no existiría vida (creación de los humanos). Así que, entre sorbo y sorbo de café, cada mañana obtengo una respuesta. Las ficciones diarias pan de cada día. Ni soy borgiano ni pretendo serlo jamás. Yo no me complico la existencia planteando fantasmagóricas teorías literarias. Todo es mucho menos complicado cuando, en lugar de querer explicar la cuadratura de los círculos (que quizás se pueda y queda muy bien de cara a la galería de la fama), te dedicas a tomar tranquilamente el café mientras a tu alrededor la vida humana se está desarrollando de manera inevitable.

¿Evitar las ficciones? ¿Cuál es el motivo moral por el cuál debemos evitar las ficciones? Nunca me ha dado a mí por evitarlas. Es más, cuántas más veces acudo a los bares para pensar en estas cosas de las letras, más me voy dando cuenta de que las ficciones (y no soy borgiano ni pretendo serlo jamás porque en realidad ni el mismo Borges se entera de lo que teoriza) son esas interpretaciones que hacemos diariamente para poder sobrevivir como escritores o como escritoras. Algunos estarán pensando que es una irrealidad. Será porque no se han detenido nunca para entrar en un bar, a las siete de la mañana, y tomar un café mientras pensamos en algo más que las tristes realidades de los que se empeñan en hacernos creer que ellos son la realidad. Para entender bien todo esto voy a prosificar uno de mis últimos poemas.

Infinita presencia de eso que se llama eterno devenir entre el tiempo y las ausencias; el misterioso y profundo enigma de este ser circunscrito en el signo de la luz: innúmera causa del andar humano entre horas de sustancia y de mil ecos. Retumba el sentido de las hojas del otoño cayendo, leves, en el fondo blanco de la primera explosión de lo emotivo. ¿Quién, desde los jardines solidarios, a solas con el crepúsculo se yergue? Noción de sombras acunadas en las tierras que, bajo las altas veletas de los sueños, es primigenia condición del caminante. Un retorno del viaje envuelto en los senderos cual epígono sentir de los pronombres plasmados en los ramajes mensajeros que los árboles brindan amorosos. Allí hacen nido los hallazgos de poesía en el rumbo consciente que se expande entre los fulgores de la cadencia silenciosa y el grito poderoso de la vida.

¿Os habéis dado cuenta ya de lo que estoy queriendo explicar? Ni soy borgiano ni estoy tomando ninguna clase de drogas más o menos blandas o más o menos duras para escribir realismos mágicos porque ese no es mi mundo. Estoy hablando de un sencillo café con leche, de esos que cuestan solamente un euro nada más porque la vida nos aprieta el sentido de la economía de supervivencia, desde donde se puede obtener una visión lúcida y lucida de nuestras coyunturas. Y mirad que no las llamo circunstancias (porque tampoco soy orteguiano) sino coyunturas. Pues bien; coordinemos las coordenadas vitales. Ya está todo más claro si aprendemos que sobre las ficciones Nadine Gordimer llegó a decir lo siguiente: "La ficción es una exploración del ser interior. Los escritores llegan a conocer las cosas por medio de ciertas facultades que tienen. Eso es la vida interior. De eso están hechas las novelas, pero los escritores no sabemos cómo llegamos a ello. Creo que en parte se trata de un sentido de observación especialmente agudo que tenemos incluso desde la infancia".

Infinita presencia de eso que se llama eterno devenir entre el tiempo y las ausencias. ¿Puede alguien decirme qué existe de incongruencia en esta frase? Si tenemos en cuenta que la ficción no es la pluriforme deformación que hacen de la realidad lo tan famosos "equilibristas" de los realismos mágicos obtenemos una magia superior. ¿No existen huecos fantásticos para las ausencia en el paso del tiempo? En mi eterno devenir lleno de segundos la presencia infinita de dichas ausencias han sido para mí fuentes de luz. Por eso escribo que el misterioso y profundo enigma de este ser circunscrito en el signo de la luz es la innúmera causa del andar humano entre horas de sustancia y de mil ecos. Una hora de café en el bar da mucho más de sí que estar lleno de sustancias dopantes esperando que te alumbren las neuronas para poder escribir algo que ni tan siquiera el mismo que las escribe las puede entender.

Retumba el sentido de las hojas del otoño cayendo, leves, en el fondo blanco de la primera explosión de lo emotivo. ¿Quién ha sido la musa de mi pensamiento? Cuando se hablan de las musas de los pensamientos se dicen verdaderas incongruencias. Yo no tengo musas en mis pensamientos. Yo sólo tengo una nada más porque, en el sentido exacto de mis realidades, hay solamente una mujer en mi existencia. Si lo queremos llamar ficción bienvenida sea esa dichosa ficción que me hace amarla por encima de cualquier otra coyuntura. Ni drogas ni leches. Las leches me las tomo con café porque he aprendido, desde siempre, que sólo existe una manera de escribir lúcido y lucido: cerrando los ojos para sentir la verdad. Muchos no lo hacen porque creen que la verdad es el realismo cercenador de las fantasías. Bien. Es el camino que han elegido ellos y ellas. Pero en verdad que es un camino aburrido, lento, pesado. Yo prefiero la ligereza de las frases que surgen, sorbo tras sorbo, mientras a mi alrededor el ruido o el silencio no son causas ni consecuencias sino telón de fondo de algún que otro pensamiento. En el fondo de todo lo emotivo siempre está ese telón de fondo blanco donde tenemos la intencionalidad de grabar alguna idea. Y entonces vamos y pintamos una ficción. ¡Cuánta realidad hemos tenido que sentir para pintar esa idea! Quienes no entienden lo que significa no pueden entender cuál es su significado.

Solidaridad bajo el crepúsculo. Quizás esa sea la respuesta a todo este andar metido entre líneas literarias cuyo sentido abarca la amplia sensación de estar cada vez más nuevo, cada vez menos gastado, cada vez más como te gusta ser. Quien escribe bajo la sensación de que le enamoran sus palabras no es precisamente un narcicista sino esa persona que ha encontrado sus sueños dentro del sentimiento ajeno a lo exterior, ajeno a aquello que no nos llama a movernos porque no es nuestro mundo. Y es que cuando acunamos a nuestras sombras bajo el cobijo de estos sueños que nos convierten en fantasía es que estamos realizando el descubrimiento más grande de toda nuestra naturaleza: el epígono de nuestro caminar. Muchos se preguntarán para qué sirve esto del caminar por las líneas engarzadas en un pleamar de sensaciones. Posiblemente sólo por un motivo al que llamamos fulgor de la cadencia de la vida. Ese grito que se expande entre las sílabas para realizarnos en nuestra propia expresividad. Por eso no necesitamos la fama de quienes tienen a sus elegidos. A nosotros solamente nos elige Dios.
Diesel12 de septiembre de 2015
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