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El Sprint Final (diario)

Cuando un ciclista se encuentra disputando el sprint final de una etapa ya no piensa en nada ni en nadie; ya sólo tiene en su mente la de conseguir batir a todos los demás y llegar como vencedor a la meta. Eso pasa también en otros órdenes de la vida. Para ser alguien como Eddy Merckx hay que saber olvidar, llegada la hora de la gran verdad, todo lo que no sea obtener el beso de la azafata de turno. ¿Cuál es la razón por la cual un verdadero campeón con carisma se convierte en caníbal de sus propios sueños? En 1980 la respuesta sólo consistía en demostrarse a uno mismo que el color amarillo era un color de triunfo y no de fracaso. En 1980 los del teatro cerraron sus bocas para dar paso a la grandeza de quien triunfaba vestido de amarillo por fuera y vestido de amarillo por dentro. El sprint final era lo único que, en verdad, contaba para demostrar que todo aquello de las aulas del periodismo universitario no era un simple pasar el tiempo. Era una verdadera batalla contra los sastres y los curas; contras las beatas del opus y los fachas con moto y perro pastor alemán. El málaga virgen no era lo que yo buscaba sino esa especie de jugo de la vida para inyectarme vitaminas en lugar de las lágrimas de cocodrilos que tanto abundaban a mi alrededor. Lavapies bien merecía un esfuerzo redentor para vengar la caída de quien supo estar a mi lado hasta que las fuerzas le fallaron y tuvo que abandonar la ruta para irse con los correos ambulantes. Pero yo sí iba a llegar y lo haría por él y por otros inocentes que no pudieron participar del sprint final. Como aquel que tuvo que irse a llorar su derrota a tierras gallegas. O como quien tuvo que andar de calle en calle vendiendo enciclopedias para poder olvidar su caída.


Era mi sprint final y no miré hacia ningún lado. Sólo tenía delante de mí la ocasión de seguir vistiendo de amarillo por fuera y de amarillo por dentro para cerrar la boca a los del TEU y su "sopa de mijo para cenar". Primavera en Madrid. Ya se gestaba en mi interior lo de triunfar en el sprint final y poder reírme a gusto de todo aquel absurdo de la "sopa de mijo para cenar" de la Sala Cadarso. El Grupo Tábano ni se enteró de que yo preparaba mi futuro con "El juicio de José" y "La Carreta" para demostrarle a todos ellos cómo se hace un teatro combativo, un teatro reivindicativo y un teatro social sin tener que estar afiliado a ninguna clase de ideología sino solamente compitiendo contra uno mismo para arrasar con todas las expectativas. Surgí desde muy atrás pero cuando todos quisieron darse cuenta había logrado triunfar en el sprint final.

Los del TEU jamás alcanzarían tanta gloria individual siendo, a su vez, un verdadero corredor de equipo por y para el equipo aunque, eso sí, con los galones de líder. Felices recuerdos para los "tábanos" que quizás ahora se den cuenta de que el bicho que le picó al tren sólo recogía carbonilla y hollines. Y es que yo era aquel deshollinador de Cantilo. Cuento con las alas del mar si no encuentro un ser humano que me pase a buscar. Ya no puedo verme llorar. Es de noche y se hace tarde. Yo te espero en el bar. Y en cualquier bar de cualquier rincón de cualquier calle oscura de Madrid brindé por la victoria en el sprint final y porque ya había alcanzado vestir de amarillo por fuera y de amarillo por dentro porque me acordaba de que comencé a publicar mi liderato precisamente con camiseta amarilla y siendo "espartano" de los de verdad. Ahora ya no era el Instituto. Ahora era ya la Universidad. Y entre goles y pases de gol seguía siendo el líder de los "sin fronteras". Surgiendo desde atrás había superado al motorista superstar y a todos los fachas que pusieron fronteras a los de Lavapies. Por ejemplo.


Y lo más interesante de toda aquella égira del pensamiento es que recuerdo que descubrí y me dí cuenta de todas las mentiras -piadosas o no piadosas que de todo había- que predicaban los ateos marxistas (socialistas, comunistas y anarquistas) cuando mentían haciendo creer que el Capitalismo repartía mal los beneficios del dinero mientas ellos, los de las izquierdas más o menos rojas, eran los que mejor repartían el dinero cuando la verdad (por todos conocida y por ellos callada) es que desde siempre en los países capitalistas la inmensa mayoría de su población viven con una renta per cápita mucho más elevada que la inmensa mayoría de la población de los países marxistas.


Fin del sprint final. Consigo la victoria planteando la siguiente paradoja: lo ateos marxistas no hacían más que publicar a los cuatro vientos que el Imperialismo Capitalista es inhumano mientras que el Imperialismo Marxista es muy humanista. ¿Se puede saber entonces por qué en los países donde el capitalismo cristiano ha desarrollado más y mejor a sus habitantes el pueblo puede manifestarse cuantas veces quiera mientras se les respetan sus huelgas y sus paros indefinidos porque la convivencia se basa en el diálogo mientras que en los países donde se ha impuesto por la fuerza bruta el marxismo ateo no se admite jamás ni tan siquiera un intento o atisbo de queja pública porque te sacan los tanques y los cañones matando a cualquier número de personas impidiendo que el pueblo manifieste sus necesidades?


Descubrí, mientras vencía a todos mi rivales, que todo es al revés; que en el llamado "capitalismo salvaje" todos y todas podemos protestar de manera civilizada y que en el llamado "humanismo marxista" no puede protestar ni Dios. ¿Habéis entendido ya amigos lectores y amigas lectoras? Pues eso. Que en Estados Unidos y Francia (capitalismo) se vive muchísimo mejor que en Corea del Norte y China (marxismo) por no decir que es muchísimo mejor vivir en Mónaco y Liechstenstein (capitalistas) que en Venezuela y Cuba (marxistas). Fin de égira, recojo mi maillot de líder y me siento realizado. ¡Ay Benito, Benito, Benito! ¡Qué tonto eres cuando te haces el listo!
Diesel13 de agosto de 2017

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