René Char dejó escrito en "El desnudo perdido" (Le nu perdu) que "igual que hay varias noches diferentes en el espacio, hay varios dioses en las playas del día; pero están tan separados que entre aliento y salto de agua ha pasado toda una vida".
No nos podemos acercar demasiado a nuestros dioses porque se burlan de nuestras arrogancias. No podemos sino caminar lentamente hacia el ciclo de nuestras existencias caminando entre las olas de los sofisticados mundos que nos crean los dioses. Lo máximo que podemos conquistar es un resplandor de sustancia al final de nuestro tiempo. Desde la luz de la infancia hasta la oscura hora de nuestro final siempre entreveramos un poco, sólo un poco, a esos nuestros dioses que viven jugando con nosotros a aparentar que somos importantes. Y en ese juego nos atrevemos a humanizarlos como destino para intentar interpretar sus misterios. Quizás los dioses nuestros no nos den nada más que la media libertad que nos merecemos. Quizás lo mejor es no vivir pendientes de ellos y encendernos a nosotros mismos... y querernos a nosotros mismos... en el océano de los suspiros humanos. Porque la media libertad es lo máximo que nos conceden los dioses si vivimos pendientes de sus alboradas. Así que vivamos la libertad plena sin tener que depender de ellos.
