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Las Claves (reflexiones)

El laberinto de nuestras personalidades se compone de tantas ideas concatenadas que allí donde nos proponemos ser es donde nos encontramos con el conocer. ¿Ser para conocer o conocer para ser? He ahí el dilema que los seres humanos nos hemos estado planteando desde los tiempos más remotos de nuestras apariencias. ¿Somos, en realidad, apariencias o algo que va más allá de las apariencias? En principio, no somos nadie. Nacemos sin ser nadie en concreto sino que, al nacer, somos tan abstractos que necesitamos un determinado tiempo para comenzar a elaborar el laberinto al que me refería al inicio de esta reflexión.

¿Cuándo comienza el laberinto de nuestras personalidades a ser palpable, visible y hasta confirmativo? Nos confirmamos con el paso de las edades tanto en sentido positivo como en sentido negativo. He aquí la dualidad continua de los seres humanos. O somos autoridades de nuestra propia esencia humana o terminamos sometidos a las circunstancias ajenas. El peligro de toda existencia humana es un inicio filosófico que arranca desde nuestros primeros sueños. Dichos principios son las claves que cada uno de nosotros empleamos para abrir nuestra caja de conocimientos. ¿Qué cuestiones vitales son las que debemos guardar para comprendernos definitivamente? ¿Podemos o no podemos introducirnos en nuestro interior sin que nuestro exterior sufra ninguna discontinuidad deformativa? Esa es una cuestión que inquieta a los psicólogos de tal manera que se pierden del todo en sus teorías insuficientes. Por eso los psicólogos combaten contra sí mismos cuando no aciertan a combatir a los demás.

Al parecer, en los tiempos actuales, el surrealismo utilista es un entusiasmo desmedido que está degenerando en un hiperrealismo conclusivo y deformante. La conclusión que comenzamos a vislumbrar, después de tantear por los mundos de las experiencias vividas (o solamente observadas), es que el tiempo nos está impidiendo ser entes completos siempre que no sepamos adaptar dicho tiempo a nuestras insuplantables personalidades. Eso es lo que los psicólogos no aciertan a descubrir porque creen que un ser humano puede ser diseccionado mentalmente en partes separadas las unas de las otras. Olvidan que el eje principal de la personalidad humana es lo unívoco que ilaciona nuestros pensamientos con nuestras conductas. Parece, en principio, difícil de descubrir y, sin embargo, es el desconcierto social el que está aturdiendo la concepción de que no somos siempre como nos dicen que somos; por eso es una nulidad creer ciegamente en los psicólogos que, a decir verdad, naufragan disfrazados de conductores de nuestras mentes olvidando que lo importante de nuestras mentes no se encuentra en nuestros cerebros (y de ahí el fracaso de los psicólogos) sino en ciertas partes internas de nuestras anatomías espirituales a cuyo conjunto lo llamamos alma.

Perder las claves de esta preposición natural de las personas es deambular por el mundo de las innaturalezas pseudo humanas. O somos algo que nos distingue de la simple condición de gentes o nos embarcamos en la disociación inevitable de nuestras personalidades y terminamos por ser una indefinición cada vez más absoluta que, dicho sea de paso, es lo que está ocurriendo a muchos hombres y a algunas mujeres. Perder las claves de nuestras naturalezas idiosincrásicas es terminar tan fuera de control genético de nuestras condiciones primarias que, al final, terminamos por desconocer lo que se es de lo que no se es. En definitiva, somos lo que otros deserían que fuésemos si no somos capaces de mantener en nuestro poder las claves de nuestro propio código personal. En ese sentido, yo siempre esgrimo un mismo e invariable pensamiento olvidando a las circunstancias ajenas: "¿Quién dirige ese yo al que tanto recurro para permanecer siendo siempre fiel a mi propuesta humana?". El espíritu. La respuesta es el espíritu; el verdadero principio de la vida.

Entre el pensamiento y la razón, las claves de nuestras personalidades residen en un agente funcionalmente formativo que nos empapa de reflexiones para dotarnos de la suficiente energía necesaria para adentrarnos en nuestros sentimientos naturales. Un espíritu subjetivo en cada persona y objetivo en el común de las sociedades humanas. Y esto sí es un absoluto digan lo que digan los erráticos pensadores de la relatividad.
Diesel10 de mayo de 2015

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