Recuerdo que no hace mucho quería, de mayor ser Rapunzel, ser el oido de Beethoven, la caligrafía de Neruda o la ceguera de Monet.
Hoy apenas me conformo con no romperme, con no caminar por arenas movedizas y hundirme en declive hacia al fondo.
Lo cierto es que todo radica en mi, pero a veces dudo en si soy yo quién se siente atraida por el infierno, o es el infierno quién me seduce por quedarme dentro de él, rota y sin consciencia, mísera de recuerdos, que siendo efímeros, acaban tomando forma de pesadillas, castigandome al compás de un vals triste, los cuales mueren cada noche con cada amanecer.