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El Norte.

¿A partir de cuántos errores podemos llamarlo experiencia?. La respuesta, da igual, dan igual los errores, por cuántos caminos equivocados te hayas enredado, da igual que llegara un momento en el que ni la luz del sol pudiera darte pistas sobre que dirección tomar. Es cierto que una vez perdiste el norte y que fueron pocas las personas que tiraron de ti para mostrártelo de nuevo. Dicen que el mundo es muy grande, pero tú lo veías como la mayor de las prisiones. Quisiste levantar muros a tu alrededor para que no pudieran ver quien eras, para poder sonreír y decir “no me conoces, y jamás llegarás a hacerlo”, pero se te olvidó. Se te olvidó que tu tampoco podrías ver, que las sonrisas sin aire se mueren y que necesitabas puentes, puentes hacia las pocas personas que se esforzaron por mostrarte el camino. Puentes hacia él, que te habla todos los días, que siempre se preocupa por ti, en el que poco a poco fuiste confiando y al que llamas hermano mayor aunque vuestro ADN no tenga nada que ver. Puentes hacia esas experiencias que te recuerdan que sobran dedos en la mano para contar a quienes realmente importan, importan dos, solamente dos personas por las que darías todo lo que tuvieras, a las que ayudarías sin pensarlo, a las que han pasado a ser parte de lo que podrías llamar familia. Está tu hermano no reconocido y la persona que te ayudó a recobrar la esperanza en el mundo, la que se queda despierta mientras te abraza, esperando a que te duermas y a poder protegerte de todo. El que te limpia las lágrimas cuando lloras y te pide perdón para que sonrías aunque no sea él quien tiene la culpa, jamás suelta tu mano, pero siempre susurra un te quiero. Gracias mundo, por haberme enseñado que importa más la calidad que la cantidad, por haberme enseñado que puedo ser feliz con poco y que el norte está ahí, donde están ellos.
Elinea25 de julio de 2013

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