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La Ley y la Trampa.





El sol bañaba las copas de los árboles, hacía calor y el color verde se alzaba por encima de las montañas. Sobre el asfalto un pequeño escarabajo negro hacía la carrera de su vida, y mientras, su sonrisa se entrelazaba con mis pensamientos. Rodeamos la Iglesia por debajo de la sombra de aquellos árboles que formaban un pasillo, una pequeña fuente nos esperaba al final del camino. Lo primero en lo que pensé fue en si vería correr el agua calle abajo y él se limitó a mostrármelo; siempre se anticipaba a mis acciones, sin saberlo tenía una conexión con mis pensamientos que resultaba extraña, pero reconfortante. Entonces pensé en mojarle, en la típica escena de las películas donde todo acaba con un abrazo o un beso, en ese momento una sonrisa se dibujó en mis labios. Me reía de mi misma, de cómo había caído otra vez ante lo que tanto temía, estaba empezando a dejar de ser yo para empezar a ser un poco más de él, sabía que la felicidad tenía un precio. Se pagaba con las altas probabilidades de tropezar, de hacerse daño. Aun así estaba tan loca que quería arriesgar. Quería guardar para mí esa sensación de tranquilidad que tenía cuando estaba con él, esas sonrisas que me dedicaba, los enfados tontos seguidos de reconciliaciones, todo cuanto era él y todo cuanto era yo cuando estaba a su lado. Quería quedarme allí, donde el verde se alzaba por encima de las montañas, donde el agua helada del río corría para esconderse en alguna parte. Adoraba todo lo que me había enseñado, la forma que tenía de ver la vida y a las personas, adoraba la esperanza que me había devuelto, las ganas de sonreír por todo y por nada. Siempre caminaba a mi lado, me gustaba que apoyara su cabeza sobre la mía, que me besara en la frente, que me mirara y me chupara la nariz para luego salir corriendo y evitar que le pegase. Era tan él, tan contrario a lo que soy yo…

No sé si alguna vez os habréis sentado en la orilla de un río un día de verano. No sé si alguna vez os habréis mirado en el agua, durante un buen rato, intentando descubrir quienes sois a parte de un nombre o un apellido. Quizá hayáis pasado por alto cualquier tipo de reflexión profunda, o quizá no. Quizá en los días de lluvia, cuando todo va mal os hayáis preguntado qué sentido tiene todo cuanto os pasa, todo cuanto sois o creéis ser. Yo solo sé que un día le vi a él a mi lado, vi que ahora existo. Existo gracias al opuesto que me complementa. Gracias a que si yo me caigo el me levanta, a que si yo lloro él sonríe para quitarle importancia, para demostrarme que en esta vida todo tiene solución salvo la muerte. Si yo corro el me espera, me abraza y no deja que me marche. Las ondas que dibujo sobre la superficie del agua, las que se encuentran con él, las que son perfectas por eso que las corta el camino. Es la fuerza de los polos opuestos, la historia de los contrarios que da sentido a la ley y a la trampa. Esa, es la historia que vale la pena.
Elinea16 de mayo de 2013

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