Recién pintada, impregnada de un olor nuevo,de un color capaz de absorber y borrar cualquier rastro del pasado que llevaba su nombre. Y aún así no era suficiente, nunca lo era.
Mirarse al espejo y preguntarse quién era se había convertido en la rutina de todas las mañanas. Era una de las pocas personas que a su edad eran conscientes de que el camino que siguieras te llevaría a un único lugar, la perdición, los pasos en falso, las decepciones. Puede que el mundo se lo estuviera poniendo demasiado difícil y que cada uno de los remiendos que le hacía a su persona para conseguir mantener los pedazos unidos no fuera suficiente. Algún día todo se caería por su propio peso y eso, era lo que ella más temía. No podía escoger un futuro para ponerle su nombre y a pesar de todo intentaba convencerse de que si seguía luchando conseguiría lo que anhelaba. En esta vida la pintura no era suficiente para arreglar una fachada que se caía a pedazos.
Recién pintada, impregnada de un olor nuevo, descansaba sobre esa colcha de lunares mirando hacia el techo de una habitación que no era la suya. Las preguntas que se formulaban ni siquiera eran escuchadas, mucho menos respondidas, solo importaba el mundo y su movimiento de rotación aunque sus manos dejaran que resbalase todo cuanto contenía. Poco a poco cada pieza de la fachada se resquebrajaba por el peso de una sociedad sumida en la decadencia y la ceguera de unos ojos que no querían ver. Ella enfermaba, sola no podría salvar a nadie, mucho menos... a sí misma.
