En esas noches en las que llego a la puerta del departamento que alquilo cansado, molesto y hambriento del trabajo, pensando en que debo hacer algo rápido de comer para echarme a descansar lo antes posible para comenzar al día siguiente con la misma rutina, suelo tomarme un par de minutos. Tengo la suerte de vivir en una ciudad relativamente chica con respecto a las capitales de mi país, en donde pasadas las 9 de la noche, las calles se vuelven desiertas y el ambiente se llena de calma y quietud. Mi departamento esta en la contra fachada del edificio, por lo que mi vista no es muy buena en lo que a la ciudad se refiere, pero puede ser perfecta según con que angulo se mire. Es en este momento donde inconscientemente me asomo al balcón y con la cabeza gacha por el cansancio miro el centro de la cuadra y maldigo por no poder deleitarme con el comportamiento errático de las personas, que apuradas, viajan de un lado al otro de la ciudad para cenar con amigos, encontrarse con familiares o simplemente gastar plata que no tienen en combustible para el auto o en regalos propios o a terceros que no tienen un fin especifico más que saciar el hambre consumista. Luego de algunos minutos de desahogo de la molestia interna, alzo la mirada hacia el infinito cielo custodiado por un astro tan simple como lo que vemos, pero tan complejo y lleno de misterios que solo unos pocos conocen. Para este instante, mi alma queda sola y desnuda a la merced de este astro y compañía que vigilan nuestra vida desde siempre y todo hombre o mujer en algún momento a intentado alcanzar, pidiendo ayuda para encontrar paz antes de desvanecerse en la cama a la espera del paso del tiempo para comenzar un nuevo día. Mi mente sirve de interprete entre la luna y mi ser intercambiando pensamientos con un ente que no responde, pero que con su presencia acaricia mi alma de forma suave y envolvente ralentizando el tiempo y pacificando mi ser, preparandome para descansar. Por fin, descansar.
