Cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, la más insana, la más
ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que juren que seguirán
continuamente en esa condición excitada, anormal y agotadora hasta que la muerte los
separe
George Bernand Shaw
Camilo Cuzco balbuceaba para sus adentros una frase que cambió su vida mientras caminaba hacia la ruta 27 sin destino alguno. Él creía haber cometido un crimen y su conciencia sucia, manchada, lo hacía avanzar inerte.
En la calle Murillo a la altura 22, Mercedes Entié, su mujer, herida de muerte por despecho, pedía auxilio. Un vecino se acercó a la vivienda al oír gritos, allí se encontró con que la joven se arrastraba por los pisos de blanco lustre que alguna vez habían elegido para la cocina. Ella estaba mal herida, afrentada, irreconocible por la sangre, como Cuzco al mismo tiempo suponía verla en un rapto de conciencia. El hombre de inmediato dio aviso a la policía.
- ¡Identifíquese, señor!- dijo el oficial Casares, al ver a un hombre que deambulaba.
- Camilo Cuzco- pronunció asintiendo con la mirada todo lo ocurrido.
Ello le bastó al oficial para dar arresto al individuo. Ya en la comisaria dio con lujo y detalles lo que había hecho con el puñal y (sobre todo lo que a usted y a mí nos interesa) el por qué. Se excusó diciendo: Hasta que la muerte nos separe.
