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Hasta Mañana

La habitación estaba pobremente iluminada, el radiador desprendía un calor excesivo, sin embargo dentro de la cama, mi cuerpo tiritaba como si estuviera bajo cero. Mis manos se aferraban a las sábanas arropándome lo máximo posible, el pijama de dos piezas estaba empapado de sudor, pegado a mi cuerpo como una segunda piel apestosa, traslúcida, que aumentaba, más si cabe, la sensación de frío.

Poco a poco la puerta empezó a abrirse, dejando pasar progresivamente la luz del pasillo, todo mi cuerpo se estremeció, los mandíbulas temblaban incontroladamente, haciendo chocar muela contra muela, incisivo contra incisivo, en danza convulsiva. Los dedos congelados de manos y pies me dolían horriblemente, como si pidieran a gritos ser sesgados del resto del cuerpo. Comencé a balbucear, mientras mis brazos apretaban las rodillas contra el pecho, en ese momento, una sombra se proyectó contra la pared, haciéndose cada vez más y más grande, cerré los ojos y traté de acallarme empujando la mandíbula contra las rodillas.

Pude oír como la puerta volvió a cerrarse, unos pasos cruzaron por delante de la cama, se detuvieron, unos segundos después percibí como te descalzabas y dejabas caer tus zapatos al suelo, más tarde silencio, un largo y prolongado silencio se apoderó de la habitación, hasta que, como por arte de magia, colcha y sábana se levantaron por el lado contrario de la cama. Tu cuerpo se tumbó junto al mío, mientras mi cabeza, presa del pánico, se bloqueó como una puerta herrumbrosa.

“Sssssssssshhhhhhhhh”, murmuraste con extrema delicadeza, “sssssssssshhhhhh”, repetiste mientras tu mano acariciaba mi frente. El temblor dio paso a la rigidez, una rigidez, extrema, cadavérica, marmólea. Todo el cuerpo se extendió a lo largo, manos y brazos pegados a las caderas, piernas juntas, estiradas, cuello y columna erectos, boca cerrada, mentón algo levantado.

Unos dedos gordos, ásperos, avinagrados, empezaron a escarbarme con brutalidad, una boca desatada por la lujuria, buscaba partes, que en público nunca se muestran. Después de poner en carne viva mis zonas sensibles, su cuerpo entró en el mío, sin permiso ni licencia, produciéndome un dolor cáustico difícil de olvidar. Un hilillo de baba rozaba mi cara, gemías en voz baja, gemías como un animal de carga tras un duro esfuerzo, por fin tu cuerpo se desplomó sobre el mío.

Una caricia tosca, culpable, buscó consuelo, “Adios, mi amor”, me dijiste con voz forzada, “Adios Papá”, respondí mientras secaba las lágrimas de mis mejillas “Hasta mañana”.
Fernandoj28 de febrero de 2012

6 Comentarios

  • Laredaccion

    Muy buen relato, Fernando. Muy bien resuelto y redactado. Amargo final. Te felicito sinceramente.
    Esteban.

    28/02/12 05:02

  • Fernandoj

    Muchas gracias Esteban.

    29/02/12 09:02

  • Danae

    Terrible tema y argumento muy bien contado, como siempre, Fernando. Logras dejarnos en suspenso hasta el final.
    Un gran abrazo.

    09/03/12 04:03

  • Taber

    Es tremendo tu relato, crece la angustia conforme avanzas en la descripción, logras muy bien plasmar la agonia de la víctima. Muy duro, la impotencia de ella se siente en todo momento.
    Un abrazo Fernando!!

    19/04/12 09:04

  • Fernandoj

    Danae, de nuevo te agradezco enormemente que leas mis textos, es un auténtico placer ver tus comentarios.

    20/04/12 10:04

  • Fernandoj

    Taber, me alegras el día con tu comentario, es muy satisfactorio saber que he logrado el efecto que pretendía al escribirlo.


    Un fuerte abrazo .

    20/04/12 10:04

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