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La Lluvia

La lluvia caía con fuerza sobre mi paraguas, produciendo un agradable sonido, de sordo estruendo, que me envolvía y me reconfortaba, al saberme resguardado de la cortina de agua. Inmóvil permanecía frente al semáforo, esperando que la luz verde me diera paso entre la jungla de automóviles, que despreciando el mínimo sentido de la prudencia, recorrían las calles a velocidad claramente excesiva.

En la acera de enfrente unos niños jugaban despreocupados con la lluvia, atenta, una vigilante madre decidía hasta que punto sus juegos podían representar un peligro, o por el contrario, eran inocuos.

Incapaz de apartar la vista de aquellos muchachos, observaba con envidia, como saltaban sobre los pequeños charquitos que había en la acera, reía la forma con la que buscaban los desagües de los edificios colindantes, para colocarse justo debajo de ellos, sus empujones, sus miradas maliciosas, su búsqueda constante de diversión. Por momentos desee olvidarme que mi ropa no era precisamente la más adecuada para enfrentarme a la lluvia y que me estaban esperando para una reunión y pensé seriamente en unirme a ellos.

El semáforo empezó a cambiar a amarillo, los muchachos se pegaron a la acera, como si de la salida de los 100 metros lisos se tratase, trascurrió medio minuto y se encendió la luz verde, los dos chiquillos salieron disparados sobre el paso de peatones en clara competición por ver quien llegaba primero a la otra acera, mentalmente aposté por el que llevaba un abrigo azul, que había tomado cierta de ventaja. Uno, dos, tres, cuatro carriles superados, y el del abrigo rojo amenazaba con ganar la contienda.

Un horrible chirriar de ruedas, seguido de un golpe seco, terrible, heló mi corazón. Una bola azul salió despedida en línea recta, el grito desgarrador de la madre hizo que el tiempo se detuviese, que infierno y cielo se uniesen en funesto duelo, que la indiferencia tornara congoja, que la desesperación gobernara nuestros pensamientos.

Bajo sus botitas, un reguero de sangre tiñe el frío asfalto, en las manos de la desmadejada madre colgaba su capucha, insuficiente freno para tanto ímpetu.

La lluvia vuelve a caer sobre la ciudad, junto a mi protector paraguas espero la señal para cruzar, nadie salta sobre los charquitos de las aceras, ni busca burlón los desagües, ni ve en el paso de peatones una pista deportiva, nadie, salvo yo.
Fernandoj07 de febrero de 2012

9 Comentarios

  • Laredaccion

    claro, la imaginación está precisamente para eso, para ver.
    Entretenido y original relato.
    Un saludo.
    Esteban.

    08/02/12 12:02

  • Abyssos

    No importa cuán crudo u oscuro sea, los ojos de un niño siempre ven al mundo como un parque de diversiones… inclusive la muerte es poca cosa y hasta se revela interesante para el que se atreve a soñar con ella y sus tan distintas formas.

    Fascinante, como siempre lo ha sido tu mirada del mundo expresada en esta narrativa concisa, ampliamente recomendable.

    Saludos.

    08/02/12 12:02

  • Kc

    Impresionante!!! me encanta el matiz personal que aplicas, tu nostalgia y el cuido de tus detalles en la vida.
    Un abrazo.

    08/02/12 03:02

  • Fernandoj

    Gracias Esteban, muchas gracias.

    08/02/12 09:02

  • Fernandoj

    Abyssos, un auténtico placer leer tus comentarios.

    08/02/12 09:02

  • Fernandoj

    Kc, de nuevo muchísimas gracias.

    08/02/12 09:02

  • Leonora

    Me gusta mucho la manera en que narras las cosas más "sencillas", y le pones tu toque...
    Es un deleite leerte.
    Un abrazo

    08/02/12 09:02

  • Fernandoj

    Gracias Leonora, eres demasiado amable con mis relatos.


    Un abrazo.

    08/02/12 12:02

  • Danae

    Lo lúdico y lo trágico en sabia conjunción.
    Un gran abrazo, Fernando.

    15/02/12 01:02

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