El destino nos unió aquel día. Dos niños que jugaban en aquel parque al que ahora miró y me cuesta reconocer. Nos comprometimos mutuamente. Nos comprometimos por siempre, prometiendo que nuestro amor no se rompería nunca. Vivimos, claro que vivimos. Aquello fue tan real que nos lo creímos. Creímos que el inmenso amor que sentíamos solo aumentaba por momentos y eso nada ni nadie podría pararlo.
Y permitimos. Permitimos mucho. Tanto que lo consiguieron.
¿Por qué no supimos pararlo? Teníamos magia en nuestras manos. Teníamos amor. Nos enamoramos locamente. Esperamos los momentos correctos. Mediamos y nos dejabamos llevar, era perfecto.
No importaba nada ni el tiempo, ni la lluvia, ni el frío... Siempre era el momento perfecto para encontrarnos. Nuestros besos, nuestras caricias, nuestra vida... La nuestra. Hoy ya no está.
Cuantos errores cometimos. Nadie hubiera apostado por nosotros. Tan niños y inocentes. Parecía que lo habiamos conseguido, nos quedaba nada para llegar a cumplir todas esas metas y sueños que hablabamos siempre.
Te di tanto, me diste tanto. Que nunca podremos devolvernoslo. Quizás nunca podremos hablar de todo aquello que nos paso. De lo mejor y de lo peor que vivimos.
Nunca podremos sentarnos en aquel parque que tantas horas pasamos juntos. Nunca podremos decirnos lo mal que lo pasamos cuando tuvimos que echarnos de menos.
Porque ya ha pasado mucho tiempo. Tu encontraste el camino de tu vida, el que querías para ti y del que yo no formaba parte. Y yo... yo te eche. Yo encontre la oportunidad y me fui. Pero no porque no te amaba, sino porque lo nuestro ya no era aquel amor.
Ya no veia aquel brillo en tus ojos. Ya aquella sonrisa que tanto te encantaba se había roto.
Ya no había vuelta atrás. No habían más oportunidades.
Yo no se si tu piensas en todo aquello que fue y ya no pudo ser. Pero yo si. Sí pienso en ti.
