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La Niña Eterna

Juan Francisco Rosamuerta había vivido toda su vida en la casa heredada por sus padres, quienes murieron cuando él era un niño. Su madre falleció al darlo a luz y su padre no soportó la pena hiendo a parar junto a ella tiempo después. Los sirvientes que vivían en esa enorme casa jamás salieron del lugar puesto que no tenían donde ir, y el niño fue criado en medio de sus caprichos, la sobre protección y una servidumbre que estaba dispuesta a cumplir hasta el mas mínimo deseo que él pidiese.
La casona era un lugar silencioso de finos muebles donde el caminar de las ancianas era un susurro que daba livianos signos de vida. Los pasillos fríos, el olor a madera húmeda y las piezas oscuras, encerraba en cuatro paredes un ambiente velatorio donde el cadáver era la inercia de una vida joven y fluida.
Los sirvientes deambulaban de aquí hacia allá, como almas en pena, y se escurrían en todos los rincones como arañas, excepto en el taller del joven Rosamuerta, habitación donde el niño creció y "maduró".
La taxidermia era lo único que le daba algún sentido a la vida monótona y elegante de Juan Francisco. Los sirvientes, con una mezcla de miedo y respeto, abrían lentamente la puerta para ver el contorno de su señor y unos brazos largos cortando en pedazos a gatos, conejos y palomas para rellenarlos con algodón.
Un día, Una niña pequeña llegó hasta la casona Rosamuerta. Sus padres eran pobres y dejaron a la niña con el familiar mas lejano que pudiesen encontrar. La niña se llamaba Elizabeth y desde entonces empezó a servir a Juan Francisco Rosamuerta.
Elizabeth era la gota de vida que en la casona Rosamuerta no había pasado hace mucho tiempo, y todos estaban felices con tenerla en casa. Su familia de servidores, jamás la reprendía, por lo que sus salidas a la ciudad eran frecuentes, ganando muchos amigos y chicos mayores con los cuales se acariciaba en la oscuridad, jugueteando con su deseo adolescente y vivo.
Con el tiempo, ella se había cansado de manipular a los hombres y empezó a buscar algo que la llenara y la hiciera sentir menos niña. En su señor siempre había tenido una especie de curiosidad. Con los ojos brillosos escuchaba las anécdotas que Juan Francisco cometía cuando era un niño. De como había evadido la perdida de sus padres y se había entregado a una vida reservada y huraña. Elizabeth se sintió atraída. Había algo en ese rostro serio y misterioso que calentaba el vientre de la niña. Por las noches comenzaba a soñar con él, sueños en los cuales se abrazaban y se decían cuanto se querían y lo solos que se encontraban sin padres.
Elizabeth, como la púber pre-adolescente que era, se había enamorado de la idealización que había construido en su preciosa cabecita de su señor Rosamuerta.
La tarde en que habló con él, sintió nervios, como en el primer beso, o la noche en que desfloró su entrepierna.
Juan Francisco era todo lo que ella había imaginado. Un rostro joven, serio, somnoliento y severo, el ceño fruncido, la barba desaliñada y los ojos fríos. Llenó lo que faltaba en el corazón de Elizabeth para decirse a si misma "esto es lo que quiero"
Su señor había quedado encantado con ella. Sentía cosas que no había pensado sentir, pero que tenia el conocimiento de que existían.
Pronto comenzaron a verse mas seguido. Los sirvientes preguntaban que hacia con él para que ahora se paseara sonriente por la casona. Ella solo le hablaba. Se sentaba entre sus piernas mientras el trabajaba en esos animales muertos. Se reían y se conocían.
Pero Elizabeth lo besó. Y Juan Francisco Rosabuena lo correspondió.
No debió hacerlo.
Elizabeth se entretenía con Juan Francisco, pero de vez en cuando gustaba de salir a las calles. La ultima vez que lo hizo fue una tarde en que visitó a uno de sus amigos. Don Rosamuerta, en la casona, estaba furioso: ¿donde estaba la niña? ¿con quien estaría ahora? interrogó a sus sirvientes y nadie lo sabía, asi que él mismo partió a las calles, a las que nunca recorría. La encontró en el mercado, de la mano con un joven. Juan Francisco estalló en una ira incontrolable. Le arrebató la mano a la niña y escupió en la cara al muchacho para luego darle una bofetada. A Elizabeth la arrastró hasta su casa y la encerró en su taller. Pasaron semanas en aquel claustro. Nadie hizo nada.
Con el tiempo, todo volvió a ser normal en la casona. Todo volvió a ser lúgubre y sombrio, húmedo y pastoso, la madera de os muebles volvió a escucharse retorcer al igual que los huesos de los ancianos. Nadie nunca supo que pasó con la niña durante unos meses, hasta que una anciana sirviente entró hasta el taller de Juan Francisco. La respuesta fue un grito estruendoso que se escuchó por toda la casa. Los platos cayeron al piso para hacerse mil pedazos. y la comida manchó todo el piso. El señor Rosamuerta no se inmutó ante tanto bullicio. Él solo seguía cociendo y cortando animales. Sonrió tranquilo y miró su obra mas querida. Una niña de unos 15 años, inmóvil, con una sonrisa preciosa. Los hilos eran anexos donde las capas de cuero se unían. Así Juan Francisco Rosamuerta podría ver a su niña por siempre Bella.
Silenciosa.
Sonriente.
Eterna.
Forloren17 de julio de 2008

3 Comentarios

  • Mejorana

    Buen relato, muy bueno dir?a yo.
    Macabro, eso s?.
    Ah? reside su misterio.

    20/07/08 04:07

  • Hysteria

    ?Qu? bueno! En serio, me ha gustado mucho, un buen relato, le das un buen toque de oscuridad con cada adjetivo que describe la casa y a qui?n en ella habita. Enhorabuena.
    Saludos.

    25/09/08 01:09

  • Jesusmiguel888

    Me ha gustado bastante. Y ejemplifica, las ganas de poseer el amor y la belleza por parte de la gente. Muy bueno y macabro a la vez.

    21/09/09 09:09

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