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Las Secreciones de Dios.

A través de todas estas décadas de investigaciones arqueológicas y las transcripciones de las frecuencias recibidas durante el último milenio, la conclusión final nos arrojó hasta una ecuación que culminaba en una zona imprevista: una gran masa de tierra inerte que escondía el diagrama cósmico hacia el origen de dios.

El origen de dios.

Mis expectativas al entrar en contacto con la atmósfera del planetoide eran nulas. Corteza terrestre fría. Vegetación inexistente. Ambiente hostil con altos niveles de minerales. Irrespirable. Mis indagaciones solo arruinaban las posibilidades de encontrar tal ambicioso (y soñador) descubrimiento.

Mientras exploraba los inmensurables desiertos y cráteres, los rincones se volvían cada vez mas monolíticos. Tras esas magnas colinas lisas lo único que encontré fueron solo dos seres vivos. Y dos seres vivos eran suficientes para montar una escena tan freudiana como dantesca.

Encuentro esta criatura humana brutalizada ante la transgresora violencia de un críptico mar de carne que parodiaba unos órganos sexuales, escrutando en la estrecha concavidad de su cuerpo.

La espesa viscosidad de su delicado fruto sexual derramaba goterones de una secreción cristalina a través del ajustado y tirante roce de un miembro gigantesco, diluyendo la mezcla abrasadora en los fluidos albinos de aquel horroroso depredador.

Y ella, agitada en un mar de supuraciones y rocíos abominables, era saciada a través del dolor. Así como si tragara del banquete mas delicioso.

Espantado ante la sátira mas corrupta del instinto lascivo, masacré aquella aberración espantosa y lleve a la niña hasta mis aposentos.

Pero ¿del mapa universal hacia el origen de dios? ni la mas despreciable pista.

Desesperado por encontrar algún registro, el mas leve indicio o revelación, examiné el cuerpo de mi huésped sin miedo, ahora, mi objeto de estudio. La observaba con ojos de ingeniero, doctor, astrónomo, arqueólogo.

Pero necesitaba ojos de explorador, de niño, hombre, lobo y bestia.

Y entonces sucedió.

Acaricié la tersa sedosidad de sus cuatro labios hasta calarme los músculos que no deseaba.

Cada lunar en su cuerpo era un astro. Su piel era un mapa del cosmos. ¿Cómo pudimos pecar de ciegos?

La natividad cósmica siempre estuvo ahí. Existe uno en cada sombra humana: la secreción divina. La sonrisa húmeda de un mesías fulminante. El portón prohibido hacia el paraíso orgánico. La llave húmeda hacia el desarrollo de la vida. El origen de dios.

Yo soy la que existe por si misma.
Forloren10 de enero de 2013

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