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Haciendo Las Paces Con mi Karma

Era la persona a la que más había querido
y me había dejado hasta los hígados en compensarle todo,
en engrasar los engranajes para que nuestra relación maltratada
pudiera recibir el milagro de seguir adelante.
No había nada que quisiera más que eso.
Porque en el lodazal de mi pecho crecía la angustia
cada vez que me dejaba, me hablaba mal
y tenía que imaginarme un futuro sin nuestras promesas.
Nos creí invencibles, con un amor tan puro
capaz de cegar a cualquiera que hubiera dejado de creer.
Estaba dispuesta a luchar contra viento y marea,
a comerme a cualquiera que tratara de alejarme de él.
Renuncié a todo y a todos por seguir amándole.
Renunció a muchas cosas por amarme a mí también.
Ambos perdimos nuestra individualidad y nuestra dignidad
en el camino que nos llevaba a un abrazo.
Cuántas veces volvió, cuántas veces volví,
honrando el amor inmarcesible que jurábamos tenernos.
Fuimos tan ingenuos como para creer que ese sentimiento era suficiente,
que juntos podríamos hacerle frente a cualquier cosa,
pues no podía ser peor que no despertarnos junto al otro.
Pero tomó la decisión que yo sola jamás habría sido capaz de tomar,
y cuando quiso dar un paso atrás, le amé lo suficiente
como para no permitírselo,
como para respetarnos y dejarnos libres de todo este destrozo,
de todo este mal amor que nos estábamos dando.
Tuve que leer palabras que me traspasaron de lado a lado el alma,
tuve que hacer de tripas corazón, y ver en sus actos mi dolor reflejado,
comprender, callar y entender su necesidad de desahogarse.
Conocía perfectamente esa desesperación, esa rabia
de querernos tanto y saber que lo mejor, aunque nos rompa, es dejarlo estar.
Me refugié en la tranquilidad de la guarida de mi espiritualidad,
haciendo las paces con mi karma, y haciendo las paces con el pasado de la relación.
Acallé con ternura al corazón que, magullado, daría la vida por seguir intentándolo.
Le cedí las riendas al cerebro, que suspiró con alivio y compasión.
Creo que es la mayor muestra de amor que podía hacerle a él,
la de mirar por nuestra salud mental y continuar escindiendo nuestro camino en dos.
Así mismo, es también la prueba de fuego de mi autoestima prácticamente sin usar,
pues aunque sólo fuera por amor propio, debía alejarme de esta guerra inútil,
bajarle del pedestal en el que le coloqué el último otoño
y bajarme del Olimpo en el que me pintó él.
Fuimos dos críos jugando a ser mayores, a ser capaces de sobrellevar todo esto,
pero aún tenemos mucho que aprender.
No conozco el futuro y prefiero no darle demasiadas vueltas al pasado.
Sólo puedo fiarme del presente que tengo aquí a mi lado,
mostrándome lo que debo hacer por ahora.
Dicen que lo que es para ti siempre regresa,
y que a veces se necesita espacio por separado para crecer y madurar,
para reparar individualmente todo aquello que fue mal en conjunto,
para que, tal vez, en un mañana más lejano o más cercano a nuestros días,
podamos reencontrarnos, construir algo más sano y volver a creer.
Sólo sé que no puedo hacerle más daño y no puedo consentirle que me hiera más veces,
porque si sigue así no podré conservarle con el sabor agridulce
de lo que no ha podido ser pero que tal vez sea algún día.
Le debemos un respeto, una última voluntad,
a aquellos dos seres humanos rotos que se conocieron a finales de verano,
con ganas de romper a besos la distancia que los separaba en aquella cama.
Que sanen las llagas, que el rencor sea sustituido por gratitud
y el tiempo traiga alas blancas en las que renazca el Fénix de un cinco de septiembre.
Le quiero con cada fibra de mi mente agotada,
con cada centímetro de mi cuerpo hecho escombros.
Es por eso que no puedo volver.


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Foryou139606 de abril de 2020

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