Quiero apagar el teléfono
porque no soporto el vacío
que se ha instalado a vivir,
como otra actualización inoportuna de iOS,
en los sesenta kilómetros de distancia
entre tú y yo.
Pero sé que no es buena idea
porque al levantarme por la mañana
no podré evitar una punzada de esperanza
sólo para deprimirme al encenderlo de nuevo
y ver que todo sigue igual.
Que lo malo de que me hagas daño
cuando no estás aquí
es eso,
que no estás aquí
para limpiar a base de besos y mimos tu cagada.
Ahora mismo soy yo sola
contra tu forma de actuar,
yo sola contra mis demonios,
yo sola en una cama de dos.
No sé si empezar a acostumbrarme
o aprender de una vez a quererme más a mí que a otros,
a actuar como actúan,
a sentir menos y pasar más de todo en general.
Como diría Ter,
la vida se me está haciendo un poco bola esta noche
a pesar de que tuve a mis amigos ahí
para paliar un poco
el ruido de mi corazón al rasgarse.
Llevábamos tanto siendo dos en uno solo
que ahora no sé cómo dejar de serlo,
cómo mirar al futuro con alegría
sabiendo que no estarás ahí.
Me imagino comenzando de cero con otro
y no es únicamente pereza lo que me da,
sino una mezcla de repulsión y rareza,
porque ya me había hecho a la idea
de regalarte los mejores y los peores años de mi vida.
Vamos,
en resumen,
que estoy sola en la oscuridad del cuarto,
llenando la cabeza con vídeos y libros
para vaciarla de ti
y no sufrir más por hoy.
Sólo pueden herir así
aquellos a los que damos esa capacidad,
ese permiso,
esa entrega absoluta
que les da la llave de la máquina de demolición.
Siempre he sido frágil ante ti,
vulnerable a tus caricias
y resistente al qué dirán
y a nuestros errores sin paracaídas.
Ya no tengo ninguna certeza en cuanto a nosotros
o a lo que nos espera en conjunto este fin de semana,
estas horas siguientes.
Me encantaría que fueras capaz de vislumbrar lo mucho que te quiero
o lo que te echo de menos.
Pero igual vas a preferir que me despida pronto de ti.
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