Quizás algún día me atreva a decirte que aún estás presente en cada centímetro de mi cuerpo, o que en cada una de mis miradas está el recuerdo de la tuya. Te daré en tu 25º cumpleaños el fajo de cartas que nunca te mandé, y ojalá lo tomes como tu regalo de boda. Me debato entre las ganas de cerrarte la puerta en la cara o abrazarte hasta que se me borren las huellas dactilares. Se me desgastan los labios de tanto susurrar tu nombre y el cerebro se agota de tanto pensarlo. Tengo que reordenar mis pensamientos, porque, cuando me quedo en blanco, automáticamente apareces tú, escrito en el centro de mi mente con permanente negro. Durante años me forcé a que así fuera y hoy me va a costar cambiarlo. Mentalizarme de que he de apartarme de tu mano cuando el aire nos roce, que he de ignorarte como si fueras una triste hormiga en el camino, se me hace casi imposible de digerir, pero no me diste otra elección. No preguntaste, no dialogaste; me rasgaste el alma y te fuste sin decir "adiós". Tuviste la cara dura de burlarte de mí cuando quise arreglar el jarrón roto, alisar el papel arrugado... que yo no había estropeado. Las palabras se las llevó el viento, pero el eco sigue resonando en mis oídos.
¿Ves lo que consigo recordándote? Ponerme a quejarme, a insultarte, a reprocharte. Es injusto, porque la única que se hiere haciéndolo soy yo. Te quiero, de verdad, con dolor y odio incluidos, con lágrimas y sonrisas, con miedo y esperanza, te quiero y punto.
