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El Silencio de la Noche...

I

En la sierra peruana, vivía Marcelino, un joven retraído, introvertido, sin amigos debido a su excesiva timidez, pero ello se debía prinicipalmente a que padecía, ¡oh! complejo de la vida, ignorancia de la gente, desinformación de la familia, crueldad inconsciente de los niños, de disfemia; un trastorno en la comunicación más conocido como tartamudez, comenzó exactamente un día en que, con seis años de edad, durante la preparación de una fiesta por la llegada de unos parientes a la casa de sus padres.

Marcelino paseaba por los ‘canchones’ de la casa, muy tranquilo y contemplaba el inicio de la preparación del banquete que iba ser servido en el almuerzo, se topó con Pascual, su padre, que decidido se dirigió hacia donde estaban los conejos, Marcelino contento lo siguió a los patios traseros donde correteaban libres en una cerca, unos buenos ejemplares criados especialmente para alguna fecha especial, el niño no tenía idea del destino que le esperaba a los lepóridos, así que inocentemente preguntó si los quería para jugar con ellos o para darles de comer, su padre que lo miró maliciosamente, decidió que era hora que el chico aprendiera algunas cosas duras pero simples, le preguntó cuál conejo le gustaba más, y al coger por las orejas al que fue elegido, se lo llevó a la cocina donde extrajo un enorme cuchillo y de vuelta al patio le pidió su ayuda, diciéndole que sujetara con todas sus fuerzas las patas del animal, que por ningún motivo se le ocurraiera soltarlas, que si lo hacía lo castigaría porque tenía que aprender de una vez, y ante la vista sorprendida y temerosa del pequeño, el padre no queriendo que nadie más interfiriera, ordenó a su hijo sujetar al conejo con fuerza por un extremo como le había dicho, entonces éste comenzó el trabajo con el cuchillo, pero el conejo no terminó de ser degollado completamente porque Marcelino, no pudiendo soportar la tensión, lo soltó, y la sangre que escurría se desparramó por todas partes junto al recipiente del suelo, manchándolo todo, y lo peor, el conejo aún vivo forcejeaba violentamente con media cabeza colgada obligando a Pascual a sujetarlo con otra persona para terminar de matarlo.

Esta experiencia traumó significativamente al niño, que empezó a llorar y no querer hablar, su padre por más intentos que hizo por minimizar el incidente, gritándole, tratándolo como un engreído y llorón, no le dió importancia, pero después, viendo que el chico continuaba afectado porque no quería hablar, con más seriedad, sobretodo por la madre; decidieron que debían hacer algo; entonces acudieron a curanderos, chamanes y hasta a el cura del pueblo para curar al chico, pero nada hacía efecto, los escasos médicos de la postas rurales a las que acudían no ponían en práctica un tratamiento adecuado, y el problema se fue acentuando, cada vez más hasta que el pobre Marcelino no podía pronunciar las palabras sin repetir las sílabas con esfuerzo; y cuando creció un poco más, ya no tenía miedo al sacrificio de animales, pero sí tenía mucho miedo de hablar con otras personas, sólo podía hacerlo regularmente bien ante su madre, pues su padre de mal carácter lo reprendía y trataba de hacerle pronunciar correctamente con su propio método, en tono autoritario y haciéndole repetir una y otra vez las palabras hasta que perdía la paciencia y se resignaba furioso.

Así pasó un par de años y Marcelino ya mas grande, era la burla del colegio y por eso no tenía amigos, pero estaba acostumbrado, era muy callado, y los que lo apreciaban, intentaban no forzarlo a hablar para evitar vergüenzas, él lo sabía y tal vez fue la razón por la que nunca había podido superar el problema; la vergüenza. Hasta que un día; ¡oh! tragedia de la vida, amenaza del destino, maldad de la gente o simplemente mala suerte, su madre enfermó gravemente y murió después de una corta agonía, entonces su padre se dedicó a la bebida y casi no se preocupó por Marcelino quien terminó abandonando el colegio poniéndose a trabajar en la chacra con él, sin embargo cuando las cosas estaban mal, sucedió que podían estar peor; pues una banda de asesinos y saqueadores que tenían aterrados a todos los pueblos serranos de la zona, había comenzado a causar estragos entre los habitantes, se proclamaban los salvadores de la patria, gritaban arengas y vivas al comunismo y a todo aquel que no quisiera “colaborar” con tan noble causa, era calificado como traidor y sentenciado a muerte.

Muchas autoridades fueron “ajusticiadas” por el juicio popular de los vándalos, cuyo objetivo principal aparte de proclamar su ideología de terror y conseguir víveres; era reclutar nuevos militantes jóvenes a la fuerza, no importando si fueran aún niños. Los entrenaban en las planicies de los cerros, y los hacían cometer atentados sobre las instituciones civiles y policiales de la región en los que muchos terminaban muertos; los gobernantes en la capital, hacían poco o nada por controlar el brote terrorista, que cada vez se hacía mayor.

La mañana que los “terrucos” ingresaron al pueblo armados y algunos con pasamontañas, Marcelino huyó hacia los cerros, y no vio los saqueos y abusos que se cometieron; tomaron el colegio llevándose la mayoría de alumnos como futuros “camaradas” y algunos de los pobladores que pusieron alguna resistencia incluyendo el padre de Marcelino fueron ejecutados y los demás fueron amenazados de muerte. Tres días después, tras una nueva incursión, ningún poblador quiso permanecer más tiempo en el lugar porque nisiquiera el cura que ocultaba a Marcelino en esos días en la capilla fue respetado y murió asesinado por un balazo mientras protegía a otros inocentes; entonces, en la soledad de la miseria, en medio de la desgracia, Marcelino siendo todavía tan chico no podría sobrevivir escondido solo mucho tiempo, tampoco tenía dónde ir, tenía miedo y nisiquiera podía hablar.

Sin embargo, pasados tres días de quedar completamente abandonado en aquel caserío fantasma, cuando parecía que no había esperanza, ocurrió un milagro; una patrulla militar fuertemente armada que estaba de paso, lo encontró recluido en una de las casuchas deshabitadas; estaba deshidratado y hambriento, y como no hablaba, los soldados creyeron que era mudo, el teniente Garzúa se compadeció de él y ordenó llevarlo con ellos en el camión militar hacia su destino: La hacienda San Lorenzo de Cahuide a unos cien kilómetros del lugar, cuyo propietario, Don Pedro Esparza Zañartu, hombre rico, que se negaba a abandonar sus tierras, había solicitado mayor protección militar a las autoridades contra los subversivos, gracias a sus poderosas amistades e influencias con el gobierno.

El latifundista vivía con su esposa y menor hija aislados y rodeados de ricas tierras fértiles con muchas cabezas de ganado, con pozos de extracción de aguas subterráneas para el consumo y numerosos peones que trabajaban la tierra y criaban el ganado a su servicio; pero en ese momento, con la situación crítica, era arriesgado permanecer en la hacienda, por ello, muchos trabajadores habían desertado por el temor a un asalto terrorista a pesar del resguardo militar que protegía la zona en torreones de vigilancia situados en todos los extremos de la propiedad y también por la imposiblidad de comercializar los productos hacia afuera.

Don Pedro, hombre terco que despreciaba la insurrección no por ser extremista sino porque la consideraba miserable creyendo que se trataba sólo de bandidos oportunistas como lo retrataban los medios de comunicación capitalinos, no creía en la posibilidad de alguna acometida exitosa, hasta ahora el enemigo había sido perfectamente reprimido en algunas refriegas, y si algún miserable lograba penetrar en sus tierras, no dudaría en usar su fusil M16 o su poderosa magnum 44 con la que dormía, armas letales con las que se sentía seguro. Sin embargo, el hacendado no podía imaginar, que el latifundio era una pieza clave a tomar por los guerrilleros, y por tanto, un contingente de aproximadamente cincuenta combatientes reunidos de muchas partes, se preparaba para la ocupación de la zona a la espera de la orden dada por los cabecillas. Marcelino llegaría la tarde antes del asalto a la hacienda, y tal vez ésta sería la última experiencia que le tocara vivir.



II

“La cura resulta más dosis de la enfermedad”

La masacre que se llevó a cabo aquella noche, sería recordada muchos años como símbolo de la barbarie terrorista, fue el inicio de las acciones inmediatas por parte del gobierno contra los atentados subversivos que se extendieron posteriormente en forma progresiva hasta las ciudades centralizadas del país, y que para entonces ya estaba completamente fuera de control. Durante aquel el asalto, perecieron en combate, catorce efectivos militares con doce civiles campesinos, y después de la rendición, durante un juicio inmediato precedido por un sanguinario cabecilla, fueron sentenciados a muerte: el teniente Garzúa y tres soldados sobrevivientes.

En cuanto a Marcelino, por una casualidad del destino, mientras se producía la carnicería en la noche, fue reconocido por un primo mayor que estaba en el bando terrorista y rescatado hasta el día siguiente, siendo presentado ante los superiores que decidieron probar su valía y lealtad inmediatamente, otorgándole el honor de ejecutar a uno de los traidores de la causa revolucionaria: El teniente Garzúa.

El oficial estaba de rodillas, atado de manos, completamente sucio, golpeado y la cabeza gacha, al costado de tres cadáveres que habían sido sus subordinados y que le habían precedido en el fatal destino. Marcelino fue enfrentado con un cuchillo en la mano apuntado sobre el vientre del condenado, ante la mirada fría e inmisericorde de los presentes que aguardaban alrededor a que sucumbiera el causante de gran numero de bajas. El chico sólo contaba con once años de edad, recordó las imágenes perturbadoras de sufrimiento del agonizante conejo, una voz baja a su costado lo exhortaba a cumplir con la causa insurgente, que si no lo hacía, correría la misma suerte fatal, intentó captar la mirada del desgraciado, pero éste la tenía llorosa, perdida en el suelo, y una espesa baba escurría lentamente por sus labios temblorosos, y de pronto; tronó una voz: ¡hazlo!, tras la cual, sin ser totalmente consciente de la reacción, Marcelino oyó un chillido acompañado de un violento temblor cuando la hoja penetró el cuerpo con relativa facilidad y luego de unos pocos segundos escalofriantes, el golpe sordo por el desplome. El breve silencio dio paso a los aplausos y vivas a la revolución por quienes eran ahora camaradas del pequeño valiente, palmas amistosas sobre el hombro y la cabeza le anunciaban frases de bienvenida, el ambiente pareció relajarse y hasta el cabecilla felicitó a ambos parientes por el compromiso de fidelidad hacia la causa revolucionaria.

El complejo antes de ser totalmente saquedo, sirvió como fuente abundante de recursos que fortalecieron significativamente el dominio terrorista de la zona. Don Pedro y su familia fueron recluidos como rehenes varios meses hasta que los altos mandos terroristas ordenaron su ejecución tras inútiles gestiones de liberación, sólo se perdonó la vida a la niña que fue abandonada en un caserío alejado, la crueldad y el ensañamiento contra la pareja potentada durante la ejecución, reflejaba el sadismo y el odio inconmesurable de los verdugos por la política de un gobierno capitalista, contrario a los ideales comunistas; los cuerpos mutilados fueron incinerados durante una ceremonia irracional en la que se predicaba la necesidad del derramamiento de sangre, contra los explotadores adinerados, contra los imperialistas, el llamado al levantamiento del pueblo con las armas: ¡muerte a los traidores que no están con la revolución! ¡abajo el gobierno corrupto! ¡que las muertes son culpa del gobierno que no ha querido tomarlos en serio! ¡que la única forma de llegar al poder es tomarlo por la fuerza, mediante la guerra de guerrillas! etc. etc.

Pero fue durante aquellas y muchas otras arengas, que Marcelino había empezado a perder el miedo a hablar, uniéndose poco a poco al vocerío de sus compañeros, que jamás le dieron muestras de marginación, sino que por el contrario, muchos de ellos jóvenes, le habían dispensado cierto respeto por su sangre fría al momento de llevar a cabo una orden de ajusticiamiento (muchos se acobardaron la primera vez). A Marcelino le gustó sentirse apreciado y después de un tiempo de continuar en las filas terroristas, fue ganando protagonismo entre sus camaradas, a la vez que aprendió a hablar correctamente, aprendió también a leer, comprendió la causa revolucionaria y ya adolescente, se convirtió en hombre de confianza de los cabecillas que para entonces, después de largos años de incesante conflicto, la lucha armada no parecía tener un fin próximo, las incontables víctimas se distribuían por todo el país, increíblemente, la ideología de la lucha armada, se extendía y ganaba mas adeptos entre intelectuales y plebeyos de todas partes, era una época de terror la que se vivía entonces, pero justamente gracias esos terribles acontecimientos, Marcelino se convirtió posteriormente, ya con una elevadísima autoestima, en uno de los principales líderes y hombres más buscados del país, por su participación en numerosos atentados que desestabilizaron dramáticamente al estado y sus gobernantes.



Sinceramente esta historia tiene mucho parecido con una realidad pasada en mi país, y mi idea inicial era la de narrar sólo una experiencia traumática del personaje central, pero se ha escrito sola y fue extendiéndose un poco hasta querer crear escenarios más amplios, que no sé si terminar en un capítulo más con Marcelino o incluso lanzarme en una gran aventura que sería la novela corta, pero creo que debo dejarlo así, sobre todo porque me he dado cuenta que he tocado un tema controversial como la ideología comunista, no soy quien para cuestionarla y los hechos ocurridos en el texto son sólo parte de una limitada imaginación y no tienen porque ser comparados con la realidad. Así mismo, la ispiración tampoco tiene algún origen político. Bueno, al menos me he entretenido escribiendo…
Freddduff29 de noviembre de 2012

2 Comentarios

  • Matias

    me parece un texto inspirados en pensamientos de la peor derecha recalcitrante e inadmisible en estos tiempos

    29/11/12 06:11

  • Freddduff

    ¡Claro que no mi amigo!, ¡sólo es un cuento! reconozco haber leído artículos que hablan del tema, ¿pero decir que son inspirados en la peor derecha recalcitrante? ¡no! supongo que contar estas experiencias muchas veces exageradas, tergiversadas, IMAGINADAS (cualquier parecido es casualidad), pueden ser cuestionadas, pero me amparo en el hecho de que el texto es ficticio, no pretende ser objetivo o real, y la inspiración no tiene ningún origen político. pero gracias por comentar, al menos me das en que pensar.

    29/11/12 11:11

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