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Rex (prólogo - Probabilidades)

-Seis millones setecientas veintiun mil.

-¿Qué?

No sé de qué habla.

- Seis millones setecientas veintiun mil son el número de piezas que componen un Boeing 747-400.

Sigo sin saber de qué habla.

- No se que quieres decir con...

- Quiero decir que el hecho de que seis millones setecientas veintiun mil piezas vuelen perfectamente ensambladas a novecientos kilómetros por hora cruzando ocho mil kilómetros del tirón a diez mil metros de altura da que pensar.

Las palabras low cost aparecen estampadas en las frentes de azafatas sonrientes que caen desde diez kilómetros de altura. Las seis millones setecientas veintiun mil piezas y yo caemos con ellas. Esto no estaba en la letra pequeña de la web ¿eh zorras? - les chillo. Ellas me sonríen.

-Los aviones son, estadísticamente, el medio de transporte más seguro que hay según...

-¡A la mierda la estadística! Es una cuestión de probabilidad.

- Pero... - creo que voy a decir algo aplastantemente lógico - yo estoy seguro de que estadística y probabilidad son, ya sabes, la misma cosa.

El tío, al que hacía menos de veinte minutos que acababa de conocer, detiene lo que está haciendo, se retira hacia atrás el casco amarillo de operario con una pegatina de bésame el culo, se levanta las gafas de soldar y me mira. Inmediatamente, se ríe como un loco.

-Mírate. Estás hecho todo un pitágoras eh?

Saca un cigarro doblado del bolsillo delantero de su camisa de cuadros azul y se lo lleva a la boca. El cigarro no tenía buen aspecto, la camisa apenas tenía aspecto alguno...

- Sabes lo que es una Avtomat K? Sujétame esto hazme el favor. - Y me extiende un cable.

Toda la culpa de esto es de los rumanos y su puta manía de hacer motores de mierda baratos, pienso mientras sujeto el cable de la manera más ridículamente estática de la historia.

Mi coche me había dejado tirado. Simple. Un Dacia de juguete que había alquilado en el aeropuerto Boulevard de Texas y con el que había llegado sin problemas a Albuquerque pero que había decidido morirse aprovechando una carretera secundaria que había tomado al llegar a Arizona en dirección a Flagstaff. Después de una larga lista de maldiciones, y de no ver más que kilómetros y kilómetros de desierto a mi alrededor decido aventurarme a pie. Así es como llego a la estación de tren donde estoy ahora. La estación más solitaria de toda Arizona, sin duda. No se ven carreteras principales cerca, ni casas que rompan el desolador horizonte. No hay absolutamente nada alrededor... nadie al rededor... excepto... él.

Él, y lo que quiera que estuviera montando justo al lado de las vías del tren.

-¿Una qué?- pregunto, y pongo una mueca totalmente sobreactuada para mostrar mi desconocimiento.

- Una Avtomat K - murmulla sin quitarse el cigarro de la boca. Se baja de nuevo las gafas y sigue soldando. - Avtomat Kalashnikova. Una AK-47. Es un rifle de asalto soviético.

- Ah si si, una AK, ahora no caía.

Si esto fuera una conversación por Chat de Voz en un servidor de Counter Strike, me hubieran echado por "noob".

- El AK-47 es el rifle más usado actualmente por las guerrilas africanas. ¿Sabes lo que dicen las estadísticas sobre el AK-47? Cada 7 minutos muere alguien en África a manos de un AK-47. Eso son ocho tíos y medio cada hora, doscientos cuatro tíos al día, seis mil ciento veinte tipos al mes y setenta y tres y mil cuatrocientas cuarenta vidas al año a manos de gente que aprieta el gatillo de una AK-47.

- Vaya. Eso es mucha gente.

- Un estadio de fútbol decente.

- No veo dónde quieres ir a parar con esas estadísticas.

Deja de soldar y se sube las gafas de nuevo. Da una profunda calada al cigarro hasta que la larga columna de ceniza cae por su propio peso y tira el cigarro a la mitad con un gesto digno de ver una y otra vez a cámara lenta.

-Vamos piénsalo - me dice - Las estadísticas no importan. Lo que importa es la probabilidad.

Levanto una ceja. Él se incorpora, coge el cable de mi mano y lo lleva con él hacia la estación abandonada, destartalada y digna de un cameo en una película de Robert Rodriguez.

- Lo único que importa es la probabilidad. - me dice desde la puerta - Sí, es cierto que las AK matan a muchísima gente al año pero es TU contexto el que importa. Estás en medio del desierto de Arizona. ¿Cuántas probabilidades crees que tienes de que aparezca un tipo africano, con un rifle semiautomático ruso que vale menos que las bambas que llevas, dispuesto a llenarte el culo de plomo, y que te conviertas en una estadística más?

Se mete dentro de la estación. El starter de un generador eléctrico de gasolina hace que tenga que chillar para que me oiga desde dentro.

- ¡Muy pocas supongo! - Le chillo

- Ocurre lo mismo con las estadísticas de los accidentes aéreos, pero al revés. - Él también está chillando porque el generador ha arrancado y ruge ahora con fuerza. - Las estadísticas dicen que el transporte aéreo es altamente seguro pero sé sincero contigo mismo y pregúntate, ¿cuantas probabilidades de fallar tienen seis millones setecientas veintiun mil piezas volando por ahí a toda puta leche? ¿Cuántas probabilidades hay de que falle al menos una?

Mierda, pienso, tiene razón. Es extraño pero al llegar a la estación, ahí estaba él, soldando un algo a otro algo. Le había estado contando mi experiencia con el coche y él se había ofrecido a llevarme hasta Holbrook en su pick-up si le echaba una mano. No tenía muchas ganas de trabajar con ese asqueroso sol del desierto pero dadas mis opciones tampoco podía escoger. Me dijo que la línea de tren llevaba muerta años y que en Holbrook podría coger un autobús hasta Flagstaff; además, todo lo que tenía que hacer era aguantar cables y darle conversación. Casi sonaba a plan.

- Como ya he dicho, a la mierda las estadísticas - sale de la caseta sonriendo y con dos botellas en la mano - lo único que importa son las probabilidades. ¿Una cerveza?

Miro la botella, que está aún fría, y le rezo a Dios para que tenga una mini nevera portátil allí dentro y no las haya estado guardando en algún tipo de alcantarillado.

- No se. Creo que no me convence. - Y ruedo los ojos hacia atrás.

Él levanta los hombros con un gesto de resignación y se va hacia el aparato que había estado soldando, un trasto con el aspecto que tendría un telescopio mezclado con la Nebuchadnezzarde Matrix, y presiona un botón amarillo que estaba pidiendo a gritos ser presionado. El trasto se enciende con un zumbido diabólico.

- De todas formas, ¿qué es exactamente lo que estás haciendo aquí? Eres de mantenimiento ¿no?

-No. - dice. Acabo de ganar el premio gordo al tonto de turno. Él sigue enfrascado configurando su periscopio post-día-del-juicio-final.

- Y ¿quién narices eres tú? ¿Una especie de topógrafo leído?

- Tampoco. Los teotihuacanos a menudo realizaban sacrificios para que lloviera ¿sabes?

Hay dos grandes motivos para cambiar tan bruscamente de tema. Uno es para decir una verdad relevante que el tema de conversación actual. La segunda es para evadir una mentira. A mi, los teotihuacanos no me parecían relevantes en absoluto.

- En especial, le sacaban el corazón a la gente, ya sabes, en plan Indiana Jones y el templo Maldito.

- ¿Eres del tendido eléctrico o algo así?

- La teoría es simple. Ellos querían algo, creían que alguien se lo podía dar y actuaban conforme a la ley básica de intercambio: corazón por lluvia. Trato hecho.

Empezaba a impacientarme. Él seguía a lo suyo y en lo suyo.

- ¿Una especie de científico loco?

- La estadística muy posiblemente les daba la razón porque, efectivamente, cada X sacrificios en efecto llovía...

- ¿Eres un espía del gobierno?

- Pero no me hagas hablar de las probabilidades de que, por sacarle un órgano aórtico a un tipo al azar, una deidad inventada vaya a intervenir en las condicioness climatológicas de la zona...

Estaba llegando al límite. Mi tono, quejoso.

- ¿Eres un estudiante en prácticas fracasado?

- Y tu me vienes con el cuento de la estadística, y me dices que un avión es muy seguro porque las estadísticas esto, y las estadísticas aquello, y decides no creer absolutamente nada de lo que digo, a pesar de que es evidente que las probabilidades de que una pieza en un avión falle sean muy altas.

Límite alcanzado.

- Oye ¡basta! - le grito. - ¿Quién cojones eres tu?

Fin. A veces me ocurre esto. Veo mi buena educación salir pitando de mi lado montada en una de esas vagonetas de los Western que avanzan por los raíles de tren accionando una palanca entre dos, arriba y abajo, arriba y abajo. Con ella viaja mi ticket en pick-up hasta Holbrook. Pero él no parece inmutarse. En vez de eso se incorpora, saca dos objetos pequeños de un bolsillo de sus polvorientos tejanos y se lleva uno a cada oreja.

- Soy... - me dice con una mueca burlona mientras se baja las gafas de soldar de nuevo - el que te jode la estadística.

Silencio. No sé qué decir, y me molesta.

Percibo un zumbido lejano. Como un Turmix en la casa de un vecino un día tranquilo y sin tráfico. Un silbido ajetreado y creciente, que amenaza con hacerse mayor cada micra de segundo que pasa. Las rocas más pequeñas de mi alrededor empiezan a vibrar y a dar saltitos. Miro hacia un lado y luego hacia el otro buscando la fuente de ese zumbido que era cada vez mayor. Ahora las rocas bailaban libremente y el sonido ya no era un zumbido, era un sonido descomunalmente grande, algo que quiere ser la madre de todos los sonidos desconcertantes, sonaba a algo cayendo, algo mecánico... sonaba a turbina.

Algo bloquea el sol encima de mí y mi cabeza salta hacia arriba buscando qué. Y allí estaban. Contra todo pronóstico y estadística. Seis millones setecientas veintiun mil piezas de Boeing 474-400 cayendo a una velocidad desorbitada seguidas por una columna de humo tan densa y ancha que ha tapado el sol. Vuela tan bajo que pienso que si escupiera con la suficiente fuerza podría darle. No puedo creerlo. El avión pasa por encima de mi y baja inexorablemente acompañado por la versión más estremecedora del efecto doppler que haya experimentado nunca. Doscientos metros del suelo. Quise vomitar y caerme de espaldas a la vez, pero mi neurocinética decide dejarlo para otro momento. Cien metros. Estoy a punto de experimentar un accidente aéreo desde tribuna, que grotesco. Cincuenta, treinta, diez...

Primero la explosión muda. Toneladas de benceno y miles de partículas de chapa metálica y orgánica saltando por los aires en el más absoluto de los silencios. Un segundo después, la expansión sónica. El sonido hace que la cabeza se me encoja dentro de los hombros y me lleve las manos a las orejas.

- ¡Mierda! - chillo. Todo un clásico. - Oh, mierda ¡mierda! ¡MIERDA!

Los pedazos del avión saltan en todas direcciones y llegan muy, muy lejos. Tan lejos como yo estaba pero estaba tan clavado en el sítio que ni un truco mental de Jedi podría haberme movido. Ya lo creo que no. Un pedazo metálico de chapa surca zumbando el aire envuelto en llamas y aterriza a escasos metros de mí.

- ¡Joder! - chillo. Por variar un poco.

Luego, cuando todos los pedazos han tocado tierra y solo quedan los materiales menos densos danzando por los aires como la pluma de los créditos Forest Gump vuelve a haber silencio, o casi. El crujido del fuego hace que tenga sudar para no tener una crisis nerviosa. Estoy envuelto en humo denso y si pudiera dejar de temblar podría con suerte cerrar la boca. Todo se ha callado.

Pero del limbo me saca el sonido de una puerta cerrándose y un motor arrancando. Pestañeo por primera vez en minutos y trago saliva que sabe a una mezcla entre metacrilato quemado y tanque de gasolina y mis ojos se mueven rápido buscando al tipo que estaba soldando algo a otro algo. Pero no está allí. De fondo, una pick-up levanta una nube de polvo mientras se aleja de aquella estación abandonada de la mano de Dios.

Aquella, fué la primera vez que ví a Rex.


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Gracias!
Frostjaw30 de enero de 2017

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