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Breve Semblanza Del Criador de Libelulas

Soy Ascario Jacinto Buñuelos, natural de La Puebla del Rió, y lo conocí mejor que muchos. Aunque previendo refutaciones interesadas, debo reconocer que solo trabajé para él ocho años, cuatro meses y doce días. Me fue presentado el dieciséis de mayo de 1921, cuando comencé a trabajar como secretario privado de su padre, el Conde de Torrevieja, que Dios guarde en su Reino. En ese entonces él era un jovencito elegante y afeminado que solía perderse tardes enteras en el ilimitado jardín del Conde con un frasco de ancha boca, de cristal veneciano, y una delicada red de cazador de mariposas. Nunca cruzamos palabras, que yo recuerde, hasta la muerte de su padre, la tarde después del funeral me llamó al despacho recién heredado y me ofreció servirle como ayuda de cámara. Acepté mas por comodidad que por gusto, con la secreta intención de buscar otro trabajo mientras le servía. A pesar de ser un hombre carismático y seductor, recibía escasas visitas, y los más eran parientes que venían a solicitar alguna ayuda económica o una recomendación para algún negocio de ultramar. Solo dos eran las mas asiduas, el Cardenal Navrija-Sáenz, que como recordarán hizo su fama persiguiendo a los jesuitas, y la hermana de Su Eminencia, la Baronesa de Essex. Que si bien eran hermanos nunca lo visitaron juntos. La Baronesa era una mujer elegantísima, aun tengo la visión de ella envuelta en un abrigo de zorro plateado, con unos altos y finos tacones de verde malaquita. Tenía unas bellísimas y suaves manos, una cabellera sublime y unos ojos azules, casi violetas, bajo unos párpados de largas pestañas. En cambio el Cardenal era un hombre opaco, enjuto, de mirada extraviada y de piel translucida, que hablaba en voz muy baja, como en susurros. Llegaba siempre ataviado con su manto arzobispal, de frenético rojo rabioso, y al entrar extendía hacia mí su pequeña mano huesuda como de murciélago albino para que besara su anillo cardenalicio. La ultima vez que lo vi fue un martes de invierno, cuando lo hice pasar al salón donde él ya lo estaba esperando, tres días antes de que encontraran su cadáver desangrado y con las cuencas de los ojos vaciadas, en la sacristía de la catedral. A los que nunca consideré visitantes eran dos jovenzuelos malvestidos y soeces que aparecían por la casona una vez al mes, y se encerraban con él en sus habitaciones toda la tarde. Tenían una actitud irrespetuosa y familiar que no se correspondía con sus meros servicios de aseadores del laboratorio. No recuerdo sus rostros, apenas que uno era rapado al cero y el otro un mulato de pelo rizado. Cuando me ofrecí para realizar esa labor, él me contestó que era un trabajo pesado y sucio, para gente mas joven. Sobre él solo puedo decir que era un solitario, un hombre de pocas palabras, de sonrisa esquiva y de ojos tristes, su vida misma era un misterio, creo que hasta para él mismo. Como licenciado en Ciencias Biológicas y especialista en Entomología, que por la fortuna de su herencia familiar no necesitaba trabajar, se dedicó por completo al estudio de los anisópteros, y se pasaba días enteros encerrado en el laboratorio aledaño a sus habitaciones. Una vez me dijo que su objetivo era la cría industrial de la libélula, no me atreví a preguntarle para que, temiendo quedar como un ignorante. Amante de la pintura y la música, podía estar por horas en semipenumbras escuchando a Frescobaldi o a Bach, sus autores preferidos, con la mirada perdida en el paisaje veneciano, verde y surrealista de su Canaletto. Su afecto, escaso y reprimido, lo volcaba por entero a sus cinco gatos, Belcebú un raro gato de rayas verdes, Diosa la gata blanca y Amanda la gata negra, Azrael que tenia un sucio color ceniciento y Pecador, un gato incoloro tranquilo y aburrido. Su mayor dedicación, aparte de sus estudios anisoptericos, era para su acuario de shubukins, de hermosos colores amarillos cobres y naranjas metálicos. Ahora bien, sé que Ruiz Caballero ha escrito algunas notas sobre él, sé que en ellas hay acusaciones veladas de sodomía, microzoofilia y sadismo entomológico, sé que incluso ha llegado a vincularlo al horroroso crimen de Su Eminencia. Esos libelos han hecho de él un equivalente castizo del Conde Vlad III de Valaquia. Para desvirtuar tales infamias es que he querido dejar escrito lo que yo conocí de él como persona. Que siendo poco es mucho considerando su voluntario enclaustramiento vitalicio, social y familiar. El lector puede ahora preguntarse si un tranquilo caballero de rancia alcurnia, de pocos amigos, amante de los gatos y los shubukins, de la música y el arte pictórico, un científico anónimo y silencioso que gastó gran parte de su fortuna en arduas investigaciones inútiles, podría ser el monstruo que ha querido crear la desaforada imaginación de ese autor malicioso. Sé que vuestro juicio, ahora bien informado, ha de limpiar su nombre. Vale.

Únicas referencias biográficas y bibliográficas.-
El criador de libélulas. Primera versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Segunda versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Tercera versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Cuarta versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Sexta versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.
El criador de libélulas. Séptima versión. Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Nota del plagiador.- La quinta versión de esta saga injuriosa, se cree está perdida. Intuyo que no fue escrita, para así dejar espacio literario a nuevos infundíos sobre él, provenientes esta vez de los malicioso lectores de Caballero Ruiz.
Fsrbanda16 de abril de 2009

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