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Esencia

“No, no puedo. No puedo volver a sonreír. ¿Cómo lo haría? Yo la amaba. Ella me trataba como su mejor amigo, aunque me hubiera gustado que sintiera lo mismo que yo siento por ella. Pero estaba feliz por tenerla a mi lado. Y ahora ella ha muerto. Si vuelvo a sonreír, será por falsa modestia”

Alan E. Bellamy.

“Esto no está ocurriendo, esto no está ocurriendo” me repetí varias veces cuando Kate me contaba qué le había ocurrido a Grace. Ella era su mejor amiga, me contaba mucho acerca de ella, además de que compartieron una gran cantidad de situaciones, y Kate era tan buena amiga que entró a la casa –dónde Grace vivía sola- a terminar de limpiar y ordenar el hogar de su amiga. Me invitó a un café para ver si podía parar mi terrible abatimiento, pero no, imposible, jamás lo haría, estaba destrozado y desolado, y no pude evitar echar discretas lágrimas por ella. Fui su compañero en el último año de la escuela secundaria, y solía salir mucho con ella y visitarla muy seguido. Me quedaba a ayudarla con la preparación para la universidad, en la cocina, a limpiar, o simplemente a pasar un rato juntos, riéndonos y contándonos anécdotas, como siempre. Cuando terminé el último año junto con Grace, me fui de viaje. Y tardé 5 años en regresar. Estaba más que ansioso por volver a verla y por llenar el vacío que había dejado su ausencia, volviéndole a ver su lindo y tímido rostro. Pero ahora ya no había solución, me sentía…incompleto. Volviendo a lo que Kate me contaba, y luego de recibir un café que durante toda la conversación revolví y del cual no tomé un sorbo, me enteré de todo lo que ocurrió. Una banda de maleantes había entrado hace un par de días, y Grace tenía guardadas varios objetos antiguos y que costaban mucho dinero; antigüedades familiares. Y seamos sinceros, su casa no tenía ningún aspecto de “pobretona”. No era millonaria ni nada de eso, pero tenía ciertos objetos de muchísimo valor. Kate me contó que todo esto lo escuchó de una vecina de Grace, que estaba demasiado asustada para ayudarla, y era una persona mayor, pero no podía hacer nada ya que estaba en cama, y también lamentaba mucho la pérdida; ella le narró que Grace era una buena chica. Los ladrones la obligaron a decirle donde estaban las cosas, aunque se desconoce la razón por la cual esos maleantes se habían enterado de las riquezas de Grace. Evidentemente ella se negó, y allí se escuchó el disparo, lo que la habría desplomado en el suelo. Luego ellos salieron corriendo de la casa, y saqueando lo que pudieron, porque Kate contó que le faltaban algunas cosas, utensilios de cocina, comida, muebles, algo así. ¿Por qué uno debe de dar sus propios objetos a la fuerza dado que de lo contrario pondría en juego su vida? Este mundo era demasiado injusto, y yo ya no quería formar parte de él. Realmente no.
Me despedí de Kate, pero antes le pedí un inmenso favor: Que me preste las llaves de la casa de su mejor amiga, porque realmente quería volver a sentir su perfume, y de imaginarme que Grace estaba ahí, el sólo hecho de recordarla me animaría un poco. Me las prestó porque sabía que Grace me tenía confianza –o eso fue lo que dijo- ya que ella jamás se las daría a alguien en quien ella no confiare. Una gentil y buena amiga, como Grace, claro.
Me dirigí su hogar, maldiciendo por qué no llegué un par de días antes. Lo primero que haría estando de nuevo en el país sería ir a visitarla, antes que a cualquier otra persona. Lo lamenté y odié mi torpeza. Si hubiera estado ahí, hubiera intentado protegerla, cueste lo que cueste. Recordé la ruta casi de forma involuntaria: dando vuelta a la esquina, luego 3 cuadras, a la izquierda. Tantas veces había aquel recorrido desde el centro de la ciudad, que mi cuerpo parecía recordarlo por su cuenta, por lo que no había prestado casi nada de atención a la gente que circulaba y bastante poco al tránsito, por lo que tropecé torpemente con algunos peatones. En fin, tampoco es que la vida me iba a ser de color de rosa. Todo lo contrario, se volvió lúgubre, melancólica, gris y fría. Sin sentimientos. Sin emociones. Sin Grace. Para mí, ya no era una vida. Ni siquiera se me volverá pasar por la mente la idea de irradiar buen humor. Ya no.
Llegué a su casa y entré. Abrir esa puerta me estremeció, por dentro y por fuera, quería entrar, pero había algo raro allí. Era una sensación, que seguramente eran escalofríos, producto de la nostalgia. Adentré un paso y luego vi el pequeño hall vacío. Pasé por él y no pude evitar recordarla a ella, saltando y abrazándome con su gran alegría. Aún sentía su perfume en el aire, en los muebles, en las paredes. Derramé una lágrima, era una punzada al corazón tras otra sentir su aroma y no poder estrecharla en mis brazos. Aquella sensación extraña seguía allí, como si la tuviera enfrente, pero no había nada. Debía ser solo el viento, dado que las ventanas estaban abiertas.
Pasé por la cocina, donde solía quedarme a cocinarle algo para compartir con ella. Mi cocinar era muy simple, pero hacía lo que podía por ella y por su felicidad. Me pasé a su pequeña sala de estar, la chimenea estaba apagada, seguramente Kate lo había hecho. Me acerqué y le volví a echar carbón. Quería recordar lo que era realmente sentir calor de nuevo. No el calor del fuego, o un día de verano, sino sentirla a ella. Ella me hacía sentir reconfortado. Antes, cuando estaba con ella, pasábamos horas sentados hablando de cualquier tema que se nos ocurriese, y todavía recuerdo el calor de sus abrazos, cuando ella se sentía mal por algo, me lo contaba y yo intentaba consolarla. Y era el lugar donde comíamos en días de invierno, como el de hoy, junto al fuego, mientras ella intentaba ayudarme con algún otro problema que me rondaba por la mente, era realmente amable. Siempre intenté pensar en positivo, pero ahora sería imposible. Lo único que deseaba era escuchar su dulce voz de nuevo. Daría lo que fuera. Y solo por una vez. Me haría sentirme feliz dentro de todo ese dolor del cual jamás me volvería a recuperar.
Mientras, sollozaba en silencio, observando el fuego que ondeaba de aquí hacia allá. No lo soporté más, y luego me dirigí a su habitación. Un aire de extrañeza me rodeó, y luego me dolió entrar, pero algo me decía que debía hacerlo; no sé por qué. Ella solía pasarse horas allí, y mucho tiempo pasó conmigo leyéndome algún libro en voz alta que nos fascinase a los dos, o escuchando alguna canción que nos guste y nos trajera recuerdos, o viendo películas, etc. Lo pasaba realmente bien. Esa extraña sensación seguía, y casi podría asegurar que sentía su perfume en el aire, o el shampoo de su cabello. Me quedé en silencio un rato, recorriendo el lugar con la mirada: estaba su escritorio, el televisor y la computadora, un equipo de audio, una guitarra, un estante repleto de libros, y en toda la habitación había peluches, varios que le había regalado y que ella usaba siempre; al recordarlo volví a sentirme algo feliz por un par de segundos. Recuerdos de otras amigas, una foto con Kate, otra con su familia, una conmigo…una foto conmigo. Estábamos en un parque, y le habíamos pedido a un señor muy amable que nos fotografiara. Una fotografía con ella.
Sólo con ella. Grace. Sólo ella. Me quedé en silencio por unos momentos.
La sensación de ahogo me abrumaba, y ya no lo resistí. Me derrapé sobre la cama, apoyando mi cabeza sobre un pequeño almohadón y el cuerpo en el suelo, y lloré, lloré a más no poder. Me arrepiento de no haberle hablado antes, de no haberle dicho que la amaba, que la adoraba, y que haría lo que fuera por ella. Haría lo que fuere por volver a ver su linda figura, con cabello largo y pelirrojo y su rostro redondo y pequeño, con esos ojos color miel que hablaban de su tan dulce forma de ser. Era decidida y algo terca, pero me encantaba como era. A veces la hacía enojar a propósito, sólo porque me dibujaba una sonrisa en el rostro ver esa tierna expresión enojona que ella tenía, o aunque sea, lo era para mí. Aunque debo admitir que ella era una persona bastante seria en el instituto, conmigo se comportaba bastante diferente. Quizás hasta se desenvolvía conmigo, no lo sé. A veces pensar eso me hacía feliz, pero no hay forma de averiguarlo. Jamás lo sabré, y eso no hacía más que acrecentar mi llanto.
Estuve así por largo rato, no sabría decir si fueron 2 minutos o dos horas; tampoco es que me importara demasiado, pero algo me interrumpió. Como si fuera un ruido. No fue un ruido, pero lo único que me volvió a la mente fue esa extraña esencia que me rodeaba por toda la casa. No es que era un perfume, era una sensación, no sabría describirlo. Pero me llamó la atención. No sabía que hacer ni donde mirar, pero esa sensación se hacía cada vez más fuerte, y no sabía por qué. Por alguna razón se me aceleró el corazón, como si alguien estuviera allí, aunque obviamente no había nadie. Pero la sensación de una presencia me abrumaba, algo había. Quizás es porque me estaba volviendo loco, no lo sé. Pero eso no explica lo que ocurriría a continuación; lo siguiente fue real. Muy real.
De repente me pareció sentir de nuevo el perfume de Grace. No el pequeño aroma nostálgico que seguramente mi imaginación creaba –puesto que Kate había limpiado todo-, sino que realmente sentía su perfume. Saqué las manos de arriba del colchón y las coloqué a ambos lados de mi cuerpo. No tuve la más pálida idea de qué estaba ocurriendo, solo sabía que el perfume de Grace estaba en el aire. Luego me tranquilicé un poco y dejé las reflexiones incoherentes que hacía, me relajé y me quedé sintiendo el aroma de su fragancia. De a poco, una sensación de calor y pertenencia me volvió al cuerpo. Me sentía cómodo, tranquilo, el llanto había parado y volví a sentirme reconfortado. Me volví a sentir extrañamente feliz. Como si aquella agradable sensación me calmara. Como si eso fuera lo que necesitaba. Como si…como si Grace estuviera allí.





Lo vi recorrer mi casa con expresión melancólica y triste. Lo vi desplomarse sobre mi habitación y llorar. Lo vi recordar todo lo que hacíamos juntos. Pero también lo escuché. No pude evitar sentir una sensación de felicidad, aunque ya no podía sentir absolutamente nada realmente. Pero sin embargo, lo hacía. Estaba extrañamente feliz, porque descubrí un nuevo sentimiento. No sé por qué no me había dado cuenta antes, pero era la única verdad. Era lo que me faltaba. Lo que no había hecho antes. Ya no sentía, ya no era algo material, no tenía piel ni nada para el roce, lo único que tenía eran los recuerdos que me hacían suspirar tristemente debido a mi situación. Y recordaba perfectamente la agradable sensación de abrazarlo. Sólo era una esencia. Algo que está en el aire y se esfuma. Algo transparente, algo que no se podía tocar. Sin sentimientos, sin emociones. Sin tener…a Alan a mi lado. Hubiera llorado si eso hubiera estado en mis posibilidades, pero ya no podía. Hubiera llorado por haber sido tan tonta y no haberme dado cuenta antes. Estaba enamorada de él, me agradaba su compañía. Esa era la única verdad.
Me acerqué hacia él con mi cuerpo sin cuerpo, mi piel sin roce, mis ojos sin expresión. Él se veía melancólico y daba la sensación de calor y bienestar, aunque no podía evitar algunas lágrimas que tenía en su rostro, lo que me hizo sentir horriblemente mal, desdichada y culpable. De repente noto que sus brazos estaban como…como rodeándolo a sí mismo. Sentí la necesidad de abrazarlo, no quería dejarlo solo. No quería dejar este mundo, y a él tampoco. Él era mi mundo.
Me aproximé hasta donde pude. No era básicamente nada. Era un cuerpo transparente y sin vida. Sin color. Hubiera deseado estar viva y junto a él. Quería volver a estar con él. Quisiera poder cerrar mis ojos y volver a la normalidad, y pensar que todo esto era una horrible pesadilla. No soportaba no poder sentir en verdad, no poder demostrarlo, no poder expresarlo. Él no podía verme, ni sentirme, ni oírme, y eso era lo que más me dolía. La muerte suele ser así, brutal y despiadada. La misma sensación que se producía cuando me enteré de que no podía estar más a su lado. Quería volver a escuchar cómo me hablaba. Realmente lo añoraba, y ahora sé una verdad y porque el cruel destino lo quiso, el jamás sabrá que yo lo supe.
Intenté rodearlo con mis etéreos brazos, casi sintiendo como si lo estuviese abrazando de verdad. Ahora y más que nada en el mundo, era lo único que deseaba. Me quedé así, rodeándolo sin que él lo supiera, con un silencio algo misterioso que flotaba en el aire. Él estaba en el más profundo de sus silencios también, en todo este tiempo no había estado haciendo otra cosa más que rozar sus brazos con sus propias manos. Intenté envolverme en él. Sentir aquella sensación tan agradable. Sentirlo a él. De nuevo.
Y en algo similar a un susurro en mi mente, muy entristecida, pensé:
-Alan, di algo.
-Grace -dijo, con los ojos sollozando, y me aferré a él.
Gabiii1414 de enero de 2012

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