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Los Heroes

LOS HÉROES

- ¡Raúl Scaltritti!, -, sentí de pronto que anunciaban desde los altoparlantes de la sala de espera. Era a mí a quien iba dirigida esa voz que me era conocida. En el pasado yo había estado en este mismo salón, lo recordaba por la forma de las sillas y por la pantalla donde figuraba ahora mi nombre completo.
- ¡Raúl Scaltritti!, -, dijo de nuevo la voz, la cual yo no sabía si era realmente la de un hombre o la de un robot. Supuse sería una máquina por su timbre metálico y la frialdad de su modulación. Me levanté enseguida y me mandé al consultorio tratando de no mezclarme con la gente que sentada con su barbijo esperaba su turno.
Golpeé, el doctor me abrió, me cedió la mano para saludarme, yo me sorprendí y no le respondí tratando de seguir los estrictos protocolos de la pandemia. Era extraño que justamente un médico no tomara las precauciones del caso. Ni siquiera tenía un barbijo como el mío, ni guantes de látex.
-Acuéstese como siempre lo hace señor Scaltritti, póngase cómodo- dijo, mientras se sentó plácidamente en su sillón y estiró sus piernas como si quisiera alcanzar algo del piso. Yo me recliné sobre el diván y permanecí inmóvil y mudo mirando hacia el techo y esperando su primera pregunta de rutina.
- ¿Cómo ha estado, siguió tomando la medicación que le indiqué? -.
-Si doctor, yo estoy bien, pero como ya se lo manifesté el mes pasado, me sigue alarmando sobremanera lo de la pandemia y tengo problemas en conciliar el sueño. Se está propagando muy rápido y tengo, como todo el mundo, miedo de contagiarme.
- ¡Veo que no ha cambiado nada desde la última vez que nos encontramos!, que según puedo distinguir en su historia clínica, fue el mes pasado. Advierto que sigue insistiendo y creyendo eso de la pandemia. Pero dígame, ¿tomó la medicación? Esas pastillas que le receté son muy seguras y son para que usted se saque esas ideas de la cabeza, esas que tanto lo perturban. Ya le expliqué que son para atenuar su ansiedad y sus ataques de pánico, e incluso para que usted duerma mejor.
-Lo que sucede doctor, es que la pandemia siguió avanzando por el mundo matando miles de personas y ya está aquí entre nosotros. ¿No se dio cuenta? ¿No advirtió lo que está pasando en todas las grandes ciudades del mundo? Y lo peor es que ya está entre nosotros; ¿no se percató que ya nadie circula por las calles?
-Mire Scaltritti, ya esto lo habíamos conversado la vez pasada y usted mismo me dio la razón cuando se fue, de que era un delirio suyo y me prometió que iba a trabajar sobre estas cuestiones. Le sugerí que observara a su alrededor y que viese la realidad y la realidad señor Scaltritti, es que no hay ninguna pandemia ni nada por el estilo-, dijo señalando la ventana soleada que daba al patio central del hospital. Échele un vistazo usted mismo, mire a la gente. ¿Qué es lo que le preocupa? Obsérvelos. De pronto el doctor se paro, abrió de par en par la ventana y me dijo que me acercara. El patio del hospital era un corredor de gente que iba y venía de un pabellón a otro como si fueran hormigas y no parecía que estuviese ocurriendo nada extraordinario, hasta los médicos circulaban sin sus equipos de protección. Pero yo sabía que eso no era prueba de nada.
-Ahora siéntese nuevamente y hábleme de sus miedos, ¿por qué cree usted que se ha desatado una pandemia en el mundo?
- Doctor, no es que yo lo crea o no, lo veo en los noticieros, en la calle, en la gente, en todos lados; este virus está por todas partes y parece que nadie puede escapar, es como una trampa mortal. Dicen que hasta está en el aire y vuela como un pájaro.
- Dígame ¿Y qué otra cosa lo tiene a mal llevar?
-MI trabajo doctor, tengo miedo de perderlo.
-Bueno mire, dijo, mientras sacó su lapicera y su recetario: sus miedos tienen raíces más profundas que vamos a tener que trabajar de a poco y usted me tiene que ayudar desde su lado; como indicación esta vez le sugiero que abra los ojos y compruebe usted mismo que no pasa nada allá afuera. Cuando usted se convenza de que esto está en su mente podremos empezar a ocuparnos de sus causas. Ni bien salga del consultorio mire a su alrededor, aproveche que es un lindo día, siga tomando esta medicación y vuelva el mes que viene.
Tomé la receta, le agradecí sin saludarlo y me retiré del consultorio. En la salita de espera ya no había nadie, un sudor frio me recorrió el cuerpo, como si me hubiesen metido algo en la sangre, sentí por un momento que las piernas me temblaban. La pantalla estaba apagada y un silencio sepulcral se adueñó del hospital multiplicándose por todas las camas. Salí a la calle un tanto confundido. Un sol de otoño me sorprendió y me acarició de pronto como si me envolviera en un fuerte abrazo. El día era hermoso, eso era verdad, el doctor tenía razón. Me dirigí hacia la esquina, e hice lo que me aconsejó el médico, presté atención a mí alrededor con lujo de detalles, a la gente, a los automóviles, a los comercios y para sorpresa mía, los hechos confirmaban los dichos del doctor: el mundo acontecía con total normalidad y eso me hizo sentir muy feliz.
Era reconfortante ver a la gente sin tapabocas andar de un lado para el otro de la mano, entrar y salir de los comercios sin tomar precauciones; o sencillamente soñando con un lápiz en una mesa de bar, continuando con su vida habitual, con sus esperanzas y dolores a cuestas, pero al fin y al cabo sin esta pandemia que se desató en mi mente y que me tenía aterrorizado.
Yo intuía que no estaba curado, que la pandemia, ni bien llegase a mi casa volvería a instalarse y replicarse en mi mente como un virus letal; lo sabía porque ya me había acontecido en un remoto pasado; pero tenía que actuar contra ella y atacarla con la realidad que tenia frente a mis ojos. Debía seguir por este camino. La verdad era el mejor antídoto, por eso continué caminando por la calle hasta meterme en el bar, al que yo iba persistentemente después de mis consultas para comprobar con mis propios ojos que todo estaba en orden. Busqué una mesa que diera a la calle, la mayoría de los clientes eran ancianos y pacientes del hospital.
- ¿Le pido lo de siempre? me dijo el mozo, a quien registré de inmediato, un hombre más bien gordo y bonachón, quien me confirmo que yo estaba en la realidad.
- Si, le dije con una enorme sonrisa, satisfecho de poder disfrutar de esta cosa tan simple como tomar un café. Cuando me lo trajo, le pregunté al paso, si había oído escuchar algo acerca de una pandemia.
- ¿Pan, quiere más pan? -
- No, déjelo así, está bien, le dije, para no complicar más las cosas.
Los rayos de sol cruzaban el bar como espadas de polvo amarillo. Me imaginé que el aroma suave del café era como el espíritu del bar que se iba apoderando de las almas a medida que lo dejábamos entrar por nuestros sentidos. Su poder invisible se colaba por algún receptor de nuestra mente y nos hacia sentir bien, sobre todo a esta cantidad de pacientes que seguramente cargarían alguna mochila desagradable sobre sus hombros.
Al rato decidí que ya era hora de irme y llamé al mozo para pagar la cuenta. Había menos clientes, la luz del sol se infiltraba entre los edificios, delineando la sombra de su recuerdo; la llegada del atardecer amedrentaba a los más viejitos, quienes se retiraban lentamente y de forma ordenada, vaya a saber uno hacia dónde. Al poco tiempo, la aparente tranquilidad dio paso a un caos que yo no sabía a ciencia cierta de dónde había surgido, quizás de alguna mesa en particular o algún paciente que llamó a la emergencia. Cuando vino el mozo me paralizó el miedo. ¡Ya no era le gordo bonachón, sino que por un instante creí ver a mi médico, pero esta vez tenía puesto un barbijo blanco quirúrgico! Lo interrogué por qué se había puesto eso, que qué pasaba, que dónde estaban el mozo y la gente del bar, pero no me contestó, siguió su camino como si no me hubiese escuchado a atender otras mesas más urgentes.
Los acontecimientos parecían transcurrir muy rápido en ese lugar, oí voces, algunas las registré, otras no. En ocasiones pensé que era mi doctor recordándome lo de la medicación, lo de mi ansiedad y lo del sueño; luego evidencié que no era a mí a quien le dirigía la palabra, sino a otras voces indefinidas que circulaban por doquier. Frecuencias extrañas y agudas recorrían mi mente, me sentí de pronto atrapado y maniatado por cables y tubos y cubierto con una máscara. Quería huir, pero no podía. Busqué en vano la medicación, no quería volver de nuevo a pasar por la misma cosa de siempre, estos ataques sin un fundamento aparente.
Ya no estaba en el bar, me encontraba de nuevo dominado por mi mente en medio de la pandemia. ¿Cuánto me duraría esta nueva alucinación?, pensé. El mozo había misteriosamente desaparecido de mi vista y todo se tornó de a poco más y más oscuro. Trate de ahuyentar los malos pensamientos con imágenes agradables, pero fue inútil. Empecé a sentir fiebre, lo presentía, ¿seria la causa de mi delirio? Luego los ruidos fueron mermando lentamente, hasta que de pronto se produjo un silencio, frio como el del hospital y finalmente me dormí.
No supe cuánto duró ese sueño, solo sé que me dormí un buen tiempo, y que soñé con gente que ya no estaba en este mundo, caras que me suplicaban y que me decían que aguante lo más que pueda, que éste no era mi momento. Repentinamente alguien pronuncio mi nombre como en la sala de espera, pero esta vez su voz no era la de una máquina, sino la de alguien que reconocí de inmediato.
Abrí los ojos y respiré nuevamente por mis propios medios, ya sin el respirador. Me costó entender lo que estaba ocurriendo, pero a medida que pasaban los segundos todas las dudas se me fueron aclarando. Al final lo supe todo al escuchar mi nombre nuevamente.
-Raúl Scaltritti, recuperado.

LOS HÉROES

- ¡Raúl Scaltritti!, -, sentí de pronto que anunciaban desde los altoparlantes de la sala de espera. Era a mí a quien iba dirigida esa voz que me era conocida. En el pasado yo había estado en este mismo salón, lo recordaba por la forma de las sillas y por la pantalla donde figuraba ahora mi nombre completo.
- ¡Raúl Scaltritti!, -, dijo de nuevo la voz, la cual yo no sabía si era realmente la de un hombre o la de un robot. Supuse sería una máquina por su timbre metálico y la frialdad de su modulación. Me levanté enseguida y me mandé al consultorio tratando de no mezclarme con la gente que sentada con su barbijo esperaba su turno.
Golpeé, el doctor me abrió, me cedió la mano para saludarme, yo me sorprendí y no le respondí tratando de seguir los estrictos protocolos de la pandemia. Era extraño que justamente un médico no tomara las precauciones del caso. Ni siquiera tenía un barbijo como el mío, ni guantes de látex.
-Acuéstese como siempre lo hace señor Scaltritti, póngase cómodo- dijo, mientras se sentó plácidamente en su sillón y estiró sus piernas como si quisiera alcanzar algo del piso. Yo me recliné sobre el diván y permanecí inmóvil y mudo mirando hacia el techo y esperando su primera pregunta de rutina.
- ¿Cómo ha estado, siguió tomando la medicación que le indiqué? -.
-Si doctor, yo estoy bien, pero como ya se lo manifesté el mes pasado, me sigue alarmando sobremanera lo de la pandemia y tengo problemas en conciliar el sueño. Se está propagando muy rápido y tengo, como todo el mundo, miedo de contagiarme.
- ¡Veo que no ha cambiado nada desde la última vez que nos encontramos!, que según puedo distinguir en su historia clínica, fue el mes pasado. Advierto que sigue insistiendo y creyendo eso de la pandemia. Pero dígame, ¿tomó la medicación? Esas pastillas que le receté son muy seguras y son para que usted se saque esas ideas de la cabeza, esas que tanto lo perturban. Ya le expliqué que son para atenuar su ansiedad y sus ataques de pánico, e incluso para que usted duerma mejor.
-Lo que sucede doctor, es que la pandemia siguió avanzando por el mundo matando miles de personas y ya está aquí entre nosotros. ¿No se dio cuenta? ¿No advirtió lo que está pasando en todas las grandes ciudades del mundo? Y lo peor es que ya está entre nosotros; ¿no se percató que ya nadie circula por las calles?
-Mire Scaltritti, ya esto lo habíamos conversado la vez pasada y usted mismo me dio la razón cuando se fue, de que era un delirio suyo y me prometió que iba a trabajar sobre estas cuestiones. Le sugerí que observara a su alrededor y que viese la realidad y la realidad señor Scaltritti, es que no hay ninguna pandemia ni nada por el estilo-, dijo señalando la ventana soleada que daba al patio central del hospital. Échele un vistazo usted mismo, mire a la gente. ¿Qué es lo que le preocupa? Obsérvelos. De pronto el doctor se paro, abrió de par en par la ventana y me dijo que me acercara. El patio del hospital era un corredor de gente que iba y venía de un pabellón a otro como si fueran hormigas y no parecía que estuviese ocurriendo nada extraordinario, hasta los médicos circulaban sin sus equipos de protección. Pero yo sabía que eso no era prueba de nada.
-Ahora siéntese nuevamente y hábleme de sus miedos, ¿por qué cree usted que se ha desatado una pandemia en el mundo?
- Doctor, no es que yo lo crea o no, lo veo en los noticieros, en la calle, en la gente, en todos lados; este virus está por todas partes y parece que nadie puede escapar, es como una trampa mortal. Dicen que hasta está en el aire y vuela como un pájaro.
- Dígame ¿Y qué otra cosa lo tiene a mal llevar?
-MI trabajo doctor, tengo miedo de perderlo.
-Bueno mire, dijo, mientras sacó su lapicera y su recetario: sus miedos tienen raíces más profundas que vamos a tener que trabajar de a poco y usted me tiene que ayudar desde su lado; como indicación esta vez le sugiero que abra los ojos y compruebe usted mismo que no pasa nada allá afuera. Cuando usted se convenza de que esto está en su mente podremos empezar a ocuparnos de sus causas. Ni bien salga del consultorio mire a su alrededor, aproveche que es un lindo día, siga tomando esta medicación y vuelva el mes que viene.
Tomé la receta, le agradecí sin saludarlo y me retiré del consultorio. En la salita de espera ya no había nadie, un sudor frio me recorrió el cuerpo, como si me hubiesen metido algo en la sangre, sentí por un momento que las piernas me temblaban. La pantalla estaba apagada y un silencio sepulcral se adueñó del hospital multiplicándose por todas las camas. Salí a la calle un tanto confundido. Un sol de otoño me sorprendió y me acarició de pronto como si me envolviera en un fuerte abrazo. El día era hermoso, eso era verdad, el doctor tenía razón. Me dirigí hacia la esquina, e hice lo que me aconsejó el médico, presté atención a mí alrededor con lujo de detalles, a la gente, a los automóviles, a los comercios y para sorpresa mía, los hechos confirmaban los dichos del doctor: el mundo acontecía con total normalidad y eso me hizo sentir muy feliz.
Era reconfortante ver a la gente sin tapabocas andar de un lado para el otro de la mano, entrar y salir de los comercios sin tomar precauciones; o sencillamente soñando con un lápiz en una mesa de bar, continuando con su vida habitual, con sus esperanzas y dolores a cuestas, pero al fin y al cabo sin esta pandemia que se desató en mi mente y que me tenía aterrorizado.
Yo intuía que no estaba curado, que la pandemia, ni bien llegase a mi casa volvería a instalarse y replicarse en mi mente como un virus letal; lo sabía porque ya me había acontecido en un remoto pasado; pero tenía que actuar contra ella y atacarla con la realidad que tenia frente a mis ojos. Debía seguir por este camino. La verdad era el mejor antídoto, por eso continué caminando por la calle hasta meterme en el bar, al que yo iba persistentemente después de mis consultas para comprobar con mis propios ojos que todo estaba en orden. Busqué una mesa que diera a la calle, la mayoría de los clientes eran ancianos y pacientes del hospital.
- ¿Le pido lo de siempre? me dijo el mozo, a quien registré de inmediato, un hombre más bien gordo y bonachón, quien me confirmo que yo estaba en la realidad.
- Si, le dije con una enorme sonrisa, satisfecho de poder disfrutar de esta cosa tan simple como tomar un café. Cuando me lo trajo, le pregunté al paso, si había oído escuchar algo acerca de una pandemia.
- ¿Pan, quiere más pan? -
- No, déjelo así, está bien, le dije, para no complicar más las cosas.
Los rayos de sol cruzaban el bar como espadas de polvo amarillo. Me imaginé que el aroma suave del café era como el espíritu del bar que se iba apoderando de las almas a medida que lo dejábamos entrar por nuestros sentidos. Su poder invisible se colaba por algún receptor de nuestra mente y nos hacia sentir bien, sobre todo a esta cantidad de pacientes que seguramente cargarían alguna mochila desagradable sobre sus hombros.
Al rato decidí que ya era hora de irme y llamé al mozo para pagar la cuenta. Había menos clientes, la luz del sol se infiltraba entre los edificios, delineando la sombra de su recuerdo; la llegada del atardecer amedrentaba a los más viejitos, quienes se retiraban lentamente y de forma ordenada, vaya a saber uno hacia dónde. Al poco tiempo, la aparente tranquilidad dio paso a un caos que yo no sabía a ciencia cierta de dónde había surgido, quizás de alguna mesa en particular o algún paciente que llamó a la emergencia. Cuando vino el mozo me paralizó el miedo. ¡Ya no era le gordo bonachón, sino que por un instante creí ver a mi médico, pero esta vez tenía puesto un barbijo blanco quirúrgico! Lo interrogué por qué se había puesto eso, que qué pasaba, que dónde estaban el mozo y la gente del bar, pero no me contestó, siguió su camino como si no me hubiese escuchado a atender otras mesas más urgentes.
Los acontecimientos parecían transcurrir muy rápido en ese lugar, oí voces, algunas las registré, otras no. En ocasiones pensé que era mi doctor recordándome lo de la medicación, lo de mi ansiedad y lo del sueño; luego evidencié que no era a mí a quien le dirigía la palabra, sino a otras voces indefinidas que circulaban por doquier. Frecuencias extrañas y agudas recorrían mi mente, me sentí de pronto atrapado y maniatado por cables y tubos y cubierto con una máscara. Quería huir, pero no podía. Busqué en vano la medicación, no quería volver de nuevo a pasar por la misma cosa de siempre, estos ataques sin un fundamento aparente.
Ya no estaba en el bar, me encontraba de nuevo dominado por mi mente en medio de la pandemia. ¿Cuánto me duraría esta nueva alucinación?, pensé. El mozo había misteriosamente desaparecido de mi vista y todo se tornó de a poco más y más oscuro. Trate de ahuyentar los malos pensamientos con imágenes agradables, pero fue inútil. Empecé a sentir fiebre, lo presentía, ¿seria la causa de mi delirio? Luego los ruidos fueron mermando lentamente, hasta que de pronto se produjo un silencio, frio como el del hospital y finalmente me dormí.
No supe cuánto duró ese sueño, solo sé que me dormí un buen tiempo, y que soñé con gente que ya no estaba en este mundo, caras que me suplicaban y que me decían que aguante lo más que pueda, que éste no era mi momento. Repentinamente alguien pronuncio mi nombre como en la sala de espera, pero esta vez su voz no era la de una máquina, sino la de alguien que reconocí de inmediato.
Abrí los ojos y respiré nuevamente por mis propios medios, ya sin el respirador. Me costó entender lo que estaba ocurriendo, pero a medida que pasaban los segundos todas las dudas se me fueron aclarando. Al final lo supe todo al escuchar mi nombre nuevamente.
-Raúl Scaltritti, recuperado.








LOS HÉROES

- ¡Raúl Scaltritti!, -, sentí de pronto que anunciaban desde los altoparlantes de la sala de espera. Era a mí a quien iba dirigida esa voz que me era conocida. En el pasado yo había estado en este mismo salón, lo recordaba por la forma de las sillas y por la pantalla donde figuraba ahora mi nombre completo.
- ¡Raúl Scaltritti!, -, dijo de nuevo la voz, la cual yo no sabía si era realmente la de un hombre o la de un robot. Supuse sería una máquina por su timbre metálico y la frialdad de su modulación. Me levanté enseguida y me mandé al consultorio tratando de no mezclarme con la gente que sentada con su barbijo esperaba su turno.
Golpeé, el doctor me abrió, me cedió la mano para saludarme, yo me sorprendí y no le respondí tratando de seguir los estrictos protocolos de la pandemia. Era extraño que justamente un médico no tomara las precauciones del caso. Ni siquiera tenía un barbijo como el mío, ni guantes de látex.
-Acuéstese como siempre lo hace señor Scaltritti, póngase cómodo- dijo, mientras se sentó plácidamente en su sillón y estiró sus piernas como si quisiera alcanzar algo del piso. Yo me recliné sobre el diván y permanecí inmóvil y mudo mirando hacia el techo y esperando su primera pregunta de rutina.
- ¿Cómo ha estado, siguió tomando la medicación que le indiqué? -.
-Si doctor, yo estoy bien, pero como ya se lo manifesté el mes pasado, me sigue alarmando sobremanera lo de la pandemia y tengo problemas en conciliar el sueño. Se está propagando muy rápido y tengo, como todo el mundo, miedo de contagiarme.
- ¡Veo que no ha cambiado nada desde la última vez que nos encontramos!, que según puedo distinguir en su historia clínica, fue el mes pasado. Advierto que sigue insistiendo y creyendo eso de la pandemia. Pero dígame, ¿tomó la medicación? Esas pastillas que le receté son muy seguras y son para que usted se saque esas ideas de la cabeza, esas que tanto lo perturban. Ya le expliqué que son para atenuar su ansiedad y sus ataques de pánico, e incluso para que usted duerma mejor.
-Lo que sucede doctor, es que la pandemia siguió avanzando por el mundo matando miles de personas y ya está aquí entre nosotros. ¿No se dio cuenta? ¿No advirtió lo que está pasando en todas las grandes ciudades del mundo? Y lo peor es que ya está entre nosotros; ¿no se percató que ya nadie circula por las calles?
-Mire Scaltritti, ya esto lo habíamos conversado la vez pasada y usted mismo me dio la razón cuando se fue, de que era un delirio suyo y me prometió que iba a trabajar sobre estas cuestiones. Le sugerí que observara a su alrededor y que viese la realidad y la realidad señor Scaltritti, es que no hay ninguna pandemia ni nada por el estilo-, dijo señalando la ventana soleada que daba al patio central del hospital. Échele un vistazo usted mismo, mire a la gente. ¿Qué es lo que le preocupa? Obsérvelos. De pronto el doctor se paro, abrió de par en par la ventana y me dijo que me acercara. El patio del hospital era un corredor de gente que iba y venía de un pabellón a otro como si fueran hormigas y no parecía que estuviese ocurriendo nada extraordinario, hasta los médicos circulaban sin sus equipos de protección. Pero yo sabía que eso no era prueba de nada.
-Ahora siéntese nuevamente y hábleme de sus miedos, ¿por qué cree usted que se ha desatado una pandemia en el mundo?
- Doctor, no es que yo lo crea o no, lo veo en los noticieros, en la calle, en la gente, en todos lados; este virus está por todas partes y parece que nadie puede escapar, es como una trampa mortal. Dicen que hasta está en el aire y vuela como un pájaro.
- Dígame ¿Y qué otra cosa lo tiene a mal llevar?
-MI trabajo doctor, tengo miedo de perderlo.
-Bueno mire, dijo, mientras sacó su lapicera y su recetario: sus miedos tienen raíces más profundas que vamos a tener que trabajar de a poco y usted me tiene que ayudar desde su lado; como indicación esta vez le sugiero que abra los ojos y compruebe usted mismo que no pasa nada allá afuera. Cuando usted se convenza de que esto está en su mente podremos empezar a ocuparnos de sus causas. Ni bien salga del consultorio mire a su alrededor, aproveche que es un lindo día, siga tomando esta medicación y vuelva el mes que viene.
Tomé la receta, le agradecí sin saludarlo y me retiré del consultorio. En la salita de espera ya no había nadie, un sudor frio me recorrió el cuerpo, como si me hubiesen metido algo en la sangre, sentí por un momento que las piernas me temblaban. La pantalla estaba apagada y un silencio sepulcral se adueñó del hospital multiplicándose por todas las camas. Salí a la calle un tanto confundido. Un sol de otoño me sorprendió y me acarició de pronto como si me envolviera en un fuerte abrazo. El día era hermoso, eso era verdad, el doctor tenía razón. Me dirigí hacia la esquina, e hice lo que me aconsejó el médico, presté atención a mí alrededor con lujo de detalles, a la gente, a los automóviles, a los comercios y para sorpresa mía, los hechos confirmaban los dichos del doctor: el mundo acontecía con total normalidad y eso me hizo sentir muy feliz.
Era reconfortante ver a la gente sin tapabocas andar de un lado para el otro de la mano, entrar y salir de los comercios sin tomar precauciones; o sencillamente soñando con un lápiz en una mesa de bar, continuando con su vida habitual, con sus esperanzas y dolores a cuestas, pero al fin y al cabo sin esta pandemia que se desató en mi mente y que me tenía aterrorizado.
Yo intuía que no estaba curado, que la pandemia, ni bien llegase a mi casa volvería a instalarse y replicarse en mi mente como un virus letal; lo sabía porque ya me había acontecido en un remoto pasado; pero tenía que actuar contra ella y atacarla con la realidad que tenia frente a mis ojos. Debía seguir por este camino. La verdad era el mejor antídoto, por eso continué caminando por la calle hasta meterme en el bar, al que yo iba persistentemente después de mis consultas para comprobar con mis propios ojos que todo estaba en orden. Busqué una mesa que diera a la calle, la mayoría de los clientes eran ancianos y pacientes del hospital.
- ¿Le pido lo de siempre? me dijo el mozo, a quien registré de inmediato, un hombre más bien gordo y bonachón, quien me confirmo que yo estaba en la realidad.
- Si, le dije con una enorme sonrisa, satisfecho de poder disfrutar de esta cosa tan simple como tomar un café. Cuando me lo trajo, le pregunté al paso, si había oído escuchar algo acerca de una pandemia.
- ¿Pan, quiere más pan? -
- No, déjelo así, está bien, le dije, para no complicar más las cosas.
Los rayos de sol cruzaban el bar como espadas de polvo amarillo. Me imaginé que el aroma suave del café era como el espíritu del bar que se iba apoderando de las almas a medida que lo dejábamos entrar por nuestros sentidos. Su poder invisible se colaba por algún receptor de nuestra mente y nos hacia sentir bien, sobre todo a esta cantidad de pacientes que seguramente cargarían alguna mochila desagradable sobre sus hombros.
Al rato decidí que ya era hora de irme y llamé al mozo para pagar la cuenta. Había menos clientes, la luz del sol se infiltraba entre los edificios, delineando la sombra de su recuerdo; la llegada del atardecer amedrentaba a los más viejitos, quienes se retiraban lentamente y de forma ordenada, vaya a saber uno hacia dónde. Al poco tiempo, la aparente tranquilidad dio paso a un caos que yo no sabía a ciencia cierta de dónde había surgido, quizás de alguna mesa en particular o algún paciente que llamó a la emergencia. Cuando vino el mozo me paralizó el miedo. ¡Ya no era le gordo bonachón, sino que por un instante creí ver a mi médico, pero esta vez tenía puesto un barbijo blanco quirúrgico! Lo interrogué por qué se había puesto eso, que qué pasaba, que dónde estaban el mozo y la gente del bar, pero no me contestó, siguió su camino como si no me hubiese escuchado a atender otras mesas más urgentes.
Los acontecimientos parecían transcurrir muy rápido en ese lugar, oí voces, algunas las registré, otras no. En ocasiones pensé que era mi doctor recordándome lo de la medicación, lo de mi ansiedad y lo del sueño; luego evidencié que no era a mí a quien le dirigía la palabra, sino a otras voces indefinidas que circulaban por doquier. Frecuencias extrañas y agudas recorrían mi mente, me sentí de pronto atrapado y maniatado por cables y tubos y cubierto con una máscara. Quería huir, pero no podía. Busqué en vano la medicación, no quería volver de nuevo a pasar por la misma cosa de siempre, estos ataques sin un fundamento aparente.
Ya no estaba en el bar, me encontraba de nuevo dominado por mi mente en medio de la pandemia. ¿Cuánto me duraría esta nueva alucinación?, pensé. El mozo había misteriosamente desaparecido de mi vista y todo se tornó de a poco más y más oscuro. Trate de ahuyentar los malos pensamientos con imágenes agradables, pero fue inútil. Empecé a sentir fiebre, lo presentía, ¿seria la causa de mi delirio? Luego los ruidos fueron mermando lentamente, hasta que de pronto se produjo un silencio, frio como el del hospital y finalmente me dormí.
No supe cuánto duró ese sueño, solo sé que me dormí un buen tiempo, y que soñé con gente que ya no estaba en este mundo, caras que me suplicaban y que me decían que aguante lo más que pueda, que éste no era mi momento. Repentinamente alguien pronuncio mi nombre como en la sala de espera, pero esta vez su voz no era la de una máquina, sino la de alguien que reconocí de inmediato.
Abrí los ojos y respiré nuevamente por mis propios medios, ya sin el respirador. Me costó entender lo que estaba ocurriendo, pero a medida que pasaban los segundos todas las dudas se me fueron aclarando. Al final lo supe todo al escuchar mi nombre nuevamente.
-Raúl Scaltritti, recuperado.


LOS HÉROES

- ¡Raúl Scaltritti!, -, sentí de pronto que anunciaban desde los altoparlantes de la sala de espera. Era a mí a quien iba dirigida esa voz que me era conocida. En el pasado yo había estado en este mismo salón, lo recordaba por la forma de las sillas y por la pantalla donde figuraba ahora mi nombre completo.
- ¡Raúl Scaltritti!, -, dijo de nuevo la voz, la cual yo no sabía si era realmente la de un hombre o la de un robot. Supuse sería una máquina por su timbre metálico y la frialdad de su modulación. Me levanté enseguida y me mandé al consultorio tratando de no mezclarme con la gente que sentada con su barbijo esperaba su turno.
Golpeé, el doctor me abrió, me cedió la mano para saludarme, yo me sorprendí y no le respondí tratando de seguir los estrictos protocolos de la pandemia. Era extraño que justamente un médico no tomara las precauciones del caso. Ni siquiera tenía un barbijo como el mío, ni guantes de látex.
-Acuéstese como siempre lo hace señor Scaltritti, póngase cómodo- dijo, mientras se sentó plácidamente en su sillón y estiró sus piernas como si quisiera alcanzar algo del piso. Yo me recliné sobre el diván y permanecí inmóvil y mudo mirando hacia el techo y esperando su primera pregunta de rutina.
- ¿Cómo ha estado, siguió tomando la medicación que le indiqué? -.
-Si doctor, yo estoy bien, pero como ya se lo manifesté el mes pasado, me sigue alarmando sobremanera lo de la pandemia y tengo problemas en conciliar el sueño. Se está propagando muy rápido y tengo, como todo el mundo, miedo de contagiarme.
- ¡Veo que no ha cambiado nada desde la última vez que nos encontramos!, que según puedo distinguir en su historia clínica, fue el mes pasado. Advierto que sigue insistiendo y creyendo eso de la pandemia. Pero dígame, ¿tomó la medicación? Esas pastillas que le receté son muy seguras y son para que usted se saque esas ideas de la cabeza, esas que tanto lo perturban. Ya le expliqué que son para atenuar su ansiedad y sus ataques de pánico, e incluso para que usted duerma mejor.
-Lo que sucede doctor, es que la pandemia siguió avanzando por el mundo matando miles de personas y ya está aquí entre nosotros. ¿No se dio cuenta? ¿No advirtió lo que está pasando en todas las grandes ciudades del mundo? Y lo peor es que ya está entre nosotros; ¿no se percató que ya nadie circula por las calles?
-Mire Scaltritti, ya esto lo habíamos conversado la vez pasada y usted mismo me dio la razón cuando se fue, de que era un delirio suyo y me prometió que iba a trabajar sobre estas cuestiones. Le sugerí que observara a su alrededor y que viese la realidad y la realidad señor Scaltritti, es que no hay ninguna pandemia ni nada por el estilo-, dijo señalando la ventana soleada que daba al patio central del hospital. Échele un vistazo usted mismo, mire a la gente. ¿Qué es lo que le preocupa? Obsérvelos. De pronto el doctor se paro, abrió de par en par la ventana y me dijo que me acercara. El patio del hospital era un corredor de gente que iba y venía de un pabellón a otro como si fueran hormigas y no parecía que estuviese ocurriendo nada extraordinario, hasta los médicos circulaban sin sus equipos de protección. Pero yo sabía que eso no era prueba de nada.
-Ahora siéntese nuevamente y hábleme de sus miedos, ¿por qué cree usted que se ha desatado una pandemia en el mundo?
- Doctor, no es que yo lo crea o no, lo veo en los noticieros, en la calle, en la gente, en todos lados; este virus está por todas partes y parece que nadie puede escapar, es como una trampa mortal. Dicen que hasta está en el aire y vuela como un pájaro.
- Dígame ¿Y qué otra cosa lo tiene a mal llevar?
-MI trabajo doctor, tengo miedo de perderlo.
-Bueno mire, dijo, mientras sacó su lapicera y su recetario: sus miedos tienen raíces más profundas que vamos a tener que trabajar de a poco y usted me tiene que ayudar desde su lado; como indicación esta vez le sugiero que abra los ojos y compruebe usted mismo que no pasa nada allá afuera. Cuando usted se convenza de que esto está en su mente podremos empezar a ocuparnos de sus causas. Ni bien salga del consultorio mire a su alrededor, aproveche que es un lindo día, siga tomando esta medicación y vuelva el mes que viene.
Tomé la receta, le agradecí sin saludarlo y me retiré del consultorio. En la salita de espera ya no había nadie, un sudor frio me recorrió el cuerpo, como si me hubiesen metido algo en la sangre, sentí por un momento que las piernas me temblaban. La pantalla estaba apagada y un silencio sepulcral se adueñó del hospital multiplicándose por todas las camas. Salí a la calle un tanto confundido. Un sol de otoño me sorprendió y me acarició de pronto como si me envolviera en un fuerte abrazo. El día era hermoso, eso era verdad, el doctor tenía razón. Me dirigí hacia la esquina, e hice lo que me aconsejó el médico, presté atención a mí alrededor con lujo de detalles, a la gente, a los automóviles, a los comercios y para sorpresa mía, los hechos confirmaban los dichos del doctor: el mundo acontecía con total normalidad y eso me hizo sentir muy feliz.
Era reconfortante ver a la gente sin tapabocas andar de un lado para el otro de la mano, entrar y salir de los comercios sin tomar precauciones; o sencillamente soñando con un lápiz en una mesa de bar, continuando con su vida habitual, con sus esperanzas y dolores a cuestas, pero al fin y al cabo sin esta pandemia que se desató en mi mente y que me tenía aterrorizado.
Yo intuía que no estaba curado, que la pandemia, ni bien llegase a mi casa volvería a instalarse y replicarse en mi mente como un virus letal; lo sabía porque ya me había acontecido en un remoto pasado; pero tenía que actuar contra ella y atacarla con la realidad que tenia frente a mis ojos. Debía seguir por este camino. La verdad era el mejor antídoto, por eso continué caminando por la calle hasta meterme en el bar, al que yo iba persistentemente después de mis consultas para comprobar con mis propios ojos que todo estaba en orden. Busqué una mesa que diera a la calle, la mayoría de los clientes eran ancianos y pacientes del hospital.
- ¿Le pido lo de siempre? me dijo el mozo, a quien registré de inmediato, un hombre más bien gordo y bonachón, quien me confirmo que yo estaba en la realidad.
- Si, le dije con una enorme sonrisa, satisfecho de poder disfrutar de esta cosa tan simple como tomar un café. Cuando me lo trajo, le pregunté al paso, si había oído escuchar algo acerca de una pandemia.
- ¿Pan, quiere más pan? -
- No, déjelo así, está bien, le dije, para no complicar más las cosas.
Los rayos de sol cruzaban el bar como espadas de polvo amarillo. Me imaginé que el aroma suave del café era como el espíritu del bar que se iba apoderando de las almas a medida que lo dejábamos entrar por nuestros sentidos. Su poder invisible se colaba por algún receptor de nuestra mente y nos hacia sentir bien, sobre todo a esta cantidad de pacientes que seguramente cargarían alguna mochila desagradable sobre sus hombros.
Al rato decidí que ya era hora de irme y llamé al mozo para pagar la cuenta. Había menos clientes, la luz del sol se infiltraba entre los edificios, delineando la sombra de su recuerdo; la llegada del atardecer amedrentaba a los más viejitos, quienes se retiraban lentamente y de forma ordenada, vaya a saber uno hacia dónde. Al poco tiempo, la aparente tranquilidad dio paso a un caos que yo no sabía a ciencia cierta de dónde había surgido, quizás de alguna mesa en particular o algún paciente que llamó a la emergencia. Cuando vino el mozo me paralizó el miedo. ¡Ya no era le gordo bonachón, sino que por un instante creí ver a mi médico, pero esta vez tenía puesto un barbijo blanco quirúrgico! Lo interrogué por qué se había puesto eso, que qué pasaba, que dónde estaban el mozo y la gente del bar, pero no me contestó, siguió su camino como si no me hubiese escuchado a atender otras mesas más urgentes.
Los acontecimientos parecían transcurrir muy rápido en ese lugar, oí voces, algunas las registré, otras no. En ocasiones pensé que era mi doctor recordándome lo de la medicación, lo de mi ansiedad y lo del sueño; luego evidencié que no era a mí a quien le dirigía la palabra, sino a otras voces indefinidas que circulaban por doquier. Frecuencias extrañas y agudas recorrían mi mente, me sentí de pronto atrapado y maniatado por cables y tubos y cubierto con una máscara. Quería huir, pero no podía. Busqué en vano la medicación, no quería volver de nuevo a pasar por la misma cosa de siempre, estos ataques sin un fundamento aparente.
Ya no estaba en el bar, me encontraba de nuevo dominado por mi mente en medio de la pandemia. ¿Cuánto me duraría esta nueva alucinación?, pensé. El mozo había misteriosamente desaparecido de mi vista y todo se tornó de a poco más y más oscuro. Trate de ahuyentar los malos pensamientos con imágenes agradables, pero fue inútil. Empecé a sentir fiebre, lo presentía, ¿seria la causa de mi delirio? Luego los ruidos fueron mermando lentamente, hasta que de pronto se produjo un silencio, frio como el del hospital y finalmente me dormí.
No supe cuánto duró ese sueño, solo sé que me dormí un buen tiempo, y que soñé con gente que ya no estaba en este mundo, caras que me suplicaban y que me decían que aguante lo más que pueda, que éste no era mi momento. Repentinamente alguien pronuncio mi nombre como en la sala de espera, pero esta vez su voz no era la de una máquina, sino la de alguien que reconocí de inmediato.
Abrí los ojos y respiré nuevamente por mis propios medios, ya sin el respirador. Me costó entender lo que estaba ocurriendo, pero a medida que pasaban los segundos todas las dudas se me fueron aclarando. Al final lo supe todo al escuchar mi nombre nuevamente.
-Raúl Scaltritti, recuperado.





















Gabrielfalconi22 de abril de 2020

1 Recomendaciones

1 Comentarios

  • Clopezn

    Impresionante la descripción desde las entrañas del COVID de la vivencia de un paciente sometido a ventilación mecánica,sedado y analgesiado muy probablemente con opiáceos y los periodos de lucidez alternando con delirio antes de volver a tomar conciencia de la recuperación de la propia enfermedad.
    Un saludo cordial

    29/04/20 12:04

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