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Una Gotera

Tendría que hacer el intento corazón, tendría que hacerlo sinceramente, ser esa especie de bestezuela muda que ni rumia ni grita ni canta sus cantos de apareamiento, tendría que ser casto otra vez, tendría que ser esta especie de vela mal apagada que veo en la casa de enfrente, apenas humeando, asexuándose en la oscuridad creciente, y los ojos que ven, que ven algo que fue el fuego, que iba a ser el fuego y no es más que humito, la niebla que estorba un poco la visión del ventanal, un poquito nada más; no te preocupes, yo también pensaba que el amor era una ciencia, que podría estudiarla como la Cábala, como la agrimensura, como a Gibran Khalil en una pegajosa noche bonaerense con un leve dejo ambiental que rememora la india, la india y sus invasores, ingleses hijos de puta, hijos de puta infinitos, hijos de puta sin gracia ni endemia ni academia ni iglesia verdadera; nosotros nos hicimos nuestros dioses, y para qué Maitena, decime para qué, si vendrían dioses mejores, más fuertes y más totalitarios, Dioses En Mayúsculas, a embaucarnos y violarnos, y acá estamos, tal y como nos conocimos, vos con ese lunar casi entre los pechos y yo como Buzz Aldrin, queriendo alunizar y llegando segundo.
Aquella noche caminábamos por el Sena y te dije mi amor, mi vida, te dije que me quería tirar, que no había remedio, que no dejaba de pensar en irremediables cuestiones pasionales efervescentes insoportables fantasiosas ensombrecidas odiosas repugnantes… cuando la metafísica ofrecía problemas harto más entretenidos. Y me dijiste, me dijiste que estaba bien, que no era un pecado querer morir, ni un pecado querer amar, ni querer morir por amor, ni querer amar a la muerte, y así y asá, mil combinaciones diferentes, los más variados órdenes, qué le íbamos a hacer mi amor, estábamos jodidos, lo seguimos estando; te espero esta noche muerto de hambre en la esquina del 178 con el culo frio y un cigarro que levanté del suelo, pensando que los cigarrillos desperdician nuestra vida y nosotros desperdiciamos los cigarrillos. Cuánto tabaco Maitena, cuanto en tu nombre, el nunca saciado culto a lo que muere. Pero es mi culpa, tiene que ser mi culpa o sería irreversible, debo tratar de ser esa bestezuela, debería escribir lo suficiente sobre vos para que los enamorados se harten, para que nadie quiera leerme, no ahora, no mientras vos y yo sigamos vivos, a quién le importan las historias verídicas, la gracia está en ahcer de la fantasía realidad, Maitena, tu nombre es una porquería y yo no existo, pero te sigo esperando, ey, dejáme pasar, que apenas comí unos pancitos en todo el día y ya se me acaba el agua Maite, te prometí todos los cielos hermosos gloriosos preciosos harto Osos ¿y qué te traje? todas las densas nubes negras, acopladas a megatones de radiación, a todo el cemento en bloques de la ciudad, al smog y a cien bolsas de consorcio de 60 x 100 x 45 repletas a tope con todos los cigarrillos tirados a medio acabar que encontré: todo mientras te esperaba. A su vez la gente abandona las bolsas. A su vez la gente abandona a la gente. Aunque se sigan viendo, a la salida del hipermercado, esperando el 178, aunque se vean con los ojos y se sientan con la nariz, ya se están abandonando. Quisiera Maitena trepar por una cortina de cuentas interminables y acabar en el cielo y más arriba del cielo, y saber que no sos tan grandiosa en realidad, que desde esa altura no sos más que una hormiga pasajera y ácida como el diablo... Si yo tuviera mi ego Maitena, serías nada.
Quisiera ser esa bestezuela, ser la vela ya apagada, la cadencia de la noche, de una noche, de tu noche, y quedarme modosito y mirón, expectante, para que me domestiques y hagas de mi parafina lo que quieras, y así verte feliz, verte feliz para que ya no me vuelvas a perturbar.
Gentio30 de marzo de 2014

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