Desperté sobresaltado y con la frente empapada de sudor. Era pleno diciembre, pero sin embargo, había dormido cubierto hasta el cuello con una frazada. "Me tapé mientras padecía la pesadilla" dije a mi mismo. Los acontecimientos onhíricos habían comenzado exctamente diez minutos antes de que el llanto del despertador a cuerda, inundase la habitación que se decoró el año anterior.
La calle era oscura y un silencio de esos que asustan se apoderaba de la escena. Mis oídos, únicamente captaban el roce de las suelas Febo contra las asperas baldozas. No había siquiera una casa, un edificio o conventillo, en aquella misteriosa arteria. Solo muros. Extensos paredones verdes, de ese tono que el musgo sabe dar, de por lo menos, cuatro metros de alto. Al final de la sexta cuadra recorrida, un farol de luz cristalina, iluminaba a una joven pareja que sin el menor de los temores, daban rienda suelta a sus más bajos instintos. La muchacha era ella.
—¿Como pudiste? —pregunté, a pesar de que no deseaba obtener niguna respuesta.
—No hay una explicación para todo. A veces las cosas ocurren y ya... —contestó ella mientras se bajaba la minifalda.
—¿Este es el agradecimiento a nosé cuánto tiempo de amor y lealtad ofrecidos?
La ausencia de todo sonido, palabra o chillido, fue la contraprestación de mi reproche.
—Vamos hermoso —dijo ella a su acompañante, tomándolo de la corbata con la estampa de Bob Dylan.
El sujeto, de correcta postura y rostro de actor de telenovela mexicana, me observó con ojos de lástima. Ambos desaparecieron a traves de las sombras.

A la tarde siguiente, cuando ella vino a visitarme, le relaté mi pesadilla, sin omitir ningún detalle. Me miró fijamente, y dando un sorbo a su taza de té de hierbas norteñas, comentó
—Otra vez se pelearon Nazarena Vélez y Gerardo Sofovich.
Luego hizo zapping hasta sintonizar la repetición de Pasión de Gavilanes.

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