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Historia de Amor

Eran las once y media de la noche del miércoles i Ana yacía en la cama con la mirada fija en el techo. Estaba preocupada porque Luís aún no había llegado, no preocupada por si le había ocurrido alguna cosa, sino porque tenía miedo. Sabía que si tardaba era porque había estaba en el bar y sabía que había bebido, y cuando bebía no era él, bueno, sí que era él, pero diferente, peor.

Luís no siempre había sido así, cuando salían juntos hacía años, incluso los primeros años de casados, era diferente. Tan cariñoso, tan amable, considerado... Por aquel entonces pensaba que se había casado con el mejor hombre del mundo, un hombre que siempre la ayudaba y hacía lo imposible por ella. Pero con el tiempo todo eso cambió y cada vez Luís hacia menos por ella, cuando llegaba a casa se tumbaba en el sofá directamente, sin siquiera decir hola. En un principio, Ana lo encontró hasta normal, pensaba que después de unos años de matrimonio, la pasión y el amor ya no eran tan intensos. Pero cuando los gritos, los insultos y, finalmente, las agresiones llegaron, Ana se asustó. También empezó a llegar borracho a casa y era entonces cuando sucedía lo peor. Ana nunca se imaginó que su vida llegaría a ser así, o, al menos, imaginaba que en estos casos tendría el valor de denunciarlo, pero se equivocó.

El ruido de la puerta interrumpió el hilo de sus pensamientos y los nervios la invadieron, decidió hacerse la dormida. Entonces Luís irrumpió en la habitación apestando a alcohol y completamente borracho.

-Ana ¡Ana!- gritó mientras intentaba mantener el equilibrio. Ella fingió despertar y lo miró, daba lástima, pero Ana sintió miedo.-¿Ya has llegado, Luís?-Le temblaba la voz.

-¿Que si he llegado? ¿Pero tú quién te crees que eres? Tu marido llega tarde a casa y ni te preocupas ni te dignas a esperarlo despierta. ¿Y ahora me preguntas si ya he llegado? Eres imbécil.

-Tranquilízate, Luís- A cada segundo sentía más miedo.

-¿Que me tranquilice? ¡Que me tranquilice! Ven aquí.- La cogió del brazo y la lanzó fuera de la cama.- ¿Pero tú quién te crees que eres para decirme a mí lo que tengo que hacer? Yo te lo diré, no eres nadie, me oyes? ¡Nadie!- Y empezó a pegarle mientras ella se acurrucaba en el suelo temblando. Cuando se cansó de pegarle le dijo que se fuera al sofá a dormir, que ella no merecía dormir con él, y que esperaba que le hubiera quedado claro que ella no era quien para decirle cómo comportarse. Ana cruzó el pasillo hasta el salón y se tumbó en el sofá. Entonces empezó a llorar, procurando que Luís no la oyera y, finalmente, se durmió.

Los siguientes días Ana no pudo salir de casa por miedo a que la vieran, ya que sabía que si se creaban rumores por el barrio de que le había pegado, Luís se enfadaría muchísimo. Una semana después, Ana decidió ir al médico a escondidas, porque hacía dos semanas que le debería haber bajado la regla y temía que las palizas que recibía la hubieran afectado de alguna forma. Así que cuando Luís se fue a trabajar, Ana llamó al médico y pidió cita para el día siguiente.

Eran las diez de la mañana y Ana se estaba poniendo el abrigo y unas gafas de sol que taparan los vestigios de un moratón en el ojo. Bajó las escaleras del edificio y empezó a andar hacia la consulta. Media hora después ya estaba frente a su médico, que la examinó y sacó sangre, y le dijo que mañana tendría que pasarse a por los resultados. Ella volvió a casa y se puso a hacer la comida. El día transcurrió tan monótono y triste como los anteriores.

Al día siguiente, a la misma hora, Ana se dirigió a la consulta con la esperanza de que el doctor le dijera que todo estaba bien y que solo era un simple retraso. Por fin entro en la sala y miró al doctor que tenía una media sonrisa en la cara.

-¿Todo bien, Doctor?- Preguntó con esperanza.

-Yo diría que mejor que bien. Le doy mi enhorabuena, está usted embarazada. De un mes exactamente.

-¿Embarazada?- Ana se quedó de piedra, no sabía si alegrarse o echarse a llorar. Cogió los análisis y volvió a casa. Estaba contenta, iba a tener un hijo, pero no sabía cómo se lo iba a decir a Luís, no sabía cómo reaccionaría, podía enfadarse, y eso le daba miedo, pero también podía alegrarse, dicen que un hijo es una bendición. De todas formas, de una cosa estaba segura, de momento aun no se lo diría.

Ana esperó varias semanas para decírselo, durante ese tiempo, intentó no hablar mucho con Luís, por si se enfadaba y le hacía daño al niño. No se le notaba en absoluto el embarazo, apenas tenía vientre. Era una mujer delgada, fina y delicada, una mujer muy hermosa, de cabellos castaños casi rubios y muy largos, y una cara muy atractiva que hacía que no pasara desapercibida allá donde fuera. Esto disgustaba a Luís, por eso siempre se escondía bajo pañuelos, gafas de sol y ropa ancha que no se le ciñera al cuerpo. Seguía siendo igual de bonita que en su adolescencia, pero con la diferencia que ahora eso solo lo sabían ella y Luís. Últimamente, cuando estaba sola en casa, a veces se ponía un cojín debajo de la camiseta y miraba extrañada como sería dentro de unos meses. También se imaginaba con su hijo en brazos y se veía, por primera vez en la vida, como una madre. Entonces se volvía a mirar en el espejo y se daba cuenta que para eso aún faltaban unos cuantos meses, ya que el único indicio que se podía apreciar en su delicada figura, era el vientre un poco hinchado, como si hubiera comido demasiado. Mientras todos estos pensamientos le rondaban la cabeza, Ana se sentía feliz, algo que hacía mucho tiempo que no le ocurría.

Por fin se decidió a decírselo a Luís. Eligió ese día porque se lo veía relativamente contento, ella tenía miedo de que se enfadara, pero estaba convencida de que se lo tomaría bien, y que tener un hijo significaría el final de los maltratos. Ya habían terminado de cenar, Luís miraba la televisión y se quejaba, y Ana estaba limpiando los platos. Cuando terminó se secó las manos, respiro profundo y fue al salón. Se acercó a Luís, volvió a coger aire y habló.

-Luís, tengo una buena noticia.- Dijo con voz temblorosa.

-¿Cual?- preguntó él, sin apartar la vista del televisor.

-Estoy embarazada.- Luís la miró, y sin que su rostro expresara nada le preguntó que de cuánto tiempo.- De dos meses- Le extrañaba su reacción.

-¿Y quién es el padre?-Ana se quedó de piedra, le dijo rápidamente que él, por supuesto.

-¿Te crees que soy tonto? ¡Dime quién es el padre!- El rostro de Luís mostraba rabia.

-Te juro que tú, quién iba a ser sino?

-¿Cómo que quién iba a ser? Eres una mentirosa y una imbécil. ¿Piensas que no se qué haces cuando estoy trabajando?

-Pero si yo no...

-¡Que te calles! Hace tiempo que lo imaginaba, pero ahora me lo has confirmado quedándote preñada, y encima vienes tan contenta a restregármelo por las narices. No eres más que una puta.-Entonces la abofeteó con tanta fuerza que cayó al suelo.-¡Levántate! ¡Que te levantes!

Ana se levantó y se limpió con la mano la sangre que le salía de la boca.

-¿Así es como me lo pagas?- La volvió a abofetear.- ¿Eh? ¿Así es como me pagas que te mantenga?- Otra bofetada.- ¿Engañándome con otro hombre? ¡Puta, más que puta!- Entonces Luís la empujó fuertemente haciendo que tropezara y cayera contra la mesita del salón. Cuando intentó incorporarse se dio cuenta que tenía sangre entre las piernas, empezó a marearse y se desmayó.

Ana abrió los ojos, estaba en una habitación demasiado iluminada y tuvo que cerrar los ojos otra vez. Los abrió de nuevo y se dio cuenta que estaba en la habitación de un hospital. Tenía un gotero en la mano derecha y le habían puesto un camisón blanco. Intentó incorporarse, pero entonces entró el médico a la habitación.

-Veo que ya se ha despertado. ¿Cómo se encuentra?

-Un poco mareada, pero bien. ¿Qué ha pasado?

-Lo siento pero nada bueno. Ayer, al caer, se dio un golpe en el vientre que afectó a sus trompas de falopio. Hicimos lo posible por salvar el feto, pero no lo conseguimos. Lamento decirle también que el daño en sus trompas es muy grave e irreversible, por lo que será casi imposible que se vuelva a quedar embarazada. Lo siento mucho.

Ana se lo quedó mirando y empezó a llorar. El médico no paraba de repetir que lo lamentaba, pero con lamentarlo no se arreglaba nada. Cuando por fin pensaba que la vida le iba a cambiar, que este hijo iba a hacerla realmente feliz, un golpe le hace perderlo a él y le impide tener un hijo nunca. Se sentía frustrada, pensaba que era la mujer más desgraciada del mundo, estaba segura que ya nunca más volvería a ser feliz. Quería morir, no creía que mereciera la pena seguir viviendo porque el resto de su vida seguro que sería un infierno. Estaba segura de que quería morir, no quería vivir ni un minuto más, entonces entró por la puerta la última persona a la que querría ver en aquel momento. No podía mirarlo a los ojos, no le iba a perdonar, dijera lo que dijera, aunque le pidiera un millón de veces perdón, nunca lo perdonaría.

-¿Cómo estás?- Preguntó Luís.

-Nunca te perdonaré lo que me has hecho.- Respondió tajante, algo casi impensable en ella.

-¿Perdonarme? ¿Crees que vengo a pedirte perdón? Mira Ana -La cogió de la barbilla y le obligó a que lo mirara.- yo solo he venido a decirte que como digas que te pegué te mataré, y lentamente para que sufras lo máximo posible, te queda claro?-Ana empezó a notar como las lágrimas le caían por las mejillas y mojaban las manos de Luís.-¿Te queda claro?- Repitió más amenazante.

-Si.- consiguió balbucear ella, intentando no echarse a llorar bruscamente.

-Todo claro pues.- Luís dio media vuelta y se fue satisfecho, como si todo estuviera arreglado y él hubiese hecho lo correcto.

Ana estaba petrificada, estaba llorando pero apenas se daba cuenta. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de cómo era Luís realmente, no se había imaginado que pudiera llegar a tanto y ahora estaba desconcertada. Estaba muy claro que el resto de su vida lo pasaría sufriendo por su culpa y que, tarde o temprano, la mataría, seguramente por alguna minucia, o sin motivo alguno, pero lo acabaría haciendo. No sabía qué hacer, sabía qué le esperaba pero no sabía cómo reaccionar. Se dice que cuando una persona está a punto de morir toda su vida pasa ante sus ojos, Ana ya la estaba viendo. Veía su infancia con sus padres, a los que tanto quería y ahora tanto echaba de menos, también veía su adolescencia, divirtiéndose con sus amigos, las primeras veces de tantas cosas, y finalmente veía a Luís, primero lo veía como aquel joven cariñoso del que se enamoró, incluso como aquel marido perfecto que fue en un principio, pero después vio como se fue mostrando el monstruo que realmente era, y finalmente se veía a ella misma allí, en el hospital, con la noticia reciente de que había perdido toda posibilidad de tener hijos, y escuchaba las palabras de Luís que aún le resonaban en la cabeza. Todo esto lo veía como toda una vida, una vida ya acabada, porque sabía que lo que le quedaba a partir de ese momento hasta la muerte no sería lo que se entiende por vida, sería más bien una tortura, no física, porque el dolor físico con el tiempo se olvida, sino una tortura de su alma que haría de Ana una persona ya muerta por dentro.

Pasó dos días más ingresada mientras le hacían más pruebas y preguntas, y finalmente le dieron el alta, aunque le dijeron que durante una semana como mínimo guardara reposo. A las seis y media de la tarde Luís fue a recogerla y se fueron en el coche. Ana no lo miraba y él callaba. Mientras miraba la carretera, ella reprimía sus lágrimas, no quería llorar, porque sabía que sus lágrimas no servirían para nada, como mucho empeorarían las cosas. Temía el momento de llegar a casa. ya que no sabía cómo reaccionaría Luís, no tenía ni idea de lo que haría, pero esperaba que entendiera al menos las recomendaciones del médico, aunque sabía que no iba a ser así.

Ana ya lo tenía todo claro, sabía que de Luís ya nunca más saldría nada bueno, dejó de hacerse ese tipo de ilusiones, olvidó toda esperanza y solo pensaba en aguantar, no sabía durante cuanto tiempo podría hacerlo, pero lo intentaría. No iba a aguantar a la espera de tiempos mejores, sino para no reventar, no quería reventar, lo creía una pérdida de tiempo. Ahora solo dejaría pasar el tiempo, sabía que se le haría eterno, que no vería nunca cerca el final, pero aguantaría, para eso aún le quedaban fuerzas, no muchas, pero suficientes.

Llegaron a casa y subieron en el ascensor en silencio. Aunque a Ana le costaba andar Luís no la ayudo, y ella sabía que no lo haría, por lo que no le afectó. Llegaron a la puerta de su casa y entraron. Ana se dirigía hacia el sofá pero Luís la cogió del brazo.

-¿Dónde vas?

-El médico dijo que reposara durante unos días.

-¿Reposar? Llevo tres días alimentándome a base de bocadillos y comida de bar y cuando mi mujer vuelve a casa no se digna ni a hacerme la cena porque tiene que reposar. -Dijo en tono burlón.

-Pero el médico...

-Pero el médico, pero el médico. Tú me haces caso a mi, que por algo soy tu marido, y te digo que me hagas la cena.

Ana respiró hondo, se fue a la cocina y se puso a sacar la comida. Decidió que haría una ensalada como entrante, así que cogió un poco de lechuga, la lavó y empezó a cortarla. De repente apareció Luís detrás suya.

-¿Qué haces?

-La cena.- Respondió Ana sin ni siquiera girar la cabeza.

-Ya sé que estás haciendo la cena, no soy idiota, pero ¿qué haces preparando ensalada? ¿ Crees que soy una vaca que come hierba? Tú lo quieres es matarme de hambre ¿verdad? Lo que quieres es que yo muera y así irte con el que te dejó preñada. Menos mal que te empujé. ¿Crees que yo hubiera consentido que mi mujer hubiese parido un niño que no es mío? Tu problema es que eres una puta y encima ni lo escondes...

Ana estaba de espaldas a Luís y sentía como iba cediendo. Antes había pensado que podría aguantar, pero ahora veía que no. Ya no escuchaba las palabras de Luís, sabía que estaba hablando pero ya no lo oía. Sentía cómo se iba desmoronando por dentro, como cuando derriban un edificio con explosivos, se sentía como si su alma se estuviera muriendo y, en ese momento, vio como perdía todo tipo de razón, porque fue en ese momento cuando se dio la vuelta y se abalanzó sobre Luís clavándole el cuchillo que tenía en las manos. No se lo clavó una vez, ni dos ni tres, sino que empezó a asestarle cuchilladas sin parar, llena de odio y rabia.

De repente se vio allí, arrodillada en el suelo, encima d Luís, rodeada de un charco de sangre y manchada también de sangre, con el cuchillo en la mano. Entonces fue como si recobrara el conocimiento y lo entendió todo. Se levantó dejando caer el cuchillo al suelo. Empezó a andar hacia la puerta y salió al pasillo. Empezó a subir las escaleras, dejando un rastro de sangre en los escalones. Mientras subía, el tiempo pasaba lentamente y ahora escuchaba, como un tambor en su oreja, sus propios pasos y el latido de su corazón. No se encontró con nadie, pero aunque alguien hubiera estado en ese momento en la escalera, ni lo hubiera visto. Ana subió hasta la última planta y salió a la azotea.
La cruzó entera y se sentó en la cornisa. Se quedó allí. con los ojos cerrados, sintiendo como la suave brisa de una tarde de verano la rodeaba e impregnaba de salitre. El olor a playa, la puesta de sol y la brisa acariciándole los cabellos le hicieron sentirse bien, feliz. Después miró hacia abajo y vio coches, personas. Vio toda la ciudad a sus pies. Entonces lo vio claro, más claro de lo que ella pensaba y saltó. En ese preciso momento se sintió, de una forma extraña, libre de nuevo.
Gnomitto28 de abril de 2010

1 Comentarios

  • Beth

    Muy bien escrito, pero verdaderamente tremendo; sobre todo porque esto es así en algunas tristes ocasiones, con variantes, pero igual de triste. Afortunadamente, la mayoría de los hombres no se parecen a éste ni de lejos

    28/04/10 07:04

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