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Berserkergang

I


Se dice que en periodos de guerra la necesidad puede obrar milagros y la Segunda Guerra mundial no fue una excepción. Durante el conflicto se exploraron todos ámbitos del conocimiento que pudieran ofrecer alguna ventaja sobre el enemigo, sin descanso, sin tener en cuenta el gasto en recursos que pudiera acarrear. Todos los bandos sufrían un terror recíproco tan profundo y elemental que se investigó en todos los aspectos de la realidad nuevas armas para aniquilarse mutuamente. Lo que quizá muchos no sepan es que, en ocasiones, también se buscó respuestas en los ámbitos de la irrealidad, tal era su pavor.

Nadie sabe cuánto dinero, sangre y recursos se gastaron realmente, pues la mayoría de estas investigaciones y experimentos fueron secretos y oficialmente se presentaron bajo la forma de otras cosas o directamente permanecieron en las tinieblas. Era la época en la que los genios y locos tuvieron su propia guerra oculta particular en la que no se dejó ni el más mínimo resquicio donde mirar. Fue el espíritu de la Segunda Guerra Mundial; o mejor dicho, su fantasma.

A partir de la fundación de las SS-Ahnenerbe, dedicada a la investigación y enseñanza sobre la herencia ancestral alemana, se escindió una segunda sección menos conocida que atendía al nombre de la Schutzstaffel Paranormal Abteilung (o División Paranormal de las SS) Uno más de los proyectos personales de Heinrich Himmler para sus pretensiones con respecto a la "Solución Final". Al mando de la división no pudo dejar a otro que no fuera el mismísimo Erik Hanussen, a quien durante muchos años se consideró el mejor vidente de Berlín. Predijo fechas exactas de acontecimientos tan importantes como el acceso a la cancillería de Hitler, la matanza de Rohem y los suyos, el incendio del Reichstag o la conquista de la presidencia. Muchos se preguntaron de dónde provenían sus facultades o su relevancia en el destino de la Alemania nazi, pero eso me lo reservo para una ocasión más propicia.

Por cierto, no recuerdo haberme presentado. En cualquier caso, dado que los nombres son sólo para los amigos yo no necesito ninguno, pero como supongo que estas memorias que estoy escribiendo necesitan de un protagonista pueden llamarme Steiner. Fui miembro destacado entre las filas de las SSPA en las que me especialicé como médico mentalista, si bien entre mis conocimientos al servicio del Tercer Reich se pueden nombrar áreas tan alejadas de la medicina tradicional como clarividencia, precognición, psicoquinesia, percepción estrasensorial y estados alterados de la conciencia. Fue precisamente esto último en lo que se fijó el Oberführer Hanussen para responsabilizarme de la investigación sobre los mitos de los berserkers.

Aproximadamente calculo que estuve un año dedidado en exclusiva a dicho estudio. Un año de peregrinaje continuo cruzando la Europa más grande y gloriosa proyectada por nuestro insigne Führer, visitando lugares rara vez profanados por la presencia humana y aprendiendo en las más recónditas bibliotecas, tratando de hallar incesantemente una respuesta que se me escapaba. Finalmente fue más la casualidad que la erudición la que guió mis pasos de vuelta hacia Alemania, concretamente a una villa no muy alejada de Munich cuyo nombre prefiero obviar. Bastará mencionar que era uno de esos lugares oníricos con casitas de tejado rojo al pie de las escarpadas montañas de los Alpes Bávaros. Una familiar sensación de certeza premonitoria me susurraba suavemente que mi recompensa se hallaba más cerca que nunca.

Recibí un telegrama de mis superiores para informarme que fraulein Helga Lichthammer también se dedicaba en aquel momento al estudio de los berserkers y me recomendaban hacerle una visita en su mansión en Baviera para un realizar un intercambio de opiniones. El apellido Lichthammer me trajo viejos recuerdos, recuerdos que me fascinaban y me daban escalofríos a la vez. Su figura siempre se asociaba irremediablemente con la Thule-Gesellschaft (o Sociedad Thule), un grupo ocultista dedicado al estudio de reliquias arqueológicas y también responsable directo del ascenso al poder de Hitler.

Se acercaba la Navidad y soplaba una brisa helada procedente de las nevadas cumbres de las sierras alpinas que nos rodeaban. Una vez en el pueblo enseguida conseguí que me presentaran a su alcalde, Willhem Riemann. Era un hombre robusto que, pese a pasar de la cuarentena, irradiaba vitalidad y bondad en un rostro cuyo rasgo más característico era un prominente bigote rubio que vibraba ante su engolada voz.

—¿Helga Lichthammer? —me preguntó sorprendido—. ¡Naturalmente que la conozco, aquí en ***** todo el mundo la conoce por desgracia. Vive en la gran mansión restaurada que seguramente habrá visto mientras bajaba hacia aquí. Es un mujer adinerada y extravagante que llegó hace tiempo desde Fráncfort.
—Espero que no se muestre ofendido si le ruego que me facilite un modo para contactar con ella -le pedí.
—Verá —se aclaró la voz—, no tengo inconveniente en escribir una carta de presentación para usted, pero yo tampoco desearía parecer descortés si le pregunto de qué conoce a esa bruja.
—¡En absoluto! —reí complacido-. La vi por primera vez precisamente en la Universidad de Fráncfort, hace ya bastante. Si la memoria no me traiciona juraría que estudiaba psicología en compañía del célebre Mengele.
—¿Mengele? —me miró atónito—, ¿El doctor Josef Mengele?
—El mismo.

Esos sencillos datos parecieron complacer al afable alcalde y me dije a mí mismo que eso era lo mejor. No necesitaba saber que Helga estudiaba en la Universidad de Francfort para potenciar sus habilidades psíquicas. Entre las filas de la Thule-Gesellschaft era bastante común incorporar a mediums como la tristemente famosa Maria Orsitsch, una grillada que estaba convencida de que la raza aria no era originaria de la Tierra, sino que venía de la estrella Aldebarán, a unos 65 años luz de distancia. Helga tenía la cabeza mejor amueblada, pero tampoco estaba completamente en sus cabales por decirlo suavemente.

—Me inclino ante su sinceridad, herr Steiner —el alcalde Willhem sonrió agradecido-. ¿Tiene pensado quedarse mucho tiempo por aquí?
—Si le soy franco, es posible que mi estancia se prolongue más de lo que tenía planeado, todo depende de las impresiones que intercambie con fraulein Helga.
—Pierda cuidado, herr Steiner, mientras siga usted en *****, puede considerarse como mi huesped. Le daré un consejo, no se demoré en la entrevista con fraulein Helga Lichthammer. Esa arpía hace que me duelan los huesos cada vez que pronuncio su nombre.
—¿Por qué? —le pregunté intrigado—. ¿Tanta mala fama se ha granjeado por aquí?
—Desde los primeros días de su llegada a ***** se mostró con un carácter huraño e insoportable —me explicó el alcalde—. No entiendo como los sirvientes que la acompañan allá a donde va no la han abandonado, pues es con su servidumbre con los únicos que media más de dos palabras seguidas. Lo peor de todo es que casi todas las tierras que rodean al pueblo son suyas, puede imaginar lo que sucedería si ese recelo que siente por los lugareños se tornara en aversión —me miró preocupado—, sería una catástrofe para *****. Por eso procuramos no acercarnos a su morada ni osar preguntarle por los gritos que surgen de allí alguna que otra noche.


II


Al día siguiente un carruaje tirado por caballos se detuvó justo enfrente de la casa del alcalde. Willhem se apresuró para hacerme saber que fraulein Helga Lichthammer había venido en persona para acompañarla a su mansión, se ve que todavía me recordaba desde la última vez que nos vimos pues Willhem le escribió la carta de presentación justo la tarde anterior. Me despedí del alcalde y al salir de la casa no puede evitar estremecerme del fresco aire que venía de las montañas bávaras por lo que agradecí el tener justo al lado la carroza cubierta que me aguardaba paciente con Helga Lichthammer en su interior.

Cerré la puerta de la carroza tras de mí y allí estaba ella, exactamente igual como la recordaba salvo quizá por alguna pequeña arruga de más en el contorno de sus ojos. Helga era el epitome de la belleza teutona; alta y delgada, rubia y con ojos azules, pero de corazón negro y frío como un témpano. Fue captada por la Thule-Gesellschaft desde pequeña y ya entonces mostraba una tendencia clara hacia el sadismo y la destrucción, al menos eso era lo que constaba en el informe que leí. Sus cualidades psíquicas para leer y dominar mentes la convirtieron en una excelente interrogadora y torturadora de enemigos del estado.

Lichthammer nunca disimuló sus impulsos sadomasoquistas y destructivos pues disfrutaba del dolor propio y ajeno; prueba de ello era el uniforme de cuero negro ajustado en el que se embutía cada día. No sólo disfrutaba mancillando la carne, sino que también se excitaba destruyendo psiques. Yo vi con mis propios ojos lo que era capaz de hacer a aquellos que se doblegaban a su voluntad; madres que devoraban vivos a sus hijos, hombres que se automutilaban... Y lo más terrorífico era que lo hacía sin ponerles un dedo encima. No conocí a ninguna persona con un talento similar salvo el propio Erik Hanussen y a día de hoy confieso que tanto a Mengele como a mí nos hubiera encantado viviseccionarla para así comprender mejor los procesos químicos que se producían en su cerebro.

—Steiner —susurró mi nombre mientras su dedo acariciaba mi barbilla—. Cuando recibí la carta de herr Riemann no imaginé que pudiera tratarse de tu persona —sonrió mientras se acomodaba encima de mis rodillas—. ¿Qué te trae por Baviera?

Mi relación personal con Helga era harto difícil de explicar; ¿alguna vez han oído hablar de esos insectos en los que el macho es devorado vivo por la hembra mientras copulan? Con el tiempo, los años me hicieron ver que esa es precisamente la definición que más se le aproximaba. Levanté suavemente su mano hacia mis labios y al besarla me estremecí por lo fría que estaba. Pese a ello, me embargó una inexplicable lujuria, una corriente de perversión que tensó mi cuerpo. Traté de evitarlo por todos los medios, pero ya había caído bajo a su merced. En ese momento mis ojos se cruzaron con los suyos, su mirada se clavó en mis pupilas, después bajó hacia mis mejillas, continuó hacia mi boca y siguió bajando hasta mi cuello.

Sus piernas se aferraban a mi cintura como si pudiera partirme por la mitad sólo con ellas. Al enroscarme con ellas mi alma gemía de placer, la deseaba allí mismo. Era todo extraño, pero no me importaba, ya nada importaba salvo disfrutar del momento. No fue hasta tarde, al disponer de mi cuello como si fuera un solomillo, clavando sus dientes profundo en mi carne cuando se rompió el embrujo. Recuerdo que la abofeteé varias veces mientras trataba de liberarme de su presa, pero eso sólo sirvió para excitarla aún más y no fue hasta que mis manos rodearon su garganta para asfixiarla cuando ella alcanzó su clímax y me liberó parcialmente. Reconozco que en aquel momento estuve tentado de seguir apretando hasta que aquella perturbada dejara de respirar, sólo mi lealtad al Tercer Reich detuvieron mis manos.

—El deber, Helga, siempre el deber —respondí jadeando mientras me llevaba la mano mi cuello dolorido—. Estoy en medio de una investigación para la SSPA y se me informó de que tú también te dedicabas a lo propio. Se pensó que entre ambos se podría llegar a alguna conclusión.
—Ah, la SSPA —Helga volvió a su asiento con la respiración alterada—, si fueras de buena familia ahora estarías en la Thule-Gesellschaft, nos uniría la sangre y no sólo el afecto —Helga mostró su sonrisa más siniestra, la sola posibilidad de pertenecer a la Thule-Gesellschaft me daba escalofríos—. Bueno, ¿y qué interés podría tener la SSPA conmigo?
—Oh, según parece ambos estamos estudiando los mitos de los berserkers —le expliqué—. La SSPA está muy interesada en desbrozar la realidad de la leyenda que rodea a su figura para el posible beneficio de nuestras tropas.
—Los berserkers —suspiró Helga—, sí, es cierto que estoy dedicada a ellos, fascinada más bien.
—¿Fascinada?
—Hablaremos sobre ello en mi casa, este pueblo está lleno de chismosos.

El camino hacía la mansión transcurría por una leve pendiente. Dejamos atrás las últimas casas del pueblo y seguimos el camino empedrado hasta adentrarnos en un mundo más silvestre, donde los árboles y la hierba alta crecían con libertad. Conforme nos aproximábamos al caserón de Helga una bruma cubría el sendero dándole un aspecto fantasmagórico, algo que parecía turbar el humor de Helga. En aquel momento no pude prestar atención a sus palabras ya que estaba más interesado en llegar al caserón de Helga de una vez. Confiaba que una vez allí me dejara acceder a su biblioteca personal dado entre los miembros de la Thule-Gesellschaft los libros prohibidos eran moneda de cambio habitual.

Helga no me decepcionó. Tras franquear el alto enrejado que rodeaba la mansión y detener el carruaje frente al arco principal, la seguí por un recibidor de paredes tapizadas que condujo a un pasillo con varias puertas en el lateral izquierdo, conté tres puertas y en la que hacía cuatro accedimos a su biblioteca personal. Mi mirada se fijó enseguida en una estantería que ocupaba un lugar preferente en la sala, no pude reprimir un estremecimiento al ver la colección de libros de temática ocultista que poseía aquella mujer; de encantamientos, brujerías y magia prohibida. No podía imaginar lo que podía hacer la mente perturbada de Helga con semejantes títulos en sus manos: un ejemplar restaurado de los Rituales de Taumaturgía del teurgo sajón Ulfgar II, una edición primigenia sin traducir del Libro de Kúrugor y, de entre todos los grimorios, el que más me impresionó hallar fue aquel espantoso manuscrito del averno brotado de la pluma demente de cierto árabe cuyo nombre no me atrevo ni a evocar; se decía que todo aquel imprudente que intentara leerlo se volvería loco.

—Es necesario que entiendas que ninguno de estos libros puede salir de esta habitación —me dijo Helga con voz autoritaria—. No obstante, puedes consultar cualquier ejemplar de la sala durante el tiempo que considereres necesario. Si alguna noche escucharas algún grito —Helga levantó una ceja—, no le des importancia.
—Una colección impresionante Helga —le dije con toda la sangre fría que pude reunir—. No tengo intención de pasar las noches aquí en cualquier caso —cualquier excusa valía con tal de permanecer junto a Helga más de lo necesario—, soy el huesped personal del alcalde y no quisiera ofenderle. En fin —repuse mientras tomaba asiento—, ¿podrías explicarme ahora que es lo que te fascina de los berserkers?
—Primero dime lo más básico que puedas contarme sobre lo que sepas de ellos —me pidió Helga.
—Se dice que los berserkers —tosí para aclararme la voz— eran una casta antigua de guerreros germánicos originarios de Escandinavia y caracterizados por combatir semidesnudos o vestidos con pieles de oso. Entraban en combate en trance, poseídos por el odio e insensibles al dolor; llegaban a morder sus escudos y a echar espuma por la boca. Se lanzaban a la batalla con furia ciega, incluso sin armadura ni protección alguna. Su sola presencia atemorizaba a sus enemigos e incluso a sus compañeros de batalla. El Oberführer Hanussen estaba especialmente interesado en indagar sobre dicho trance, aura o frenesí sangriento para imbuir a las tropas del Tercer Reich con él.
>>El berserkergang, que era como se conocía originariamente a esa furia, no sólo se daba en el fragor de la batalla sino que también se manifestaba ante el esfuerzo de un trabajo laborioso. Durante el tiempo que duraba el berserkergang los hombres podían realizar tareas de otro modo imposibles para la energía humana. Entre los primeros efectos que sufría la persona se encontraban un temblor generalizado e incontrolable, rechinar de dientes, frío en el cuerpo y un enrojecimiento del rostro que culminaban con una rabia que les hacía aullar como animales salvajes. Cuando esta condición cesaba se manifestaba un claro entorpecimiento mental seguido de una debilidad que podía durar varios días.
—Ya veo que has hecho muy bien tus deberes para la SSPA —me felicitó Helga—. Eso me satisface, la disciplina y la obediencia son las cualidades que más valoro. El berserkergang es precisamente lo que me hace pasar noches en vela pues su fuente sigue siendo un misterio que se me escapa, un misterio que me gustaría probar en mis carnes. Se habla de él como una sensación de caos puro, de odio puro. No es algo que sólo se diera en Escandinavia, en el mundo celta descrito en los mitos artúricos se hablaba de Myrddin y del awen de batalla que lo envolvía cada vez que entablaba un combate.

No se me ocurrió contradecirla ni por asomo, aunque bien sabía que no había ninguna prueba tangible de que las leyendas que circulaban sobre el Rey Arturo fueran sólo eso, leyendas. Como psíquica, Helga siempre estaba más interesada en divagar más por el folklore y los aspectos sobrenaturales de un fenómeno. En mi caso, tiendo a ser más analítico y a pensar las causas racionales que se esconden detrás de los enigmas. Creo que esa era la razón por la que la SSPA quería que trabajáramos juntos, nos complementábamos.

—Antes de ir a la batalla —continuó Helga—, los berserkers realizaban rituales encomendándose a Odín en Escandinavia o a Cernnunos en Britania. Los he tenido presentes en mis oraciones; a Odín, a Cernnunos, a Tagotis e incluso a aquellos dioses en los que no existe forma humana de pronunciar sus nombres. He llegado incluso a... —Helga se detuvo para mirarme fijamente—. Bueno, digamos que esos gritos que se escuchan por aquí las noches de plenilunio tienen su propósito.
—Y no dudo que en ninguno de tus rituales has conseguido lo más mínimo, ¿verdad? Tienes una colección impresionante —le señalé los estantes de libros prohibidos—, los conocimientos que se guardan entre sus páginas pueden resultar seductores para los no iniciados, pero durante mis años de servicio en la SSPA he aprendido que a veces es mejor vivir en una isla de plácida ignorancia, rodeados por un mar negro de incertidumbre cuyas aguas no nos compete navegar.
—Steiner, pese a que el cometido de la SSPA es la búsqueda de respuestas para beneficio del Tercer Reich, siempre que esta se ha encontrado con un ente sobrenatural superior se le ha encargado su destrucción, ¿nunca te has preguntado el motivo?, ¿nunca te has sentido tentado de poseer una sabiduría ilimitada?, ¿de obtener respuesta a las preguntas más perturbadoras?
—¡No es eso, maldita sea! —olvidé todo rastro de prudencia y reprendí a Helga—. Claro que me he sentido tentado, pero si lo hiciera, si permitiera que todo el saber disociado del mundo se armonizara, se revelaría una realidad tan abismal que no seríamos capaces de asimilar y añoraríamos los tiempos en los que vivíamos en la penumbra. Hazme caso —repuse más calmado—, el berserkergang no tenía nada de místico, sólo era un estado de euforia producido por sustancias que embotaban los sesos.
—¿Sustancias alucinógenas? —se interesó Helga—, ¿cómo cuales?
—Se cree que su resistencia e indiferencia al dolor provenían del consumo de ciertos hongos o por la ingesta de pan o cerveza mezclados con beleño negro —Helga arqueó una ceja en señal de confusión—. Es una planta —le expliqué—, produce una sensación de gran ligereza, parece que uno pierde peso y se siente tan ingrávido que acaba creyendo que se eleva por los aires.
—¿Cómo la belladona?
—Sí, como la belladona. Causa furia y violencia, no raramente acompañadas de carcajadas delirantes.
—Así que era eso —susurró Helga—, las drogas dan el poder y el ritual otorga el control. Bien, no habrán más fallos, le proporcionaremos al führer unos soldados como la humanidad jamás ha visto.
—¿Qué te propones, Helga?
—Esta noche hay luna llena, habrá que prepararlo todo precipitadamente —masculló Helga—. Tú vendrás conmigo, Steiner.


III


No muy lejos de la mansión de Helga se encontraba el Claro de Sovêngard, un lugar perdido en mitad de la espesura bávara. Un monumento de la edad de bronce cuyo propósito original se ha especulado durante generaciones sin llegar a ninguna conclusión satisfactoria; consta de un grupo de grandes bloques de piedra arenisca dispuestos en varias circunferencias concéntricas rodeados por un talud y un foso.

—¿Este es el lugar donde haces tus prácticas de brujería? —le pregunté a Helga, la seguía de cerca junto a varios sirvientes suyos.
—Sí, aquí es donde el berserkergang forjará a los übermensch, Steiner —me explicó Helga—. ¿No te gustaría formar parte de esa élite?
—¿Y el Claro de Sovêngard servirá para ello? —le cuestioné—. Hasta donde yo sé, este lugar podría ser desde un ágora donde se celebraban grandes fiestas hasta un templo religioso donde se practicaban sacrificios humanos.
—Es la piedra, Steiner —zanjó Helga—, para los paganos la piedra simbolizaba lo eterno, servía para delimitar puntos telúricos y para albergar espíritus elementales.

Era un absurdo galimatías del que Helga hablaba con tan convencimiento que en aquel momento me pareció incluso hasta gracioso, aunque por supuesto no se lo dije. Quizá fuera porque quería demostrarle lo equivocada que estaba, o es que realmente ella me controlaba con su embrujo de nuevo, pero ingerí el cóctel de hongos alucinógenos que nos ofreció a todos sin titubear y nos situamos alrededor del claro siguiendo sus instrucciones mientras Helga se aclaraba la voz. El ritual empezaba invocando el nombre de Gaut, deidad de la lanza, señor de los muertos. Helga lo recitó en un perfecto godo y con voz admonitoria.

Gáuts þis gaizis, Gutané fruma,
draúhtins dáuþis, digis táwida,
gódakundis guþ, gulþeinóharpjónds.

No quería creerlo, era demasiada casualidad que los efectos de los alucinógenos hicieran efecto justamente en ese momento. Una sensación gélida me atravesó la columna vertebral, un frío tan intenso que quemaba las entrañas que, sin embargo, me hizo sudar como nunca. Puede comprobar en el rostro de los asistentes a la ceremonia que sufrían del mismo modo y, pese a ello, Helga no se detuvo, siguió la ceremonia con una súplica a Odín, el formador de los hombres, el que sacrificó su ojo por sabiduría.

Wódans gudisks, galgan is fanþ,
handugóm hulida, haihs biþé warþ,
mannané skapjónds, þó maidu stal.

El frío remitió para dar paso a unos doloroso resquemor que empezó en la yema de los dedos y se prolongó por la mano hasta cubrir todo el brazo, como calambres. Instintivamente mis manos se cerraron con tanta fuerza que los nudillos se tornaron blancos. Me invadía una imperiosa necesidad de hacer aspavientos con los brazos y golpear algo o a alguien para poder liberar la presión que en ese momento sentía. La siguiente oración estaba dedicada a Tiwaz, presagio del mundo, guardián de los juramentos y soberano del cielo.

Teiws táiknjónds, táujis raíhtins,
Ansiwé atta, áiþé wardja,
himinis haldand, hamfs þana wulf band.

Había perdido la sensibilidad en la zona de la mandíbula de lo apretados que tenía los dientes, imaginé que mi cara debía estar entonces roja como la grana. Sentí como si miles de agujas se clavaran en mi cuerpo, resquebrajándolo. Deduje que Helga pronunciaba ahora una plegaria a Freya, la conquistadora de la prosperidad, no podría asegurarlo porque en mis oídos sólo había hueco para escuchar los latidos de mi corazón, que retumbaban como el sonido de un tambor.

Iggws wagnis, ahma fráiwis,
Fráuja friþáus, famni geigáida,
þiudanám þiuþeigs, þeihis briggands.

Finalmente, antes de que Helga terminara la salmodia mentando al todopoderoso Thor, Dios de la lanza y Señor de los muertos; yo perdí por completo el contacto con la realidad. Mi visión se cubrió con un velo de sangre que filtraba unos pocos haces de luz mortecina encarnada, sólo recuerdo vagamente unas siluetas negras agitándose a mi alrededor que mucho más tarde identificaría como los participantes del ritual.

þunars þraúmaleiks, þeihvóns sandjónds,
aúhumists asanó, ituné fijands,
weihands stadis, þana waúrm slóh.

A partir de ahí, el Claro de Sovêngard de Helga fue el lugar donde, a falta de encontrar una definición mejor, se fraguó la última carnicería berserker de la historia. Cuando pude recuperar el juicio, me costó horrores poder incorporarme sobre mis codos; me sentía muy débil y somnoliento, como si tuviera los sesos envueltos entre algodones. Mi cuerpo estaba cubierto de cardenales, arañazos y marcas de dientes; mi pierna estaba doblada en un posición forzada y antinatural (tardaría muchos meses en recuperar la movilidad) y aún así me podía considerar afortunado cuando pude alzar la mirada y observar en lo que se había convertido el Claro de Sovêngard.

Miembros machacados y sangre por todas partes. Sólo otro de los asistentes al ritual parecía respirar, aunque con dificultad. El resto yacían muertos con el cuerpo destrozado; entre ellos Helga, que acabó con su cráneo hecho añicos contra una piedra, ni todo su poder mental pudo contener la furia del Berserkergang. No puedo decir que sintiera lástima por ella, a día de hoy sólo maldigo no haberla viviseccionado como siempre deseaba en secreto, confío que a su perturbado espíritu le hayan concedido un lugar privilegiado en el que según todas las confesiones religiosas acaban los que son como ella.
Hal900009 de enero de 2011

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