una nota de piano inunda mis oídos y es en ese mismo instante donde paro de escribir y mi imaginación vuelve a volar. Ella sola, sin mi permiso. Y vuela, vuela por toda mi mente abriéndose hueco por lugares a los cuales trato de no acceder con facilidad.
Ella es mi mejor amiga, y a la vez, la peor. Coge mis más bonitos e íntimos recuerdos; coge por ejemplo aquellos ojos azules que tanto añoro(sí, de mi abuelo); coge por ejemplo aquellas bonitas sonrisas que tanto amo (la de mis hermanos); o coge por ejemplo aquel abrazo de mis padres cuando intentaban animarme.
Pero a la vez, coge aquellos ojos, aquella sonrisa y aquel abrazo que tanto me gustó y por el que daría tanto.
Así que mi imaginación se toma la libertad de recordármelo y hacer que por un momento, él sea mío, que no hayan barreras; se toma la libertad de hacerme creer que él me ama de la misma manera que yo lo amo a él.
Pero en ese mismo instante, esa nota deja de sonar. Mi imaginación (mi hasta entonces mejor amiga) desaparece sin dejar rastro y me topo con la realidad, donde él no está. O sí, pero no de la manera que me gustaría.
Gracias amiga por ese momento, gracias amiga por no haberte ido y gracias amiga por a partir de mis recuerdos, montar una historia. Gracias por seguir dándome metas para alcanzar. Al fin y al cabo, ¿Por qué no luchar para que ese pensamiento imaginario se haga realidad?

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