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Elaion y Surya Capitulo Iii Sombras de Duda, Presagios de Dolor

El mercado de los "Runas" tal vez no fuera el mejor ni el más abastecido de Beaufrost, pero a Jovan le agradaba ir allá. En realidad sentía una marcada simpatía por aquel pueblo duramente escarnecido en el pasado pero que había logrado sobrevivir y mantenerse unido después de incontables y terribles padecimientos. Los Runas eran gente sencilla, tanto como lo fueron los Hino. Eran muy hospitalarios y corteses, y algunos de ellos habían dejado su vida de nómades para instalarse en la colonia donde él vivía, así que había tenido el tiempo suficiente para conocerlos y relacionarse con ellos. Además, en aquel mercado se vendían las llamadas "piedras videntes", las cuales a pesar que no eran más que gemas tornasoles que solían usar las mujeres y las niñas en forma de finos collares y brazaletes se creía que podían influir positivamente en el estado de ánimo de quien las usara. Pretendían ser pues una imitación artificiosa del diamante arginis de Atlantis.


Jovan tenía en mente comprar uno de aquellos amuletos para la pequeña Yayoi, aunque no porque creyera realmente en sus cualidades esotéricas, sino con el propósito de que la niña pudiera distraerse con algo nuevo, y así dejara de sentirse amenazada por sus continuas pesadillas. Entonces, y sin que él se lo propusiera vinieron a su memoria las increíbles virtudes atribuídas a la misteriosa gema de Atlantis, aquella que Rixon nunca dejaba de llevar consigo y que varias veces le había salvado la vida; y la misma que Yayoi, la última Ryu-jin de Lorelein colocó sobre el cuerpo inerte de su amado Lucius. Y pensó que en verdad era una pena que no existiera ya otra piedra como aquella en el mundo de los humanos. Esa joya sí que podría ayudar a su pequeña hija preservándola del miedo y de la inquietante oscuridad que perturbaba sus sueños.


Los pensamientos de Jovan parecieron materializarse de pronto cuando una joven vendedora exhibió ante sus ojos una extraña piedra, de increíble transparencia que pendía de una finísima cadena plateada y de cuyo interior parecía brotar un recóndito pero inquietante resplandor de estrellas. Se parecía tanto al arginis que en un primer momento Jovan creyó que verdaderamente se trataba de un cristal Ryu-jin, y su expresión extraviada y llena de incertidumbre fué reemplazada de pronto por una fascinación instantánea la cual no pasó desapercibida para la joven runa. Conmovida quizás por el error que sin querer ella misma había propiciado, la muchacha se anticipó a las apresuradas conjeturas de Jovan, y dando una admirable muestra de honradez le advirtió que en realidad el pendiente no era más que una imitación de la joya preferida de las doncellas Ryu-jin de Atlantis. Pero, por otro lado tampoco dejó de desmerecer las virtudes de aquel brillante de fantasía al que se le atribuía el poder de esclarecer la mente de quien lo usara despejando a la vez las dudas y ahuyentando los temores más profundos. Era pues justamente lo que Jovan estaba buscando.


El joven sonrió y se decidió a comprarla pagando el precio estipulado por ella. Luego la tomó entre sus manos y siguió contemplando extasiado su cristalina transparencia ansiando divisar una vez más aquel destello misterioso que creyó ver anteriormente y que al parecer no había sido más que el impreciso reflejo de alguna luz fugitiva. Entonces sonrió para sí mismo imaginando lo sorprendida que estaría Yayoi al verla, hasta que una incómoda sensación perturbó de pronto sus ensimismados pensamientos. Le pareció como si alguien entre la muchedumbre que se apretujaba de un lado a otro lo estuviera observando desde las sombras, cual si se tratara de un enemigo al acecho. Esa sensación fué tan real como si lo hubieran tocado por sobre el hombro. Intrigado, y aún con cierto recelo Jovan volvió la mirada hacia la izquierda, y vió a varias personas, yendo y viniendo a través de los enrevesados y estrechos espacios, hablando algunas, en silencio otras, pero todas indiferentes al resto del mundo. Fué entonces, al mirar hacia el lado opuesto cuando sus ojos tropezaron con algo excepcional.


Entre las fugaces sombras de los concurrentes y frente a sí mismo, a escasos metros de distancia Jovan vió a un extrano hombre que, cubierto con una capucha de color negro lo miraba fijamente. Y lo primero que llamó su atención fué la innegable belleza que aquel hombre poseía pues verdaderamente no parecía un ser humano. Su rostro era perfecto y sin defecto alguno; sus ojos verdegrises irradiaban un brillo crepuscular, y sobre la frente y a ambos lados de la cara rizados cabellos de color castaño con dorados reflejos de sol resaltaban fugazmente bajo la penumbra del oscuro manto que los cubría.


Un aura sobrenatural parecía rodear imperceptiblemente la etérea figura de aquel joven de apacibles y delicadas facciones. Y de repente, Jovan advirtió algo que lo estremeció, y que hasta entonces, y a causa de la sobrecogedora impresión del momento no había tomado en cuenta. Aquel desconocido, fuera quien fuera era increíblemente idéntico a sí mismo. Entonces, un temor insólito se apoderó de él a raíz de aquella casualidad inverosímil. Y su desasosiego aumentó tras haberse convencido de que definitivamente aquel hombre no era un ser de este mundo dada su sobrenatural apariencia y el recóndito hálito de pureza que lo envolvía. En aquel instante de extraña fascinación y aturdimiento, Jovan no podía pensar en otra cosa y hasta sintió que el mundo y el bullicio jubiloso de las personas que muy cerca de él caminaban desaparecían de pronto en su memoria y todo que daba inundado por un mágico silencio. Los brillantes ojos del joven que tenía enfrente endurecidos por la sombría expresión de su impasible rostro y en contraste con la penumbra que producía sobre él el oscuro manto resplandecían con un fulgor alucinado que acentuaba aún más la fosforescencia fantasmal que irradiaba su pálida pero al mismo tiempo lozana tez.


"¿Acaso era un espectro de la región sombría?", pensó entonces. "¿O tal vez, producto de su propia imaginación aquella visión era sin duda un funesto presagio de muerte?".


Paralizado por el estupor, la incertidumbre y el asombro más absoluto Jovan sentía como si estuviera frente a un espejo, pero al mismo tiempo frente a alguien muy superior a sí mismo pues por un fugaz momento creyó que era él y no a la inversa el reflejo impreciso e imperfecto de aquel ser de sublime y conmovedora presencia. Entonces y enmedio de tantos pensamientos desordenados y confusos su mente pareció aclararse repentinamente cuando la imagen de Yayoi, la doncella de Lorelein prevaleció por un instante en el lugar más recóndito de su subconsciente; y sin querer encontró la respuesta inesperada a su divagante incertidumbre. La inspiradora apariencia de aquel extraño joven sólo podía corresponder a la descripción de un Ryu-jin de Atlantis por lo cual Jovan llegó a la tardía pero acertada conclusión de que bien podría tratarse de uno de ellos, quizás el mismo de quien se decía habitaba en las profundidades de los olvidados bosques de Isen.


De repente se escucharon voces inciertas y remotas que parecían provenir desde muy lejos y que se fueron intensificando paulatinamente hasta traerlo de nuevo a la realidad, rompiendo el éxtasis en el que se hallaba inmerso. Y casi al mismo tiempo, alguien se cruzó entre él y el hombre de la capucha haciendo que le perdiera de vista por un breve instante. Entonces reaccionó e instintivamente quiso llegar hasta él, pero de nuevo otra persona se atravesó en su camino, y luego otra, y después algunas más hasta que el rastro del Ryu-jin escapó de sus ojos por completo, y a pesar de su prisa por verlo de cerca Jovan no pudo lograr su cometido. Y cuando por fin estuvo allí, en el mismo lugar donde el joven había estado momentos antes ya no encontró a nadie, tan sólo un espacio vacío y silencioso que parecía extrañamente vedado al trajinar incesante de las demás personas.


Después de lo ocurrido en el mercado de los Runas, Jovan pensó que aquella leyenda acerca del Ryu-jin y la hechicera de Isen empezaba a tener ciertos visos de realidad, pues si algo tan inverosímil como su encuentro con aquel Ryu-jin le había sucedido a él, tal vez la historia que Yayoi refería fuera también verdadera y no el producto de sus delirios infantiles como todos pensaban. Y aquella misma noche otro acontecimiento tan insólito como el anterior terminaría por conjurar la inminente tragedia que estaba a punto de caer sobre todos ellos.


El amuleto de los Runas fué un regalo que Yayoi recibió con gran algabaría y con la ilusión de sentirse verdaderamente como una de las legendarias doncellas de quienes tantas historias había escuchado. La intensa fiebre que en los días anteriores la aquejaba sin tregua había empezado por fin a ceder y hasta podría hablarse de una relativa mejoría, de no ser por sus recurrentes e inexplicables temores que parecían exacerbarse con la proximidad de la noche. Jovan se quedó entonces, aquella noche como tantas otras velando el sueño de su pequeña hija; y mientras ella dormía plácidamente él no pudo dejar de advertir, con inquietante preocupación la palidez enfermiza que obstentaban sus antes sonrosadas mejillas. Por momentos se revolvía lánguidamente bajo las sábanas lo que indicaba que sus sueños tampoco estaban excentos de súbitos sobresaltos, y de vez en cuando exhalaba entrecortados quejidos. Cuando el viento arreció, el joven arropó a la niña con la manta cuidándose muy bien de no despertarla. Luego se recostó a su lado y poco a poco se dejó llevar por los recuerdos. Desde allí se podía percibir el atenuado rumor del viento que interrumpía constantemente el inquietante silencio de la noche; y Jovan nunca supo cuando fué que sus pensamientos tomaron un rumbo desconocido e incierto y terminaron perdiéndose en el insondable vacío de la inconsciencia. Sin que él se diera cuenta, el cansancio lo venció por un instante, y se quedó profundamente dormido. Pero al despertar, alertado por su propia inconstancia lo perturbó una extraña sensación de zozobra. Podía jurar que alguien los había estado observando, mientras dormían, desde el otro lado de la amplia ventana de la habitación, cuyas cortinas desplegadas dejaban entrar el tenue resplandor de la luna nueva.


Entonces se incorporó sobresaltado, y al acercarse a la ventana le pareció ver una escurridiza sombra diluyéndose fantasmalmente entre la densa oscuridad de la noche. Sintió en el pecho una ansiedad opresiva y el aire se le hizo gélido y escalofriante, como si en él flotara un siniestro hálito de muerte.


Pero, a pesar que aquel incidente hubiera sido más que suficiente para prevenirlo del peligro que acechaba a su familia, Jovan se resistía a sucumbir ante las oscuras dudas que lo atormentaban, pues no quería dejarse llevar por aquellos vulgares arrebatos de superstición y miedo.


Aquel suceso lo dejó muy intranquilo, pero prefirió no comentarlo con Kanary para evitar que su preocupación aumentara. Por esa misma razón tampoco le refirió lo sucedido en el mercado de los Runas, de tal modo que la situación se mantuvo inalterable hasta la extraña desaparición de Yayoi que sumió a la joven pareja en la desesperación más absoluta. Un ocasional descuido por parte de ellos había bastado para que Surya cumpliera finalmente su siniestro propósito. La incansable búsqueda de Jovan y Kanary en la ciudad de Beaufrost no dió ningún resultado ya que el lugar donde Yayoi se encontraba, la imponente montaña Osmorne, situada más allá del milenario bosque de Isen, era territorio vedado para los hombres de Armesis desde tiempos inmemoriables.

Ryu-jin.- seres inmortales de gran belleza y sabiduría, inspirados en los Ryu-jin (dragonianos) de "Tenkku no Escaflowne" y en los elfos de la Tierra Media.
Harukastargazer20 de abril de 2010

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