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El Artefacto de Los Deseos

Al pie del cerro, caminan 4 niños en fila: se han alejado medio kilómetro del poblado que los vio nacer.
El sol quema sus espaldas, y las hierbas, abundantes en esa tierra fecunda, les dificulta su marcha: su aventura.

Javier es el más grande del grupo, y desde luego el cabecilla de la banda, tiene 9 años, es alto para la edad y guía a los demás, abriéndose paso entre la maleza, dirigiendo al grupo con una ramita alargada que en su imaginación representa una gran espada de capitán pirata.
Manuel y Eduardo, los hermanos, le siguen de cerca al capitan Barbaplata (pseudónimo que el mismo Javi se hizo llamar para esa aventura en especial), ambos son bucaneros foragidos, de gran corpulencia, pelo en pecho que se insinúa por una camisa de marinero que apenas contiene su musculoso torso y una barba propia de un hombre fuerte y grosero, en busca de aventuras; Eso en su imaginación, en realidad son un par de alfeñiques de 8 años, de altura inferior al promedio y ropas que su mamá les compró en un tianguis a precio miserable.
Más atrás, el pequeño Jacobo, 8 años, diminuto y rechoncho, de lentes de fondo de botella y una bolsa amarrada a la cintura: Sus provisiones. Constaba de varios dulces sumamente azucarados y una bolsilla de cacahuates con cáscara. El muy goloso lleva en las manos un par de chocolates en barra, semiderretidos, dificultándosele el paso aún más por su falta de concentración al caminar y comer al mismo tiempo; su rostro gordo manchado de chocolate alrededor de la boca se frunce con el contacto directo de ese sol estival y apresura sus pasitos para darle alcance a su banda de niñatos.
--Bien señores! – Alza la voz BarbaPlata mientras detiene su marcha. Los demás lo imitan, y forman un semicírculo frente a Javier de manera casi inconsciente.
--Según las escrituras del Capitan BarbaNegra – continúa Javier, mientras saca de sus pantalones una hoja doblada de manera cuidadosa y la desdobla de la misma manera – Estamos a pocos pasos del tesoro de Barba negra, el mapa lo indica claramente. – Jacobito se acerca, para corroborar lo dicho por su capitán, y de inmediato es empujado por Javier con la manaza.
– Acaso te atreves a dudar bucanero?... – Le dice Javier con su rostro solemne iluminado por el sol ardiente.
--N-n-no señor, solo que-quería ver – Se disculpa Jacobo
--Silencio!, eso es una muestra de desacato ante vuestro capitán, un gesto más como ese y caminarás por la borda y serás alimento para tiburones! .
Los chiquillos rieron un poco, igual Javier, barba plata y continuó con su descubrimiento.
-- Según el mapa, arriba, en el cerro, solo a unos cien pasos más, hay una especie de cueva donde, muy celoso el capitan barbablanca escondió su botín.
-- No era barba negra? – preguntó Manuel mientras soltaba una risilla eduardo y le golpeaba la espalda con la palma
-- bueno bueno… barbablanca o barbanegra, da lo mismo; dijo ese tirano que: el tesoro está en esa cueva… Preparen vuestras armas que puede haber un monstruo o alguna criatura custodiando dicho botín. Ya que según la leyenda, ese pirata, hizo un pacto con el diablo, y se presume, que él mismísimo custodia su oro!—Javier terminó lo anterior con una mueca de maldad en su cara, ya bien ensayada en su recamara, para apantallar a sus amiguitos. Al único que logró intimidar con eso fue al pequeño jacobo, que tomó una bolsa de gomitas en forma de ositos y los comió compulsivamente mientras pelaba los ojos tras horrorizarse al escuchar “diablo” de la boca de Javier.
--Andando! – Chilló Javier con autoridad y se dispusieron a subir el cerrito, límite norte de LagunaFría, pueblito al que pertenecían, y que de laguna no tenía nada, y de fría menos.

Los cuatro muchachitos contaban los pasos, con el corazón desbordado y el cuerpo cansado cuando de repente escucharon un ruido, justo detrás de unos grandes abetos que crecían perpendiculares al angulado cerro.
--Parecen quejidos – Musitó Manuel.
-- Shh.. cállense – dijo Javier, sin voltearlos a ver, mientras se acercaba lentamente hacia los abetos, con la mano abierta señalándoles que no dieran un paso, y él dándolos de manera sumamente cautelosa, acercándose cada vez más. Jacobo lo miraba, admirado, llevandose a la boca otra golosina.

--Es el señor Enrique!!—gritó Javier, una vez estuvo del otro lado de los abetos; todos los demás niños se acercaron rápidamente, sus rostros revelaban un alivio, debido a que no era el monstruo maligno que les detalló su capitán minutos antes, pero a la vez con preocupación, ya que el adulto se quejaba y el rostro de Javier reflejaba bastante zozobra cuando les gritó a su pequeña banda.
Don enrique se hallaba tirado en el suelo, tendría horas ahí cuando de pura casualidad escuchó a los muchachitos bromear cerca, y no pudo más que alzar su voz cuanto más podía, aunque se tradujera en breves quejidos ininteligibles; Por pura casualidad los chiquillos lo escucharon y ahora lo miraban azorados. El adulto, en decúbito hacía una mueca de dolor, con los ojos más cerrados que abiertos, debido al sol que le golpeaba el rostro empapado de sudor, y que pese a lo paradójico que se podría suponer, estaba hipotermico.
Los niños se acercaron un poco más y descubrieron el motivo de la inmovilidad del señor enrique, unos hilos gruesos de sangre coagulada se insinuaban desde el muslo de su pantalón y se vertían en un gran charco de sangre, que en inicio se ocultaba detrás de la roca que abrazaba el pobre hombre y que después, lo alcanzaron a vislumbrar cuando se hubieron acercado lo suficiente.
--Qué le pasó señor? – preguntó Manuel, con una mueca de espanto.
-- El tirano de la capa, quiere el artefacto—dijo Don enrique con una mueca de dolor.
--El muy pillo no vió donde lo escondí, lo negué todo y me hirió con su espada—continuó.
-- Se refiere al pirata barba negra señor? – Preguntó el pequeño jacobo llevándose una golosina a la boca.
-- Shhh! Callate torpe, esto es enserio – lo regañó Javier.
-- Miren muchachos, detrás de la piedra de allá – señaló 20 metros hacia el cerro—se encuentra el artefacto, está enterrado muy superficialmente, tráiganlo por favor.
Sin hacer preguntas, Javier, Manuel y su hermano se dirigieron a la dirección que les señaló el viejo, escarbaron con las manos la tierra removida previamente y encontraron un extraño aparatejo, que inmediatamente llevaron al viejo. Éste al verlo, sonrió de felicidad y lo acarició por unos instantes ante la mirada inquisitiva de los muchachitos.
--Aquí estás!, vas a sacarme de esta verdad nene? Jajaj—rió desganadamente mientras los muchachos contemplaban la escena extrañados.
El aparato en cuestión era muy extraño, constaba de dos partes, un cuerpo y una especie de cuerno adherido en su porción apical. El cuerpo parecía una especie de cafetera, sellada por arriba, solo tenía una abertura de donde salía el correspondiente cuerno ya citado, el color del artefacto era azul eléctrico y se transparentaba en su cuerpo. De hecho se transparenta lo suficiente como para observar una especie de mancha circular dentro de la “cafetera” de color oscuro que daba la apariencia de vibrar por cada movimiento del aparatejo por parte de quien lo maniobrara.
--Qué carajo es eso—preguntó Javier al señor Enrique, con una mueca de extrañeza, resultaba cómico porque al preguntar eso, se olvidó completamente de la herida casi mortal de su interlocutor.
-- Espera, espera—Respondió el señor enrique al jefe máximo de la tropilla de párvulos que casualmente lo habían encontrado casi agonizando. De pronto, el hombre sacó de su bolsillo un cutter (no era extraño porque su oficio era de dueño de la papelería del pueblillo), entonces, sonrió directo al aparato de corte, y sin que los niños se lo esperaran siquiera, clavo el cutter en su mano y lo deslizó, dando como resultado un corte del que emergió un chorro lánguido de sangre.
Los niños se miraron horrorizados tras esa acción.
-- Señor! Qué hace!?—Chilló Manuel desesperado.
--Espera, espera--- Gritó el viejo loco mientras vertía su sangre fresca por la abertura del cuerno azul del artefacto.
Los niños se escandalizaron aún más cuando, la mancha negra se acercó hacia la unión del cuerno y “la cafetera” y empezó a sorber la sangre que derramó Don Enrique, se alcanzaba a escuchar los sonidos asquerosos de succión, magnificados por la forma sonora del cuerno. SHlhsh slhcsh!

--Siiii!! Beeebee!!!—gritaba el viejo mientras exprimía su mano contra el cuerno azul del artefacto extraño.—Deseo… que cures mi pierna! Cúrala!..
Los niños, hasta ese momento empezaron a sentir miedo, Manuel y Eduardo retrocedieron unos pasos, Javier quedó asombrado mirando la grotezca escena y el glotón de Jacobo se acercó un poco, hechizado por la mancha negra del artefacto que bebía literalmente la sangre que emanaba de la mano de Enrique.
--Qué dices?!, necesitas más para curarme?... Necesitas… ah no!, no puedo hacer eso, son solo niños! – Enrique le gritaba al aparato, con una mueca de incredulidad y el rostro níveo por la pérdida de sangre. Los hermanos corrieron, inmediatamente, intuyeron que algo marchaba mal, Javier retrocedió unos pasos, no podía quitar su mirada de la escena; entonces, Don Enrique, que tenía muy de cerca a jacobo, lo tomó por la camisa, hecho esto, jacobo trató de escapar, pero era demasiado tarde, el viejo le alcanzó su brazo, y entonces, ante la mirada incrédula y horrorizada del capitan barbaplata (Javier), el viejo pasó el cutter por el cuello del pequeño jacobo, en tres ocasiones, degollándolo en la última.
La sangre de jacobo salía expulsada en un chorro intenso e intermitente, mientras el pequeñín forcejeaba y gritoneaba contra su captor. El viejo del cutter, apagó la voz del niño con su mano, y lo sometió a fin de verter esa sangre que corría a chorros, en el cuerno del artefacto.
El sonido de succión por parte de la mancha oscura que se vislumbraba a través del artefacto se exacerbó. Era tan estentóreo que aturdió a Javier que miraba estupefacto.
Jacobito con los ojos abiertos y agonizantes miraba horrorizado a javier, con su boca sellada por las manos del viejo Enrique; A su vez Enrique, sin prestar atención a Javier, estaba sumamente concentrado en verter la sangre que emanaba de las carotidas de Jacobito, miraba el chorro vigoroso adentrarse al cuerno del artefacto, con un rostro más que morboso: Sus ojos abiertísimos, excitados, su boca abierta mostrando su dentadura incompleta y su lengua lasciva, musitaba sonidos ininteligibles con un tono de placer horrible, que mantuvieron a Javier paralizado mientras observaba tan grotesco espectáculo.
Unos segundos después, Jacobo cayó como un costal de papas, el viejo Enrique le había exprimido la suficiente sangre, porque según miró Javier el artefacto comenzó a resplandecer de forma surreal: Tonos amarillos, rojos y azules, opacaban la luz del sol estival como aislándolos de una nueva atmósfera; dicha atmósfera tricolor albergaba el cadáver de Jacobo, a Javier, y al viejo y su artefacto.
--Mira Javier!!—le gritó el viejo con un tono horrible mirando fijamente a Javier y señalándole lo que antes fue una herida mortal. Javier miró y su incredulidad se acrecentó al ver como el lago de sangre coagulada se iba liquidificando, y no solo eso!, iba retrocediendo por el mismo cause que había labrado en la tierra, encontrando en la herida de origen, su nuevo destino. Como si hubieran grabado su herida mortal y luego puesto en reversa la cinta. La sangre que eran negra y coagulada, ahora líquida y roja intensa, regresó al cuerpo del viejo, y lo que fue una herida, ahora era una cicatriz. A su vez, Don Enrique recuperó el color rojizo de su rostro, sus ojos se posicionaron en sus órbitas, ya que antes parecía que estaban detrás de sus órbitas, y sus mucosas adquirieron un color normal, dejando atrás el rostro pálido y cadavérico del viejo.

Javier, incrédulo e inmóvil, rompió su estado y echó a correr cuando observó que el viejo Enrique completamente recuperado, se levantaba de su lecho y escrutaba el cadáver del pequeño jacobo, buscando su afilado cutter.

Javier corrió velozmente, su cuerpo atlético y espigado, sin duda producto de una pubertad adelantada, perdió de vista al viejo Enrique que, debido a la inmovilidad a la que había estado sometido por su herida milagrosamente curada, y también debido a sus cincuenta y cinco años recién cumplidos: se encontraba anquilosado de todas sus articulaciones, y le resultó imposible, darle alcance a Javier. Sin duda alguna tendría que ajustarle cuentas en algún momento, igual a los hermanos Manuel y Eduardo. Habían sido testigos del homicidio contra ese pobre muchachito, y también habían sido testigos del poder del artefacto.
--Todo gracias a mi estúpido arrebato! – pensó el viejo golpeando el suelo.
Había sin duda algo más que le preocupaba al viejo enrique. Era el caballero fantasmagórico de roja capa que lo había herido en primer lugar, que buscaba el artefacto y que no lo halló. Sin duda alguna, ya que lo había pensado Don Enrique con más calma, el síncope que le ocasionó el espadachín al herirlo en esa magnitud, le había salvado la vida. El espadachín lo habría dado por muerto y al no ver el artefacto se fue infructuoso.

--Probablemente cuando sepa que sigo vivo, vendrá a por mí, coño!.—pensó mientras caminaba, rumbo al pueblo laguna Fría, con intenciones de hacer maletas y huir del lugar, antes de que tanto el espadachín como, una turba enfurecida, le dieran alcance y lo lincharan públicamente.

--El artefacto me ha de salvar, pero necesito sangre…--- pensó, mientras caminaba paralelo al cerro, acercándose al poblado. Los rayos del sol, que cayeron intensísimos durante la tarde, ahora se extinguían, el anochecer no tardaría mucho en llegar y con ello, una oportunidad de escapar para Enrique.

CONTINÚA


Hellraiser29 de octubre de 2013

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