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Turalekohom, El Rostro Interdimensional

1.

Jeremías rugía de dolor, la lanza perforaba su pecho una vez más, colapsando el único pulmón útil.
Al izquierdo se había mermado su entorno de presión negativa y respiraba dificultoso a bocanadas de mendigo. La lanza pintada de sangre sobrevolaba el cuerpo sediento de aire de Jeremías y se blandía en señal de victoria.


El contexto no podía ser más humillante. Una muchedumbre de de gente jodida que vestía indumentarias del siglo XV, un ambiente que recordaba el medievo inglés y que clamaban ignominiosos gritos de excitación tras el funesto suplicio público.
Jeremías sentía el dolor lívido en su cuerpo perentorio de exhalar su último aliento de vida. Calló rendido tras la ínfima cantidad de óxigeno que irrigaba lánguidamente su cerebro hasta fallecer.

2.


Jeremías despertó a lado de su tío. Estaban esposados, recargados en la pared a manera de bultos. Una video-cámara filmaba cada uno de sus movimientos.
Jeremías pensó que podría tratarse de otro sueño. Pese a que el anterior le había provocador un dolor vívido y pernicioso. Aún sentía los estigmas de las filosas lanzas atravesar sus carnes y robarle el aire.
tenía miedo. Su cuerpo lleno de golpes, sus ojos hinchados que apenas vislumbraban los pasos del verdugo. Un hombre que con paños negros cubría su rostro. Vestía una playera oscura y un pantalón militar; portaba el mortal instrumento. Una motosierra, y en su cinturón apretado a la presilla de su pantalón bitonal un cuchillo de caza.
El hombre tras 3 intentos fallidos hizo funcionar la motosierra, que maquinalmente giraba las esquirlas filosísimas en un sonoro estallido de motor. Sonaba frenética la máquina de la muerte. La acercó al que parecía su tío. “Esto le va a pasar a todos los soplones”.
La videocámara parpadeaba en rojo. El filoso borde dentado del aparato rasgó las carnes del cuello del tío. Este emitió un aullido de dolor. Luego se sumergió hasta cortar tráquea y carótidas. El chillido se apagaba por la carne molida pero luego regresaba estentóreo tras liberarse de la ya gelatinosa piel. Los gritos que había despegado el pobre hombre cambiaron a guturales intentos de respirar. Por parte del trozo de tráquea aún permeable que sucumbía a la burbujeante sangre arterial que emanaba a chorros de las carótidas cercenadas.
Por último. El verdugo hundió por completo la sierra hasta el fondo del casi amputado cuello. Resonó estentóreo el corte de las vértebras cervicales y millares de trocitos de hueso salieron disparados en las más aleatorias direcciones. Uno de ellos golpeó a Jeremías.
Es tu turno hijo de puta. Jeremías níveo: chillo pidiendo clemencia. El verdugo, hizo rugir el aparatejo de tala una vez más y repitió lo que le había hecho al tío de a lado.

3.


Jeremías despertó. Antes de prestar atención a su nuevo entorno. Tocó su cuello con delicadeza. Seguía en su sitio. Intacto. Pero notó algo distinto. Su tupida barba había desaparecido. Sus manos eran suaves. Las miró de cerca y eran pueriles. Todo el se había convertido en un niño.
Miró la oscura habitación en la que se hallaba ahora sumergido. Absorto escudriñó toda la alcoba. Juguetitos en un gran baúl. Una camita infantil y traía un piyama azul con rayas amarillas y unas pantunflas de osito.
De pronto. Sin darle tiempo a que cavilara su nueva situación. La puerta comenzó a resonar, con muchísima fuerza. - Abreme pheobe!!!, abreme lindurita!!!- Decía una voz aguardientosa repetidas veces, al inicio con un tono indulgente y macabro, pero luego violento, autoritario. Jeremías temblaba de miedo. Su cuerpo era el de un niño de escasos 6 años.

La puerta se abrió de golpe. Un hombre gordo, enorme, de gran barba tupida, ojos saltones, nariz grande, rugosa y abotagada. Una facies alcoholizada y; una corpulencia tal, que lo hacía parecer luchador profesional. Se acercó con ominosas intenciones mientras se bajaba la bragueta y con los ojos fijos en Jeremías, lamía sus labios de forma lasciva.

- A ver hijo de tu pinche madre, chúpalo!, que lo chupes te digo, carajo!


El sexo lánguidamente erecto se asomaba de la apertura y pendía funesto. El hedor que embriagó a Jeremías era tan real. Era tan difícil que fuera un sueño. Era una realidad nítida que invadía la zózobre carita pueril del ahora Jeremías.
El gordo crápula pederasta, hundió su miembro en la boca de Jere, lo abofeteó, lo golpeó a puño cerrado hasta casi hacerlo desfallecer. Y por último distendió su ano con su extradimensional miembro. El movimiento de vaivén desgarraba los ligamentos internos de Jeremías, y este chillaba con mordaz vehemencia. El gordo de mierda golpeaba la espalda del niño, los nudillos se hendían en el pueril envoltorio cutáneo. Jeremías sintió el abandono de su cuerpo de nuevo.
Sintió extinguirse su ser de nuevo. Esa tormenta de endorfinas que supuestamente mitiga el dolor premortem nadó en su torrente sanguíneo y se estacionó en su cortex.
Había fallecido de nuevo.

4


Jeremías despertó una vez más. Su contexto de nuevo cambió radicalmente. Era una habitación cuadrada, sin muebles. Iluminada lánguidamente por 4 focos rojizos en cada vértice superior. Y frente a él, emergió de la nada, fragmentándose lentamente una aparición: Una cabeza antropomorfa. Calva. Los ojos reemplazados por cuencas de vacío, que proyectaban gélida penumbra a la presencia del pobre de Jeremías. La nariz era un punto sinusoide que recordaba una letra “S” y la boca, como si le hubiesen extirpado los labios, lucía una arlequinezca sonrisa que, pese a que emitía sonidos bitonales, no se movía.
Después de un silencio. El ente extraño y hosco emitió un discurso. Jeremías no lo sabía en ese momento pero. La eternidad del tiempo haría que, luego de mucho, Jeremías le odiara con ignominioso desdén.
La voz que surgía de la cuenca en semiluna, de concavidad superior que representaba su boca: emitió un discurso con una voz que no parecía humana y que era seguida por un eco espectral agudo y horroroso:
-- Tus acciones funestas fueron, deletéreas, imperdonables, irrevocables. Pero sustituibles. Como la de muchos otros humanos sádicos que extienden su perversión. Que asesinan sin temor ni vacilación.
-- Q-Q-Quién eres tú?, qué eres?-- Preguntó Jeremías tartamudeando de horror.

-- Soy Turalekohom, El intercambiador: entidad superior. Soy la justicia y el supremo castigador. Mi trabajo es intercambiar el estado pre-mortem de las víctimas, por el de sanguinarios verdugos caídos. Puedo transportar desde el averno ( así lo llaman ustedes no?) hasta la realidad de los humanos. Presos irrespetuosos de la vida que Sorifrakler vertió sobre tu tierra. Yo viajo en el tiempo y arrastro seres primitivos como tú. Los intercalo.
-- Qué fue lo que hice yo?... es que estoy muerto?... Cuál es mi tiempo?
-- No te impacientes. No le quites emoción al juego. El millón de reemplazos que siguen, aclararán tu mente, criminal. –
De las cuencas funestas de Turalekohom, brilló una luz enceguecedora que transportó a Jeremías a un nuevo suplicio.





FIN.
Hellraiser17 de julio de 2013

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