TusTextos

El Vengador de Genero

Onésimo, de 46 años es un hombre tosco con rasgos duros en su rostro, como si acabara de venir del ámbito rural. Actualmente está separado de su mujer, y vive solo en un pequeño piso en el barrio más cutre de la ciudad. Su problema es que tiene una orden de alejamiento de su pareja, porque él es un maltratador.
Ella harta de sus constantes palizas, tomó la decisión de separarse y refugiarse en los brazos de un compañero de trabajo, Pascual, que día a día escuchaba estoicamente y no sin interés, los relatos de la desagradable vida de su compañera, que entre sollozo y sollozo, le relataba asiduamente con gran intensidad. Verdaderamente la pobre María había vivido una experiencia muy dura en su vida, hasta tal punto que había conseguido en algún momento sentirse como un trapo, en vez de un ser humano.
Personalmente a Pascual estas situaciones le ponían muy frenético, pues sentía un gran odio y desprecio hacia las personas, que sin ningún escrúpulo trataban de esa manera a las mujeres. Todo ello a raíz de su viaje por Afganistán y los países vecinos, en donde pudo comprobar de primera mano, el poco valor material, espiritual y sentimental que tienen las féminas en esas sociedades machistas: una cabra o un camello valen más que una mujer.
Abrió la puerta del portal de su casa con su propia llave, entrando en el pequeño y estrecho hall del edificio. Se acercó con aire aburrido y algo agotado a los buzones que se encontraban apilados, uno tras otro, en la pared derecha del recinto. Miró a través de la rejilla del buzón por donde se introducen las cartas al interior, para ver si había alguna, pero solamente divisó panfletos de propaganda de supermercados del barrio, grandes superficies y algún establecimiento que se dedicaba a la venta de elementos para bricolaje: puertas blindadas para la entrada del domicilio, cerraduras varias, herramientas, barbacoas y muebles de jardín - ¡quién tuviera un chalet para disfrutar de todo esto!  pensó, mientras dirigía su vista hacia la escalera, que peldaño a peldaño, con gesto cansino, por el dolor que sentía en las articulaciones de sus rodillas, fue ascendiendo hasta llegar al cuarto piso, en donde terminaba su trayecto. Cuando se acercó a la puerta de su casa, vio en el suelo, frente a ella, una caja metálica muy bien decorada como las de las galletas holandesas, que suelen vender en grandes centros de alimentación o en tiendas especializadas. Estaba rodeada por un lazo rojo, que cubría todas sus aristas. En un principio se extrañó, pues no estaba acostumbrado a recibir regalos, pero no disimulaba su curiosidad e ilusión. Se agachó para coger la caja, y sin entrar todavía en su casa, deshizo el lazo de seda que la atenazaba y lo dejó caer suavemente al suelo, sin dejar de mirar a la misma. Abrió la tapa y de repente saltó del interior una serpiente: la Krait común, uno de los especímenes más peligrosos del Planeta, con apenas 90 cm de longitud. Su veneno es 15 veces más potente que el de una cobra, y habitualmente reside en la India, Sri Lanka y Pakistán.
Apoyándose en la parte posterior de su cola, el reptil saltó sobre la cara de Onésimo mordiéndole en la órbita del ojo. Instintivamente, dejó caer la caja al suelo mientras se llevaba desesperadamente las manos a la cara. Duró tres segundos de pie. Comenzó a nublársele la vista a la vez que se tambaleaba por el rellano del piso, palpando las paredes como si de un ciego se tratara, hasta que se desplomó en la puerta de su casa, prácticamente muerto, golpeándose en la cabeza con la barandilla de la escalera.
Mientras, la pequeña serpiente reptaba ocultándose por una estrecha rendija, que sobresalía entre dos azulejos de la pared.
Pascual caminaba en dirección a la casa de su novia, María. Eran las ocho de la tarde y habían quedado para ir al cine. Estaba contento pues, después de todos los problemas que ella había superado, por fin eran novios. Entró en el número 15 de la calle Perico. Cogió el ascensor y pulsó el botón del número cinco. El elevador se puso en marcha y con un golpe seco, que agitó violentamente su cuerpo, se paró en la planta que él había escogido. Abrió las puertas y salió al hall del quinto piso. Giró a la derecha y se dirigió a la puerta de madera, de la casa de María. Se plantó ante ella y con el dedo índice de la mano izquierda, presionó el botón del timbre. Sonó una agradable melodía, que a Pascual siempre le hacía gracia, lo que provocó una sonrisa en su cara. Verdaderamente estaba muy feliz. Pasado un minuto de reloj nadie acudió a abrir la puerta, y esta vez con la sonrisa congelada volvió a pulsar el botón del timbre. Seguía sin acudir nadie para abrirle, lo cual empezaba a extrañarle sobremanera, pues hacía treinta y cinco minutos había hablado con María, que le esperaba cómodamente en casa. Sacó del bolsillo de su chaqueta las llaves que ella le dejó para poder entrar libremente, aunque él no era muy partidario de utilizarlas de manera habitual, pues procuraba respetar la intimidad de su prometida, pero la extraña situación que estaba viviendo en ese momento, exigía su utilización. Nada más abrir la puerta, con una potente voz llamó a María desde el pórtico, para anunciar su llegada. Según se iba adentrando a la vivienda por el pasillo, no obtuvo respuesta alguna, lo que le produjo una inquietante angustia.
Cuando traspasó el umbral del salón, su rostro palideció instantáneamente, como si de repente sintiera una bajada brusca de tensión. Allí estaba tendida en el suelo María, bañada en un charco de sangre, inmóvil y en un escorzo semejante a las siluetas que trazan los policías de homicidios, en el lugar del crimen. Rápidamente se abalanzó sobre ella sujetándole la cabeza sobre su brazo, observando como la sangre brotaba todavía a través de las heridas, que un cuchillo le había producido en el abdomen. Él la miró a los ojos y observó cómo iban apagándose, poco a poco, hasta que se cerraron definitivamente tras el suspiro de la muerte. Ella no tuvo tiempo de decirle nada.
Las lágrimas se deslizaron por las comisuras de los suyos a la vez, que la rabia y el odio inundaban su rostro. Con la mirada perdida hacia el infinito y sosteniendo todavía con sus manos ensangrentadas, la cabeza inerte de su amada, su mente reproducía a la velocidad de la luz sus pensamientos. Esto no iba a quedar así: ni justicia ni hostias, dijo mirando al cielo.
Los coches de la policía llegaban al lugar del suceso, con sus sirenas y luces estremecedoras junto con los bomberos y una ambulancia. La portera del número 48 de la calle Caridad, gesticulaba con sus manos ante los agentes como si le estuviera picando un enjambre de abejas. Los policías y los bomberos trataban de tranquilizarla.
En el rellano de la cuarta planta, yacía el cadáver de Onésimo envenenado por la picadura mortal de una serpiente.
Desde la cristalera de la cafetería de enfrente, Pascual observaba como, los agentes de seguridad del Estado iban acordonando la zona, y organizando todas las pesquisas que normalmente se realizan en estos casos: aislar el lugar del crimen, para evitar la contaminación de posibles pruebas, la recogida de las mismas y la reproducción de los hechos, supuestamente ocurridos en el lugar del delito. Allí estaban fotógrafos con las manos cubiertas con guantes de látex, inmortalizando la zona del conflicto, mientras otros miembros de la policía, recogían colillas y otras pruebas sospechosas, que presumiblemente podían pertenecer al asesino. La gente se agolpaba alrededor del cordón policial curioseando la situación.
Enfrente a Pascual, sentado en la misma mesa, se encontraba un individuo de tez oscura, con claros rasgos hindúes o pakistaníes tomando cómodamente una taza de té. Sacó del fondo de su bolsillo un enorme fajo de billetes de cincuenta euros, y se lo entregó al susodicho, que con una sonrisa en su rostro, recogió apresuradamente, introduciéndolo en un bolso de mano, mientras se levantaba de la mesa.
Con paso firme y rápido se dirigió a la salida del establecimiento, hasta que desapareció girando por la esquina más próxima.
- La venganza está consumada- pensó Pascual, mientras apuraba su bebida todavía sentado en la mesa, que el paquistaní había abandonado hacía escasos momentos.
A partir de ahora ha nacido un nuevo superhéroe: Temblad maltratadores, El Vengador de Género será vuestro azote.
Se levantó de la mesa dejando sobre el tablero un billete de cinco euros, y salió por la puerta de la cafetería, con paso tranquilo, hasta la parada del autobús situada a unos metros del cruce con la calle Esperanza. De su mano colgaba una bolsa con el siguiente anagrama: Danish butter cookies.
Igruher19 de julio de 2018

2 Recomendaciones

1 Comentarios

  • Igruher

    Desde mi condición de hombre y mi profesión como ginecólogo, siempre he respetado la imagen de la mujer no solo como género sino como persona humana y siempre he rechazado tajantememnte que las maltraten. Este pequeño relato, es mi contribución para que estos actos contra las mujeres se detengan definitivamente y podamos todos convivir en armonía como seres humanos que somos.

    19/07/18 12:07

Más de Igruher

Chat