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La Decisión que Debí Haber Tomado.

Vuelve a llover.
Las gotas corren por la curva de mi nariz, y hacen una pequeña pausa dramática antes de precipitarse al vacío y chocar con mis labios. Muevo los dedos de los pies y noto como pierden su sensibilidad y a la vez duelen. El frío entra por mi boca, me congela el paladar, el estómago, el pecho, la nariz. Al menos eso es agradable.

Abro los ojos. Mechones de pelo negro y empapado me impiden ver y se pegan a mis mejillas. Levanto la mano, sin prisa, me los aparto sin cuidado. No importa, estoy deshecha. De pie, muy quieta, casi desnuda, en medio de ninguna parte, notando como cada gota apuñala un poco más mi cuerpo. Y qué más da si duele, si al fin y al cabo, por fin estoy sintiendo algo.

Tuve que escapar. No muy lejos, es verdad, no pude correr más rápido, no pude gritar más fuerte. Solo sé que no podía aguantar ni un segundo más en aquella casa. No fue algo repentino. Hacía semanas que notaba como la presión de mi pecho aumentaba un poco más cada día. Cada mañana, al escuchar el sonido del despertador, el sobresalto era un poco más insoportable. Pero no supe verlo. No supe ver que el límite del dolor se estaba situando mucho más allá de una lágrima y un puñetazo a la pared.

Y de pronto superé el límite. ¿Y qué importa el por qué? ¿Una mirada, un pensamiento? Quizás nunca llegue a saberlo. Pero de pronto las paredes blancas de mi habitación dejaron de ser lienzos. De repente se convirtieron en lo que son, muros. De repente los que me rodeaban dejaron de ser personajes de una extraña obra infinita, y yo dejé de ser la actriz protagonista. El telón ardió en llamas y los personajes dejaron de leer sus guiones. El decorado dejó de parecer real. La música se apagó pero no se hizo el silencio.

Así que yo empecé a caer. En un momento estaba sentada en mi cama, leyendo algún libro que no recuerdo, y al siguiente estaba cayendo.

Las caídas al vacío son silenciosas. Así que nadie en casa se dio cuenta de que yo estaba cayendo. Pero dentro de mí todo era una revolución. Mi corazón y mis pulmones se revolucionaron contra mí y mi mente se descubrió como un hábil traidor.

No recuerdo cómo me levanté y escapé. No recuerdo cómo me arranqué la ropa mientras corría. No recuerdo cómo llegué hasta aquí, a estar empapada y quieta en medio de este descampado.

Puedo notar que mi cuerpo no está deshaciéndose en pedazos, era solo una sensación. Solo un delirio. Este es el momento en el que vuelvo a la realidad, en el que abro los ojos, me aparto el pelo de la cara y me doy cuenta de que tengo mucho frío. Este es el momento en el que el agotamiento me golpea en la parte posterior de las rodillas y me obliga a sentarme en la hierba. Apoyo la cabeza entre las manos y lloro. Lo hago con naturalidad, sin gemidos, sin respiración entrecortada. Solo dejo que las lágrimas caigan calientes por mis mejillas y espero. No sé por cuanto tiempo.

Me levanto y vuelvo a casa, recogiendo por el camino las prendas que encuentro tiradas. Y entonces desenvuelvo mi habilidad más preciada: la asombrosa capacidad de fingir que soy un autómata. No hacia fuera, que va, eso ya no importa. Aprendo a fingirlo hacia dentro. Subo las escaleras y me meto en la ducha. El agua caliente me devuelve un poco de mí misma. La pongo más caliente.

Salgo de la ducha. Está amaneciendo. Me visto con lo primero que encuentro, desayuno y salgo. Saludo a Paula, con una sonrisa, un cumplido y una broma. Como siempre, como cada día, como antes. Pero yo sé que esta es la última vez.
(Debería haberlo sido)
Inanna22 de diciembre de 2015

1 Comentarios

  • Voltereta

    Un relato lleno de dramatismo e impregnado de realidad, empañado de hechos difusos y recuerdos disueltos en locura o depresión. Las voces de dentro nos llaman y no podemos escapar a su influencia. Somos seres lunáticos y la luna nos atrapa y nos mueve a su antojo. No se si lo que escribes es una vivencia o algo imaginado, pero sea como sea es impactante, es evidente que con las palabras tienes un don, que las conforma armonicamente y acaba atrayendo nuestra atención y sin duda atrapándonos en su tela de araña.

    Un saludo.

    22/12/15 07:12

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