Lejos de las perturbaciones
que el cosmos quiere designarnos.
Acaricio tu lánguida mejilla
y me entretengo en tu pelo crespo.
Finalizados todos los telegramas
y las riñas que se hicieron cotidianas,
aparezco para cimbrar tu talle
y llevarme tu cuerpo a sotavento.
Vayamos de relato en relato
hasta que consigamos el bálsamo del lecho.