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Sueño Húmedo

El señor Romo se metió en la cama temprano. Su pijama de franela con sus iniciales bordadas le hacía parecer un oso de peluche grotesco; pero eso a él le daba igual. Abrigaba lo suficiente como para que aquélla noche de aquél invierno hostil no le importase ni lo más mínimo verse convertido en un pelele infantil. También estaba el hecho, bastante importante, de que hacía ya unos cuatro años que ninguna mujer compartía cama con él. O sí, pero no la suya. Y pagando, claro está.

El señor Romo dejó la dentadura en un vaso de cristal con agua que a tal efecto había sobre la mesilla de noche y se introdujo en la cama con tal eficiencia y precisión que apenas sí la deshizo un poquito, dejando de tal manera su sueño en manos de un hermético confort de sabanas, mantas y edredón nórdico. Carraspeó tres veces y se dispuso a dormir. Solo entonces reparó en el portal dimensional que se abría a lo largo y ancho del techo de su dormitorio.

De haberse tratado de una persona más dada a la fantasía desbocada habría gritado de pavor pero, tratándose del señor Romo, no vaciló un instante ni palideció ante la extraña visión que flotaba sobre él.

-Mmm- pensó tomando sus gafas de leer de la mesilla de noche- ¿qué tenemos aquí?

Ya con las gafas puestas observó con mayor detenimiento el insondable vacío cósmico que se extendía a través de la grieta espacio-temporal interdimensional. No tenemos constancia de si entendió lo que veía. Ni tan siquiera sabemos si estaba preparado para asimilar, de golpe y porrazo, algo que habría vuelto loco a los más avezados aventureros. El caso es que no tuvo miedo. Simplemente se maravilló ante el hermoso y sobrecogedor espectáculo acomodándose en su cómoda cama de Ikea.

-¡Un portal dimensional… en mi cuarto!- exclamó eufórico.

Inmediatamente, la dentadura que había dejado en el vaso de cristal, dentadura que le había acompañado en innumerables y apasionantes expediciones a lo largo y ancho del mundo castañeteó una vez y habló:

-¿Has pensado por un momento, viejo amigo, en el “efecto ventana doble”?

El señor Romo se sorprendió esta vez. Se sorprendió muchísimo, de hecho. En los largos años que había compartido con aquél adminiculo protésico jamás la había oído hablar y eso representaba una absoluta brecha en su concepción natural de las cosas y una mella más que considerable en su mermada cordura. Balbuceante se giró hacia la dentadura y trató de responder con un hilillo de voz nerviosa.

-¿Qué?

-El “efecto ventana doble”. Esto es: cualquier ser, entidad o particularidad cósmica con capacidad de raciocinio que se asomare a una ventana, fuera cual fuese la naturaleza de dicha ventana, se arriesga, inefablemente, a que aquéllo que vea allí también vea a la susodicha entidad o particularidad cósmica observante.

La dentadura siguió hablando de las semejanzas entre esta teoría y la de “la llama recíproca” y de los peligros implícitos de la apertura dimensional bajo techo y sin la supervisión de un experto en singularidades cuánticas, pero el señor Romo ya no la oía. La idea de que “algo” le observara desde el portal de la misma manera en que lo hacía él desde su cama le produjo una desazón creciente que le erizó el vello de la nuca e hizo que el corazón se acelerase hasta extremos alarmantes. Aquél algo indefinido había tenido la suerte de dar con él; un jubilado leído y de estado civil agnóstico pero él, el “algo”, bien podía ser un monstruoso devorador de universos acechante y mortal que esperase, agazapado, la oportunidad de cruzar el umbral, asesinarle y traer el caos a su dimensión.

-Dentadura- dijo sin dejar de mirar al techo, interrumpiendo el discurso de su prótesis que, ahora, andaba disertando sobre la legalidad del uso de estupefacientes para prorrogar los regresos de las experiencias extracorpóreas.

-Claus- apuntó la dentadura- me llamo Claus.

-Perdón, Claus,- concedió el señor Romo- me preguntaba si conoces alguna manera de cerrar el portal. Para evitar el efecto…

-¿El efecto ventana doble?

-Eso es.

-De hecho sí que conozco alguna manera.

El señor Romo volvió la vista al vaso donde flotaba la dentadura con los ojos vidriosos, a punto de llorar.

-¿Y te importaría contármelo?

-¡Vaya!- se sorprendió Claus- No imaginé que mi viejo amigo Romo quisiera cerrar su ventana.

-Siento defraudarle, Claus, pero eso de la ventana doble me ha puesto nervioso. Y seguro que habrá más portales- dijo esto último como intentando convencerle dudando realmente de que su dentadura postiza fuera realmente un aliado en lugar de el auténtico artífice de la grieta de su techo.

-Supongo que habrá más, es cierto.

Claus meditó las opciones un largo rato, momento que el señor Romo aprovechó para tomar el crucifijo de madera de sobre la cama, no ya para uso religioso pues esto lo había descartado desde el principio, sino más como arma contundente llegado el caso. Finalmente, Claus dijo:

-Bien, amigo. Estas son las opciones que creo más prudentes. Ya he descartado lo de llamar al casero para exigirle que arregle el techo porque, teniendo en cuenta que lo que hay justo detrás del portal es el infinito vacío cósmico, es posible que en lugar de arreglarlo, le suba a usted el precio del alquiler por haber duplicado el espacio habitable de su casa en infinitos eones cuadrados. Y sin licencia de obras, lo cual es incluso denunciable.

-Por favor,- dijo el señor Romo tratando de conservar la calma- ¿podíamos omitir las opciones descartadas?

-Ah, perdón, no sabía que tenía usted prisa. Bien. sus mejores opciones son las siguientes: uno; diluir su ka fundamental en el continuo flujo espacio temporal. Esto tardaría unas horas, pero garantizaría que en un veinte por ciento de los casos usted acabase cerrando la brecha y regresara a su cuerpo sano y salvo.

- ¿Y en el otro ochenta por ciento?

-Su ka quedaría difuminado por las infinitas galaxias y campos morfogravitacionales y jamás podría regresar. Lo cual, además, propiciaría, sin lugar a dudas, una singularidad metódica que acabaría doblegando el universo sobre sí mismo, haciéndolo implosionar.

-¡Cristo!

-Pero solo es un ochenta por ciento de posibilidades.

-De todos modos ha dicho usted que llevaría horas. No tengo tanto tiempo. No me haría ninguna gracia que en pleno rito de disolución del ka entrara por ese techo un dios necrófago de las estrellas primigenias y me devorase a mi y al resto de mis vecinos. Por no hablar de la humanidad.

-Bueno, si es demasiado tiempo podríamos probar con otras opciones. Por ejemplo: dos; dado que la creación de un portal interdimensional siempre va ligada a una concentración desmedida de electricidad mística y mutación planetaria, si usted construyese un aparato que redireccionara toda esa masa informe de nuevo hacia sus cauces normales se restablecería la armonía natural. Y su techo. Y construir un termodilatador fundamental solo le llevaría una media hora si se tiene algo de uranio enriquecido y carbono 14.

-Mmm… creo que sí. Algo debe haber en la despensa.

-Pues… es una gran opción.

-No acabo de quedar convencido. ¿No hay nada más rápido?

-Y efectivo.

-Claro, eso ni se duda.

-¿Ha probado a despertarse?

-¿Cómo dice?- dijo el señor Romo atónito.

-Eso. Que si ha probado a despertarse. Eso solucionaría su problema y, de paso, le tranquilizaría un poco. ¿Qué le parece? Solo requiere un nanosegundo de su tiempo.

El señor Romo despertó sobresaltado. Los esquejes de la pesadilla aun flotaban a su alrededor como virutas de terror pegajosas y calientes. Todavía se sentía a punto de morir de miedo pero notaba que, poco a poco, sus nervios volvían a su estado natural de tranquilidad. El techo estaba en orden. Era un techo normal con una mancha de humedad que llevaba ahí alrededor de unos ocho meses. Quizá fue aquélla mancha de humedad la que inconscientemente le había llevado a imaginar aquél terrible sueño. Quizá.

Ahora todo estaba en orden. Se balanceó confortablemente en la superficie del vaso de cristal que le servía de cuna y observó al señor Claus que dormía a pierna suelta en su cama de Ikea con su pijama de franela con las iniciales bordadas. El señor Claus lucía un rostro tan apacible que la dentadura marca Romo identificó como “sueño profundo y plácido”. El señor Claus dormiría aún unas horas, ajeno a las pesadillas que palpitaban muy cerca, en la mesilla de noche. El señor Romo también disponía entonces de unas cuantas horas más de sueño, así que se sumergió en el agua del vaso y se dispuso a dejarse caer sobre los brazos de Morfeo.

El último pensamiento que le pasó por las encías fue el de escribir un libro de ciencia ficción. Lo titularía “¿Sueñan las dentaduras con portales dimensionales?”
Israelalonso02 de enero de 2008

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