En este mundo, donde otoño, sinónimo es de rosadas caras,
en el frio de todos sus inviernos,
en niños que corren por el principio de su propia calle,
exudando calor de sus mejillas doradas,
fabricando castillos de arena que preparan en las playas de arena.
Su nombre de pila tendrán los adoquines que pisen,
y todos los bordillos que salten, los árboles que trepen,
todos los juegos que queden en las retinas de la gente
llevarán su nombre en sus recuerdos.
En algún lugar desde la distancia, un niño mirará a una niña,
o tal vez sea al revés, se cómo fuera, su vida y los ojos,
se cruzaran en una intersección sin ángulos,
y para uno, o para los dos, será el amanecer que guíe sus vidas.
Donde existen señales en un alma solitaria,
existe alguien que observa:
mira que las hojas silenciosas vuelen,
y administra en el universo el gran rito del silencio.