TusTextos

Hoy No

Porque te tengo y no
porque te pienso.

Corazón coraza
Mario Benedetti



¿Por qué carajo justo hoy, 3 de Julio, tenia que sentir todo el peso de la tristeza sobre su espalda? Hoy no. No se lo podía permitir. Hoy es el cumpleaños de Clara. Lo estaría esperando ansiosamente. Aunque ahí estaba, anclado en un banco de Plaza Independencia observando atónito, distraído, el dibujo indefinido de las baldosas.
Hoy debía ser fuerte por su hija, serenarse. Los últimos meses habían transcurrido en armonía, debía continuar por el mismo eje emocional.
No le fue fácil salir adelante, en apariencia había logrado recuperar la solidez y la templanza, interiormente el siempre supo que ese objetivo es inalcanzable.
Vivió momentos muy duros, vivía pesadillas imposibles de ahuyentar. Los hechos se fueron encadenando uno detrás de otro, sin darle tiempo a reaccionar. El accidente de Ana (¿Accidente o suicidio? No concebía otra hipótesis que no fuera la del accidente. No tenia motivos ni derecho de abandonarlos a él y a Clara). Si, había sido un cruel accidente. El retorno del alcohol, la imposibilidad de hacer frente al crédito hipotecario, la continua presencia del alcohol, la pérdida del departamento, y la ultima estocada, la pérdida de su único y legitimo amor, Clara. ¿Realmente la había perdido?, la visitaba semanalmente, ella le brindaba todo el amor inocente e integro que un padre puede desear. No obstante no la tenía a su lado. Luego de varias entrevistas en el Juzgado de Menores, la resolución del tribunal fue otorgarles la tenencia de la niña a sus abuelos. El abismo comenzó a atormentarlo, se abría como una herida delante de sus pies.
El sol aun no alcanzaba su estado cenital, una sombra fría golpeaba la plaza. El invierno imponía su fuerza tenazmente. Mario lo sentía. Percibió el dolor, pero no en sus manos. Su verdadero sufrimiento no se veía afectado por las condiciones climáticas.
Se recriminó fuertemente, insulto su cobardía. Debía levantarse, caminar y entregarle el regalo que tenía entre sus manos a Clara junto a un fuerte abrazo. Se creyó levantar, se creyó caminar. Con un andar lento, casi tímido avanzó por 18 de Julio, hacia el oeste. Le gustaba transitar la 18, la sencillez que emanaba, la armonía en sus colores, lo alertó la diferencia caótica existente entre dicha avenida y Corrientes, en Buenos Aires. A avenida Corrientes la conoció con Ana, antes del embarazo, momento que el recordaba con mayor emoción. El inicio de un porvenir dichoso.
Ahora estaba en su paisito, solo, al encuentro de su hija. Su destino era la intersección con calle Ejido. Debía doblar a la derecha y golpear suavemente el portón de madera, su hija sabría por la suavidad del golpe que el visitante era su entrañable padre. Se decía andar casi feliz. Se decía.
Cuando recobro el sentido de la realidad, sus manos continuaban soldadas al envoltorio, el moño se había desarmado íntegramente. Ya no se encontraba anclado. No sabía cuando, ni como pudo erguirse, caminar diez pasos y posarse debajo de la efigie.
Cavilaba, se hería, posaba su mirada en lo alto. Repetía: El, el General argentino y el venezolano habían peleado a destajo por todos y por ninguno, por los nombres y por los nadie; incluso habían muerto por su patria.
Cobarde, eso es lo que sentía, que era un miserable cobarde. Solamente debía felicitar a su hija en el día de su cumpleaños, y no reunía las fuerzas necesarias. Soportaba (¿soportaba o padecía?) el peso de la mole de bronce, que la observaba ahora informe, sobre sus ojos inyectados en sangre. Dubitativo comenzó la marcha. Era lo único que recordaba de la autodestrucción que había realizado quince minutos antes. Andar. Despegaba pesadamente los pies del cemento, se sentía caminar en un pantano (¿sentía?). Ahora detenido, inerte en medio de la calle, ni en una acera, ni en la otra. Aun no sabia que se encontraba a salvo, el leve sonido del campanario lo obligo a continuar por Sarandi. Absorto como poseído, atravesó la plaza, caminaba sin rumbo, hacia delante.
El estruendo de un bocinazo lo paralizo, no logro entender el insulto, su mente no estaba allí.
Retornó a su marcha flemática, la bruma fría y salada comenzaba a calarle la ropa, no su piel, no la percibía. En tres minutos se toparía con el malecón y la vastedad, ya no solo la brisa sería su compañía sino también el sonido, tosco, arduo de las olas golpeando las filosas rocas gastadas por los siglos. Andar, esa era su misión. Andar. No se sorprendió por el cambio de color de la acera, no lo percibió. La brisa ya era viento y el sonido ensordecedor. Solo cemento, solo el abismo. Logro alcanzar el final de la escollera, respiraba profundo, se sentía flotar. Cerró los ojos, recobró todos los sentidos. Resistió la primer embestida del viento. La segunda ráfaga no le dio tregua, sintió el impacto, un millar de anzuelos penetraban por sus poros, produciendo un dolor placentero. Entreabrió sus parpados y dio permiso a la luz. El panorama que se desplegaba ante sus ojos, era blanquecino, puro, de una densidad lechosa y regocijante.
El estruendo lo estremeció, un basto telón se desplomo delante de su ser. La oscuridad lo desbordaba. El tiempo no se detuvo, simplemente desapareció. Ya no se reconocía, no reconocía su nombre, Mario Vargas, aquel que lo había acompañado durante toda su vida, aquel que tan poco agradaba a Ana.
Hoy no, solo reconocía su cuerpo, no quería que su nombre sea cómplice de algo que no comprendería. Ya no era Mario Vargas, era simplemente EL. Su mente ya no emitía ningún juicio. Hoy no. Se relajo, se dejo hacer. Y voló.
Javieroscar24 de julio de 2013

2 Comentarios

  • Buitrago

    Hoy no, solo reconocía su cuerpo, no quería que su nombre sea cómplice de algo que no comprendería. Ya no era Mario Vargas, era simplemente EL. Su mente ya no emitía ningún juicio. Hoy no. Se relajo, se dejo hacer. Y voló.

    Bonito final amigo Javier.

    24/07/13 04:07

  • Javieroscar

    Muchas Gracias.

    Gran saludo

    Javier.

    24/07/13 05:07

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