Poco a poco me adentro más y más en el maldito laberinto. Deambulo por caminos llenos de sombras, unas más claras, otras más oscuras, pero sin encontrar jamás ni la salida, ni la verdad. ¿Cuál es la salida? ¿Cuál es la verdad? Ambas preguntas invaden mi camino constantemente, aletargando mi espíritu, atosigando mi mente ya perturbada y atribulada por el camino ya recorrido. ¿El laberinto? Mi vida, ¿las sombras con sus gradadas tonalidades? Mis destellos de cordura y mis abismos de locura. Muchas veces no sé discernir entre los dos: ¿Quién piensa, escribe y habla? ¿El loco, el cuerdo, o ambos al mismo tiempo? Es esa duda y esas sombras las que me hastían, las que se clavan en mi mente cual astillas en una mano que pasa descuidadamente por el maltrecho mástil de un barco a la deriva.
Ese marinero soy yo, mi más pura esencia y mi barco, mi mente desviada dando violentos virajes a un lado y a otro, sin rumbo alguno. Sólo esperando no caer en esas aguas turbulentas y embravecidas, esa locura a la que tanto temo, ese laberinto con sus sombras infinitas, y yo esperando no caer en ellas, esperando avistar tierra firme, esperando la salvación, la tranquilidad...