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Vigésima Octava Piel

El destino dicen que es una rueda. Por mucho que la cambies de posición, que la coloques en uno u otro vehículo, ella siempre va a rodar. Ese es la función de su capacidad física. O sea, el destino es incambiable, no se puede afectar. Sin embargo, el futuro es el tornillo que sostiene la rueda. Se acopla a ella, la soporta y permite que gire indefinidamente. Y el tornillo oxidado... se cambia. El futuro podía ser reemplazado por otro tornillo más nuevo, que con mayor precisión sostuviera el destino girando. El destino y el futuro, la rueda y el tornillo. Juegan un papel importante en el movimiento de la carreta, del ser humano.
Las creencias de Yulia se acercaban a esta filosofía, aún más acentuada después de haber conocido a la señora Nicolaevna. Esta utilizaba sus poderes para transamitir un entendimiento detallado del pasado, el presente y el futuro, conjugándolos con los hechos que marcaron a la persona, los errores que cometía en la actualidad y el fruto que la esperaba en su camino. Para Yulia, en su situación, era importante aferrarse a alguna esperanza (de haberla) o de terminar conociendo el destino oscuro que la esperaba.
En el pasado encuentro con la Dama de las Cartas, se había aproximado a conocer el aura que emitía su espíritu, las características que la afectaban, y la profundidad, quizás trágica, de su alma. Comenzaba a creer que, tal como la Reina de Picas había indicado, su vida había llegado a un punto del que no podía regresar: una habitación a la que se entra y cierran la puerta detrás de uno para impedir que se salga. Y de repente la pared del fondo se estira y se estira, y nosotros caminamos pensando que encontraremos una salida al final, pero ese final nunca llega, entonces nos damos por vencidos y terminamos encerrados en lo que en realidad era un pequeño cuartucho con telarañas. Yulia no quería morir.
Preocupada por su destino, volvió a recurrir al espiritismo. En la misma casa, en la misma habitación, una vez más estuvo sentada en la misma mesa triangular que había estado antes. Había llamado con antelación a Irina Nicolaevna y le había contado sobre el curso de sus pensamientos. Esta le había contado de una manera de eliminar ese vínculo negativo con sus miedos. Para ello iba a necesitar a dos ayudantes, y claro que le preguntó a Yulia si estaba de acuerdo. En realidad no le hacía ninguna gracia compartir sus sentimientos con extraños, sin embargo, quería anteponer su seguridad y prosperidad ante el orgullo y la pena. Suspiró como para darle calma a sus palabras apresuradas y aceptó la propuesta de la espiritista.
En esta ocasión volvió a ocupar el lado opuesto al vértice donde estaba sentada Irina. Dos pares de ojos la escrutiñaron desde ambos lados isósceles del triángulo. Eran dos hombres de mediana edad, de piel oscura, que si bien no eran africanos debían ser americanos, no podía saberlo a simple vista. El que se sentaba a su izquierda tenía la cabeza rapada y fumaba un tabaco enorme. El de la derecha llevaba unas trenzas cortas, que se le salían bajo un gorro violeta y amarillo de alguna tela fosforescente. Sus miradas no decían nada, sabían contener sus pensamientos como buenos espiritistas. La Dama de las Cartas, por su parte, impasible frente a ella, encendía su alma como ningún roce físico podía.
Se dobló hacia abajo y recogió del piso tres vasos medianos y una botella de vino seco. Lo repartió rápidamente con sus colegas antes de empezar la sesión. Dieron un sorbo largo los tres, volviendo a colocar los vasos sobre la mesa. Delante de cada uno estaba dispuesta con antelación una vela, y en esta ocasión también frente a Yulia. Ya era de por sí bastante raro ese encuentro, sobre todo contando la terrible presión psicológica que ejercían sobre ella los tres espiritistas.
No tuvo más tiempo para seguir azotando sus pensamientos, pues la Dama se había decidido a dar comienzo a la sesión. Sin mayor preámbulo dijo su nombre completo y a continuación encendió la vela. Lo mismo hicieron George Straton Bulles, a su izquierda, y William Dethfrod Taylor, a su derecha. Posiblemente americanos, después de todo. Le indicaron que debía repetir el procedimiento y se apuró a cumplirlo. Cuatro velas sobre la mesa, alumbrando un espacio que para mí era común, mientras que para ellos conformaba el símbolo del Llamado, el cual anticipaba la conexión espiritual más fuerte con el Alma Suprema. Miró cómo hacían unas señas extrañas con sus manos que terminaban un una cruz. Sin entender ni sílaba, simplemente se quedó quieta.
Terminado el ritual de iniciación, la señora Nicolaevna estiró su mano izquierda para alcanzar el maso de cartas que ya conocía muy bien. Con la misma agilidad que había visto la vez anterior, mezcló las cartas de forma casi inconsciente. Sus dedos y sus manos se movían arriba y abajo, adentro y afuera, y más bien parecía que trataba de hacer un truco de magia.
Luego dejó el maso mezclado sobre la mesa, en el mismo centro. Entonces le habló directamente a Yulia para explicarle la presencia de los dos ayudantes. La única manera de conocer con precisión el pasado, presente y futuro de una persona era llevando a cabo el Ritual del Tiempo Individual, que tendría lugar después de concluidas sus palabras. El mismo consistía en hacer dejación del pasado a una primera persona, del presente a una segunda y del futuro a una tercera. ¿Qué significaba “hacer dejación”? Conferirle a cada una de estas personas el control de la conexión espiritual con el tiempo correspondiente. Normalmente se escogían dos representantes para el presente en los ritos europeos, los cuales practicaba Irina, de ahí que hubiera cuatro personas y no tres en la mesa triangular.
Le explicó que los seres humanos eran individuos muy singulares, tanto que estaban dispuestos a dejar en las manos de otros su presente y su futuro pero nunca su pasado. Por esa razón, nadie mejor que la propia persona podía conjugarse con su pasado. Se hacía dejación del pasado a Yulia Vatutina.
El representante o los representates del presente eran siempre espiritistas que podían conectarse no con los muertos sino con los vivos. Creían que incluso el alma de un niño que tenía un año de edad y vivía con la persona, entendía mucho mejor el presente de esta que la madre fallecida. El presente está enlazado ineludiblemente con la vida. Se hizo dejación del presente a George Straton Bulles y William Dethfrod Taylor.
La líder del ritual era siempre la que poseía la conexión más fuerte con el futuro. La Reina de Picas era un Espíritu Mayor que se comunicaba libremente con la Dama de las Cartas. Por lo que su posición en la mesa tenía bases sólidas. Se hizo dejación del futuro a Irina Nicolaevna.
Antes de iniciar el ritual como tal, Irina le hizo una pregunta a Yulia que al principio no entendió. ¿Quiénes son las dos personas vivas que más amas en este mundo? Era increíble con qué facilidad podía cambiar la respuesta a esa pregunta. El destino es una pregunta, el futuro es una respuesta. Ella lo comprendía. Pero no tenían todo el día para analizar la veracidad de sus sentimientos o la justicia a la que debía atenerse antes de contestar. Por lo que respondió al fin: Ígor Vatutin e Ira Vatutina. Los dos espiritistas americanos se conectarían con ellos. Fue el último comentario de Irina antes de sonar las campanas.
Levantó el maso de cartas con una mano y con la otra repartió a cada uno una sola carta de abajo. Primero a Yulia, seguidamente a los dos ayudantes y por último a ella. Esa era llamada la Carta de la Resolución. Irina volvió a dejar el maso en el mismo lugar que había descansado antes. Entonces le dijo a Yulia que a continuación pasarían a escoger cada uno por separado la Carta del Murmullo, la primera que sería revelada. Comenzarían por ella. Así que estiró su mano y de arriba sacó una carta, la cual colocó precisamente sobre la que ya tenía, pero boca arriba, siendo visible para todos.
Mostraba un cielo oscuro coronado por una inmensa luna roja. Los dos hombres abrieron los ojos como si no se esperaran la aparición de semejante carta, en tanto Irina permanecía impasible pues había aprendido que con Yulia cualquier sorpresa podía salir a relucir. Se apuró a explicarle que la típica representación de esa imagen era el asesinato, la sangre, la muerte por una traición. Yulia rápidamente se defendió aclarando que en su vida había matado a alguien o ni siquiera lo había pensado (aunque en realidad decir que no lo había pensado era más bien una metáfora para cuidar su reputación). Enseguida George intervino diciéndole que nadie la acusaba, que ellos no eran detectives ni agentes de policía. Después William agregó que por supuesto ese no era el único significado de la carta. También se refería a una separación tan larga que solo concluiría con la muerte. Ella no entendió a qué se refería. Si existía tal separación (la cual por el momento no entendía), ¿cómo podía terminar con la muerte? Aún con mayor razón la separación se mantendría, pues debido a la muerte el encuentro sería imposible. George una vez más habló y le dijo que la idea del árbol genealógico había surgido del Limbo Espiritual. En él cada familia posee un árbol y los seres que la integran son las hojas que van naciendo en este luego de su muerte física. Lo que quería decir que después de la muerte era inevitable el reencuentro. Irina levantó su voz una vez más y le preguntó: “¿Has perdido a tus padres?”. El color desapareció de su rostro y al final entendió a qué se refería la carta. Físicamente no había perdido a sus padres, aunque la falta de contacto era tan grande que podía decirse que habían muerto. Su padre era dueño de un enorme imperio de automóviles, reconocido a nivel internacional. En su empresa los hombres tenían cargos relevantes y manejaban el dinero de la familia. Mientras que las mujeres eran el depósito de los hijos varones que ansiaban los monarcas. Ella nació y se crió bajo ese régimen, pero cuando llegó a la adolescencia una chispa la impulsó a ir en contra de los mandatos varoniles. Su padre la repudió por ello. Y su madre, la cual creía que la apoyaría hasta el fin de la luz, se había resignado a la decisión de su padre. De esa manera, decidió irse de la mansión y renunciar al testamento de sus progenitores. Desde aquel día nunca más había tenido ni un mínimo contacto con ellos, ni siquiera una carta. Esa era la gran separación que aquejaba su alma. No pudo evitar sentirse una niña indefensa en ese momento, y sus ojos se aguaron.
Obviando el impacto emocional, George y William se adelantaron y escogieron su carta. Irina explicó que la conexión que tenían establecida con sus dos seres más amados y el poder del presente, se mostraban a manera de consejo. Dos cartas que le enseñarían la mayor añoranza de sus seres queridos para con ella. Dirigiendo su mirada hacia ambas cartas, esperó que los espiritistas comentaran su significado.
George fue el primero, sin apartar los ojos de la serpiente dibujada en su carta. Representaba la inteligencia y la agilidad, la habilidad para vencer los obstáculos, la muerte rápida. Cuando se hablaba de una serpiente que cambia su piel, se refería a expulsar el espíritu que está causando un mal irreversible y el que es necesario exorcisar. Ese era el consejo de su tío: eliminar la sombra. Yulia comprendía perfectamente a qué se refería con “eliminar la sombra”, comprendía la sublevación en la que había incurrido que al fin y al cabo no le había resultado de nada. Recordaba, una vez más, haber entendido mal el verdadero significado de “una gran emoción”. Aquello la quemaba, estaba fulminando sus nervios de a poco y su alma sufría, se agitaba casi diariamente, pero no sabía cómo escapar. Y de saberlo, no sabía a dónde.
Después de escuchar las palabras del espiritista a su izquierda, desvió su atención hacia William. Frente a él, la carta tenía la imagen del dios griego Atlas, quien sobre sus hombros carga la esfera terrestre. Era fácil adivinar que representaba el sacrificio, una carga en extremo pesada, la fuerza. En conjunto con “la serpiente”, hablaba de reunir el valor y el temple suficiente para abordar el cambio que se hacía urgente. A Yulia le pareció estar escuchando a sus tíos, que al fin se habían decidido ir contra sus propias reglas impuestas y hablarle claro a su querida niña: tienes que dejar a tu esposo. El interior de Yulia no estaba preparado, por esa razón ellos habían callado todo ese tiempo. Sin embargo, era tiempo de dar un empujón de avance, de lo contrario quedaría estancada en su sufrimiento. Yulia los escuchó y decidió guardarse sus pensamientos.
Como una esfinge del desierto que había quedado en plena inmovilidad, Irina Nicolaevna se removió en su asiento. Sirvió a todos un poco de vino seco, para calmar la tensión que ansiaba atenerse a sus cuerpos. Terminado su trago, instantáneamente, tomó una carta del maso y la colocó boca arriba sobre su Carta de la Resolución.
La luz de cartón de la imagen la encandiló y se trataba tan solo de un dibujo. “El Lucero del viajero”, la llamó Irina. Una estrella muy rara, que en tiempos antiguos se creyó guiaba a los peregrinos y a las personas que se perdían hacia un lugar seguro. Pero en el espiritismo tenía otro significado: sorpresa. Guiándose por los hechos ocurridos en su línea espiritual, la Reina de Picas había concluido su veredicto. Una sorpresa esperaba a Yulia a lo largo de su camino. Por mucho que quisiera era realmente imposible saber con mayor detalle a qué tipo de sorpresa se refería. Lo último que pensaría Yulia era que su sorpresa caminaba en dos patas y no andaba lejos.
Siguiendo el orden del ritual, la señora Nicolaevna tenía muchas ganas de concluirlo. Yulia no podía entender el tipo de cansancio que la agobiaba dirigiendo semejante acto y estableciendo una conexión tan fuerte con el mundo espiritual. Por eso se trataba de una sesión tan cara.
Para darle punto final al ritual, solo restaba desenmascarar las cuatro Cartas de la Resolución que quedaban boca abajo, además de la Carta de la Liberación, que era la que rompía el lazo espiritual y daba las palabras de conclusión del espíritu mayor, en este caso la Reina de Picas. Luego de haberle dirigido esa explicación a Yulia, Irina inició una cuenta hasta tres.
...Tres. Con un movimiento ligero, poniendo boca abajo la Carta del Murmullo, las cuatro personas que estaban sentados a la mesa triangular revelaron su última carta. Fue cuando las velas que reposaban en la superficie corrieron el riesgo de ser apagadas por el aire atrapado en la habitación. Por primera vez pudo ver el asombro en el rostro de Irina Nicolaevna, quien a su entender había visto demasiado, cosas que no entendían los mortales. Los tres pares de ojos que la acompañaban se posaban en una y otra carta sin dar crédito a lo que veían. Como si hubieran vuelto a ser convocados por el Padre Supremo, los Cuatro Jinetes del Apocalipsis se abrían camino montados en sus furiosos corceles. Una situación por la que los espiritistas reunidos a su alrededor pasaban por vez primera desde el inicio angular de sus conexiones. Representaban, tal como en la Biblia, el final de todo y todos.
Recuperada su compostura, aunque aún un poco nerviosa por la palabra final de la Reina de Picas, Irina viró boca arriba el maso de cartas y un segundo golpe la tomó nuevamente desprevenida. El nacimiento de una flor blanca. El grito era imposible no escucharlo: ¡Muerte y Resurrección! Yulia, a pesar de no ser espiritista, había entendido a la perfección cuál era su destino. Había estado luchando contra él, ahora lo comprendía. Pero es imposible decirle a la rueda que no ruede sino que salte. Cambiar los tornillos de la maquinaria no hacen que la rueda tome nuevas capacidades físicas. Por fin se percataba de ello. Y, no obstante el dolor, no era tan tarde como creía.
Cada cual apagó su vela con un soplido. Como si hubiera estado esperando ese momento, la puerta del cuarto se abrió y apareció la figura del hijo de Irina. Imponente, impasible, imperturbable, se dirigió hacia el altar a realizar su rezo de cada día. Pasó junto a George, quien parecía estar adaptado a su presencia y a su costumbre pues ni siquiera se inmutó, y en los dos últimos pasos que lo separaban del mueble, unos ojos en su rostro de un verde misterioso le dirigieron una mirada inexplicable. No supo si lo que sintió fue miedo o pasión, pero entendió que se sentía ineludiblemente atraída hacia él. Ese pequeño hecho abrió las puertas de su mente.
El tercer encuentro con el pequeño Nicolaev abrió las puertas de su espíritu. Ocurrió en la misma habitación, tres días después del gran ritual. Le pidió consejo a Irina pues quería consultarle una sola pregunta que la había atormentado de la sesión anterior: ¿La flor de su resurreción realmente sería de color blanco? Incluso para Irina fue una pregunta realmente rara, ni siquiera tenía una idea formulada de cómo preguntárselo a su Espíritu Guía. Dividido el maso de cartas en cuatro partes se decidía a llevar a cabo su petición, cuando se percató de que faltaba el vino seco. Pidió permiso para ausentarse por un minuto.
El espacio que dejó fue ocupado inmediatamente por una presencia que no creyó encontrarse en tales circunstancias. El hijo de la espiritista, adecuadamente ataviado con pantalones y camisa blanca, se dirigía hacia el altar al que acudía con adoración. Yulia trató de disimular su visible muestra de interés, pero no le fue posible. Devoraba con la mirada al ser que se inmolaba en la misma habitación que ella ocupaba. No entendía el tipo de energía que la atraía, y como una ave que no entiende el vuelo, sintió que la conexión espiritual pasaba a comandar el control de su cuerpo. Se puso de pie y sin perder los movimientos del hombre, como hipnotizada, fue caminando lentamente hacia él. Pasó de largo a pocos centímetros de su melena rubia, respiró el perfume que se desprendía de sus árboles. Amaba la primavera, aquella que había perdido conmigo. Sin entender por qué lo hacía, se agachó y se sentó a su lado en el suelo. Por segunda ocasión, aquel la miró sin cambiar el rumbo de la silueta en su rostro. Terminó sus rezos interrumpidos. Dejó reposar la vela luego de haberla apagado.
Yulia vio cómo una mano de mármol blanco se acercaba a su rostro y agitaba su cuerpo de estatua para convertirla en pétalo. Esa mano fue el movimiento del hombre, quien la agarró por la muñeca y haló de esta, obligándola a ponerse de pie nuevamente. A grandes zancadas la fue dirigiendo como al ganado. Tomó los abrigos, abrió la puerta, sin soltarla, y cruzó el umbral junto con ella. Juró que sonreía cuando atravesaba la primera calle.
Bajo la leve niebla de invierno, descubrió la respuesta a su pregunta.
Jorgito377704 de diciembre de 2015

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