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El Extintor, By Ruy Bertand

Mi nombre es Ruy Bertrán y hace unos meses maté a un hombre. Él llevaba tiempo alterándome con sus sandeces o, sencillamente, por su presencia, maloliente y cojitranca, provocando que mi grandeza moral viajase en una montaña rusa. El día de autos yo acababa de aparcar el coche en el garaje de casa, plaza cincuenta y una, pegada a la columna, y al bajar del vehículo adiviné su presencia a mi derecha. Él deambulaba, como era su costumbre, silencioso entre los coches aparcados y las sombras de las columnas, pues el presidente de mi comunidad de vecinos babosea por escudriñar cualquier suceso o presencia humana que circule en su protectorado. Al encontrarnos, junto a la plaza catorce, la del vecino del segundo C, Tobías Hernández, separado y con dos hijas, disimuló revisando la fecha de la última inspección de un extintor. A continuación él me echó de ver malamente, primero mi coche y después a mí, pues la rueda delantera derecha de mi vehículo pisaba la raya de separación con la plaza contigua. Él muy babas había colocado una nota, la semana anterior, en el ascensor recriminando esa conducta en algunos vecinos, “qué solo podría acarrear conflictos vecinales”. ¡Cómo aborrecía sus avisos y sus memeces!
Cogí el extintor, el mismo que él examinase, uno de los se había empeñado en comprar, “para cumplir la normativa municipal”, y qué él estaba a la mira para que la empresa encargada de su mantenimiento no se demorase ni un mes en el preceptivo control, ¿dónde se ha visto eso nunca? Sin embargo, lo que me exasperaba todavía más que su insistencia en buscar la perfección comunitaria era la estúpida normativa estatal, que él hacía cumplir rigurosamente, por la que debía colocarse un cartel rojo, veinte por veinte centímetros, con una banda blanca luminiscente y un extintor dibujado, treinta centímetros por encima del extintor, que avisaba de la existencia de un extintor treinta centímetros debajo de ese cartel.
Con el extintor le arreé un castañazo normativamente perfecto. Le reventé la cabeza. Allí se quedó tirado. Agonizaba. Su cuerpo expuesto en la plaza quince, tocando la raya divisoria con la dieciséis. Una patada en los riñones para que se moviera un tanto. Conseguí su ubicación perfecta. No se produciría ningún conflicto vecinal. Tardaba en morir. El aparato apagafuegos me pesaba sobremanera. Entonces, le metí la manguera del extintor en la boca. Apreté el disparador. ¡Menudo desarreglo!
Fue un crimen perfecto. Perfecto por el resultado. Perfecto en su ejecución. La policía se preguntaría si fue obra de un de un sádico. ¡Lástima no poder comentarlo con nadie en el ascensor!
Josemanuelborrallo06 de septiembre de 2015

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