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En un Momento, Ii

La costumbre es omnipresente, cruel y quizá perpetua. Nuestro comportamiento nos proviene de acciones recurrentes y muy cotidianas. Nuestros esfuerzos son muy poco evolutivos y con un solo lastimero fin. No espero y no quiero sea conveniente aprovecharme de esta situación que nos pone en puntos encontrados, pero, con una enorme ventaja para mí. El ser un confesor que se aprovecha de el acto de una catarsis muy ingenua, que oye el punto vulnerable e inventa modos intimidantes de huso sucesivo de tortura para la persona cándida que se deshace con las palabras gráficas de los actos, es malévolo y sesgado. Tú, no faltas por eso. Tu error es por sentir tu razón.

Aunque tu mayor pecado es ser para mí. Entregarte maximizada por la esperanza de unos venideros juntos. Esa posteridad en la cual encerrados tras puertas, un hogar feliz, rebosante de paz y cuentos de animales mansos con corazón de terciopelo, abundantes en las praderas de nuestro cuarto. Con ángeles postrados a los pies de nuestra cama, con la envidia extrema de los que no pueden amar. Esperando nada más la muerte dual para salir de nuestros cuerpos y formar una sola columna de humo espantando la carne prisionera de la esencia. Sería una desconocida costumbre de mi parte.

Lo peor, te acostumbraste a mí. A las mañanas celadoras de besos y de tu cuerpo. A las mentiras sonrientes. A mi tumba. A los dolores prácticamente necesarios. A la lágrima con alegría. A las noches viendo el techo erigiendo casas sin dormir. A mi olor. A mis malísimos escritos. A mi muerte en un momento. A mi barba. Mi tropel de sueños mancos. Mis reproches mimosos. Mi forma de apreciarte. La aurora que me acompañaba. Nuestra fe. Mi miseria. Mis abandonos por las noches. Mi ondulante sinceridad. Mi vida en dolor. Mi maldito escarabajo de oro. Mi insegura bohemia. Mi amor. Mi yo.
Josermac09 de marzo de 2008

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