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La Clase Del Profesor Hans Rutenberg

El encuentro del martes de la semana anterior, había sido meramente protocolar. Aquel primer contacto del inicio del semestre, se circunscribió a presentarse y conocerse.

Ahora, el profesor Rutemberg, guiaba al grupo de alumnos en una actividad de campo. Era la segunda clase de la cátedra de Introducción a la Psicología de una famosa universidad nacional de clase media alta. El tema (extra- pensum): Fundamentos Básicos de la Mediocridad Humana.

El autobús de la Universidad ubicó al grupo muy temprano a las puertas del mercado municipal. La tarea era simple, se trataba de interrogar a unas cuantas personas escogidas al azar bajo ciertos parámetros, para hacerles dos preguntas:

a) ¿Es usted realmente feliz?
b) ¿Cuál es la causa de su infelicidad?

Los criterios de escogencia, fueron: tristeza, miseria, mal vivencia, despotismo.

Siguiendo estos parámetros los estudiantes seleccionaron a sus entrevistados. Estas fueron las respuestas

1. El mendigo: Dijo que no era feliz. Justificó su miseria en el hecho de que un accidente de automóvil lo dejó sin ambas piernas. Desde entonces, dado su estado de incapacidad, le fue imposible trabajar como antes, por lo que se vio obligado durante los últimos veinte años, a pedir limosna para sobrevivir. Perdió a su familia pues, según dijo, ellos no supieron entender mi dolor.

2. El joven rebelde: Cargaba cajas y sacos en el mercado y dormía en los recodos de los edificios. Dijo que no era feliz. A los quince años se fugó de casa. Para justificar su estado y su fuga alegó: es que mis padres nunca me entendieron, me regañaron mucho, no me dejaban divertirme con mis amigos, eso me hizo rebelde y me refugié en el licor. Soy así porque mi familia me rechaza.

3. La esposa: Había ido de compras al mercado, se le miraba un poco desaliñada y pensativa. Sobre si misma dijo: soy una mujer sufrida, desde niña nadie me quiere, ni siquiera mi madre, donde voy es un problema y todo el mundo está en contra mía, ni mi esposo me entiende. Se autocalificó como sumamente infeliz

4. Un barrendero: Mientras sostenía su escoba, miró a los alumnos acercarse y muy avergonzado, o más bien apenado, contestó que no era feliz, y añadió: mis padres no tuvieron con que pagar mis estudios, así que no me pude educar y nunca pude surgir como ustedes, así que hoy día soy un don nadie como ellos.

5. El dueño de una línea de camiones del mercado: Era un hombre muy trabajador, pero tenía fama de avaro y déspota. Dijo: Todo lo que tengo lo hice trabajando, soportando el maltrato de otros que tenían más que yo, ahora soy rico y hago lo que quiero y no tengo contemplaciones con nadie porque nunca la tuvieron conmigo. Además ando pendiente de que nadie me robe y eso incluye a mi propia familia. Reconoció que no era feliz, porque había sufrido mucho para ser adinerado.

6. Un trabajador de una tienda de ropa. Al ser abordado por los muchachos indicó que no era feliz porque dependía de un sueldo para comer. Expresó: yo no me doy mala vida, ni me esfuerzo mucho, total este negocio no es mío. Yo trabajo para mí y no para hacer rico a otro, mucho menos con la miseria que me pagan. Mi mujer me pelea para que busque otro empleo, pero yo no le hago caso ni me importa lo que opine, porque, como decía mi abuelo, al pobre donde vaya lo explotan. Reconoció que no era feliz porque el dueño de la tienda tenía más que él y por los constantes reclamos de su mujer.

7. El delincuente: Dijo que provenía de una familia muy pobre. Que no tuvo juguetes cuando era niño, que su padre era borracho y su madre prostituta y agregó que la sociedad lo había tratado mal. Indicó: la vida me hizo así y admitió que tampoco era feliz.

Mientras los alumnos preguntaban, el profesor Rutemberg, observaba calladamente. Miraba a los entrevistados y a sus propios alumnos analizando las expresiones y percepciones de cada uno de ellos.

A las dos de la tarde el trabajo de campo había concluido y todos se retiraron a sus respectivas casas.

Los estudiantes finalizaron la actividad pensativos y silenciosos. Las historias de aquellas personas eran muy duras, por lo que concluyeron que cada uno de los entrevistados era digno de compasión. Comentando entre ellos admitieron en forma unánime, que la vida es muy cruel en algunos casos.

El martes siguiente, los jóvenes entraron a clases. El profesor Hans Rutenberg, llegó temprano, como siempre. En presencia de todos sus alumnos, subió al estrado, impecablemente vestido de flux y corbata, se puso frente a ellos, hizo un silencio introductorio, que creó un halo de misterio, incertidumbre y hasta ansiedad, y luego habló:

-Copien

En seguida los muchachos, expectantes, se prepararon para tomar apuntes& y Rutemberg continuó.

- Coincidencias inequívocas entre los entrevistados:

a) Todos son infelices y lo asumen.
b) Todos se asumen así mismos como víctimas.
c) Todos guardan resentimientos particulares contra personas que han sido participes en su vida y contra su vida en general.
d) Todos están estancados en el pasado.
e) Ninguno de ellos tiene paz.
f) Todos asumen que los demás fueron, son y seguirán siendo los culpables de su desgracia.
g) Ninguno de ellos ha perdonado.
h) En todos los casos sus relaciones más cercanas están rotas.

Lo dicho por el profesor, concordaba con algunas de las apreciaciones del grupo de alumnos, pero nunca con la y crudeza y forma tan inesperadamente precisa del catedrático.

Tras concluir el literal h, Rutenberg hizo un nuevo silencio generando otra atmosfera de suspenso en el aula. A continuación, recorrió el salón con una mirada fija y absoluta, encontrando en su camino los pares de ojos estáticos y atentos de cada uno de sus alumnos. Luego expresó:

-Copien

Acto seguido añadió:
-
- La mediocridad humana tiene como fundamento, la falta de decisión de cada ser humano en asumir el control de su vida y la calidad de sus pensamientos. Todas las personas entrevistadas han vivido y viven centradas en el círculo de sus circunstancias, teniendo lastima de si mismos, sin asumir la responsabilidad de sobrepasar sus barreras conscientes y subconscientes. Eso les impidió crecer. Para ellos, los demás son los culpables de su miseria psicológica, emocional y material. Ninguno de ellos se percató en algún momento de su vida, que el estado de felicidad o infelicidad deviene de una elección.

Los estudiantes, miraron al profesor estupefactos, resulta que ahora esas pobres personas eran los culpables. Pero, ¿y aquellos que les hicieron daño, que los abandonaron y que no les comprendieron?. Rutemberg sabía que esta pregunta traspasaba con la potencia de un taladro las mentes de sus discípulos, por lo que continuó, sin dictar a modo de conclusión:

-¡Sí es cierto!, recibieron daño de otros, fueron abandonados por otros y fueron incomprendidos por otros. Sin embargo, el daño más grave se lo hicieron ellos mismos, revolcándose cada dia en el lodo lastimoso de sus desventuras, en vez de salir y lavarse como corresponde. Les apuesto, que su propia rebeldía, amargura y falta de valentía para superar su condición, definió su condición actual y también alteró negativamente la vida de sus seres más cercanos, transformando solidaridades en distancia, esfuerzos en cansancio, paz en guerra y justicia en injusticia.

¿Acaso el mendigo no podía superar su condición adquiriendo otras habilidades. Mencionó tal vez, cuan difícil le hizo la vida a su familia al aferrarse a su amargura?

¿Es licito que el joven desobedezca queriendo hacer lo que le plazca, rompiendo las reglas de la casa para darse un gusto, desafiándo la autoridad de unos padres que le dan todo?

¿Es justo que la esposa no pueda asumir su rol de mujer y familia por un empeño en sostener su lástima y permanecer emocionalmente como una niña?

¿Por qué el barrendero tiene que sentir vergüenza de un trabajo tan noble como el que realiza, en vez de dedicarse a sustituir su falta de estudio con el tesoro invaluable de la sabiduría?

¿Es legítimo que el dueño de los camiones, castigue a sus empleados y a su familia, por las desventuras y sufrimientos que pasó para obtener el dinero al que ahora se aferra?

¿Acaso la conducta del vendedor de la tienda le hace merecedor de un sueldo y un cargo mayor?

Y finamente, el delincuente: ¿desde el día que cometió el primer delito tuvo o no la oportunidad de escoger entre el bien y el mal?

Las preguntas dejaron sorprendidos a los estudiantes, consientes de que las respuestas no exoneraban de cargos a los involucrados, en ninguno de los casos.

Tras las interrogantes solo hubo silencio. Hans Rutemberg sabía que había hecho su trabajo. Entonces lanzó la pregunta definitiva.

¿Acaso alguna de estas personas asumió la responsabilidad de controlar su propia vida y crecer en medio de sus tormentas?

Los alumnos bajaron la cara en señal de clara conciencia de la única respuesta posible: un terrible y rotundo ¡NO!

Aquel catedrático había dado en el clavo. Lo sabía, en unos minutos había enseñado más de lo que muchos aprenden en toda una vida. Así que, dado por satisfecho, tomó sus cosas, anunció que la clase había concluido, les deseó un buen día a los alumnos y salió. Ya no lo verían hasta la próxima clase, el martes siguiente.

Los muchachos se quedaron consigo mismos, en estricto silencio, repasando cada uno sus vivencias, sus familias, su propio comportamiento, sus actitudes y relaciones. Absortos como en un limbo, se revisaron hasta el alma, viéndose por dentro como jamás se habían visto nunca. En muchos de ellos brotaron lágrimas silentes.

Pasado mucho rato, una joven se levantó de su asiento, se dirigió con pausa al estrado y miró hacia el grupo de estudiantes que integraban la clase. Había sucedido lo que todos temían, alguien del salón era lo suficientemente valiente para cerrar cualquier sesgo de escapatoria ante a lo que Rutenberg hizo ese día. Hecho esto, todas las miradas se centraron el vértice, de los ojos de aquella alumna. Entonces, ella, decidida, sin esperar más, hizo la pregunta necesaria:

-¿Quién de nosotros va a decir de una vez lo que todos pensamos?

Entonces, tras unos segundos de eterno silencio, desde el fondo del salón, un joven levantó la mano y dijo:

- ¡Yo lo diré!
- ¡Dilo! - expresó ella.

Entonces el muchacho lo dijo:

- ¡Ciertamente, hoy, el profesor Rutemberg, nos ha dado a todos nosotros, la oportunidad de salir, de la existencia miserable en la que ya estábamos metidos!.




Nota del Autor:
Este Relato forma parte del libro titulado "Historias de la Fragua" que pueden visualizar en la siguiente dirección:
http://www.autoreseditores.com/libro/8777/jose-alfredo-pulido-gonzalez/historias-de-la-fragua.html
Jpulido19 de enero de 2017

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