Lo que me impide seguir adelante son sus ojos, que miran con una dulzura desterrada del resto de su cuerpo por un espantoso suplicio. Solo ellos parecen estar a salvo aún de la inmensa tortura a la que está sometida. Ojos que me observan todavía como antes, que me persiguen por la habitación mientras mis manos intentan ser sus manos, mientras mi voz intenta ser su voz; que me recuerdan cuando, casi niños, nos juramos amor eterno frente a frente, excitándonos con el anhelo del que piensa que todo está por pasar, del que se sabe seguro de tener toda la vida por delante. Pero hoy, cuando sorbía el líquido alimento, sus ojos se han posado un instante en la pajita que la ata a la vida y me lo ha pedido por última vez. Dos lágrimas han confirmado su deseo y yo solo he sido capaz de asentir levemente a su ruego.