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Miradas

No era casualidad que siempre se encontraran allí, que sus miradas se cruzaran fugazmente, mientras la luz del atardecer se colaba por los ventanales de aquel café hiriendo las últimas horas del día. Se observaban intentando no ser descubiertos, tapando y destapando sentimientos que se les escapaban a borbotones por las pupilas; pero ambos sabían que solo unos metros separaban lo que ya no eran capaces de esconder, lo que sus ojos decían a gritos.

Cuando ella lo miraba, él simulaba leer el periódico que pedía con el café y que utilizaba como muro protector para ocultarse de aquellos ojos que le habían desnudado el alma sin remedio. Luego, cuando conseguía reunir el valor necesario para depositar tímidamente la mirada en aquella misteriosa mujer, ella se desvanecía en el fondo azul de un cielo raso que vivía de alquiler tras los inmensos ventanales, filtrándose así hasta lo más íntimo de su ser.

El escaso tiempo que se permitían vivir bajo tales circunstancias, llenaba sus monótonas vidas, semejantes a las del resto de los mortales, y les había salvado hasta el momento de hundirse en esa apariencia de normalidad en la que ambos se comportaban como verdaderos maestros de la indiferencia.

Él veía en aquella mirada, la de la mujer capaz de hacerle sentir todo lo que sus miedos le habían impedido hasta ahora. Imaginaba que aquella criatura rescataría al joven que aún le habitaba en noches de luna llena.

Ella se mantenía a flote entre relaciones vacías, superficiales, cómodas; se había acostumbrado a vivir con esos pantalones viejos que siempre te pones porque son los que mejor te sientan cuando te importa una mierda el qué dirán.

Con tan gran cantidad de hilos sueltos se habían conocido en aquel café del centro de la ciudad, hacía ya casi un año y seguían mirándose sin verse o queriendo verse sin mirarse, buscando cada tarde una nueva posibilidad, un nuevo intento de ganarle la partida al destino, una nueva ocasión para escapar de sus prisiones a escondidas, sin conseguir todavía jugar la partida con todas las cartas sobre la mesa, sin trucos, sin temores.

Y así, atesorando miradas que les asfixiaban cada día más, sin atreverse a vencer sus miedos, sin arriesgarse a navegar hacia un horizonte nuevo en un océano distinto, desconocido; sujetos a la madera podrida de sus viejos cascos, seguían sin darse cuenta de que perderse, a veces, es la única manera de encontrarse.

Jucapega196314 de julio de 2018

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3 Comentarios

  • Lasombra

    Hola Juca, tu texto me ha echo recordar una canción en catalán de un grupo que se llama Manel. Dice así:
    Maria y Marcel,
    de lado en una barra,
    se miran y sorben
    sus respectivas cañas.
    Él viste completamente de rojo,
    ella resuelve un crucigrama.

    Ay Maria, ay Marcel,
    ¿quién se acerca a hablar con el otro?
    ¿Quién se arriesga a fracasar?
    ¿Quién saltará sin red?
    Él la quiere sacar a bailar,
    ella se lo quiere llevar a casa.

    Te invitaría a vino,
    sería dulce, sería amable,
    si quisieras sentarte conmigo,
    ¡Qué momento tan agradable!
    Cerraríamos el local,
    la noche sería tan larga.
    Nos iríamos los dos juntos
    de esta ciudad tan rara
    y tendríamos hijos bien fuertes
    y una casa balconada.
    Marcel alarga un brazo,
    Maria sonríe al aire.

    Pero el rato ha ido pasando
    y no encuentran las palabras.
    Él mañana será capaz,
    ella mañana estará más guapa.
    Es noche fría para abril,
    no se está en ningún sitio como en casa.

    La zona de confort, aveces es una carcel sin barrotes.

    15/07/18 09:07

  • Jucapega1963

    No los conozco. Tienes razón en lo de la zona de confort, a veces es muy difícil salir de ella. Gracias por tu comentario. Un saludo.

    15/07/18 10:07

  • Jucapega1963

    Gracias, Regina. Saludos.

    15/07/18 08:07

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