Una dulce lágrima amenazó con salir disparada de sus ojos. Nervioso, agitado, bizqueó buscándola con la mirada. Siempre había tratado de contenerlas, pellizcándose hasta hacerse daño, apretando los labios, volviendo la cara hacia otro lado; pero ahora se iba a permitir aquel pequeño naufragio. Estaba seguro. Su lágrima seguía allí. No podía dejar escapar la ocasión. Aquello significaba que aún había esperanza. Después de toda una vida soportando que "debía ser fuerte", que "los hombres no lloran", ya no tendría que fingir más, se mostraría tal y como era en realidad. Por fin, podría llorar como jamás lo había hecho.